Instaladores de fibra óptica, los relojeros en la era de la información

Instaladores de fibra óptica, los relojeros en la era de la información

ENFOCADO. Viojo fusiona con sus máquinas la casi invisible fibra. LA GACETA / FOTOS DE JULIO MARENGO.- ENFOCADO. Viojo fusiona con sus máquinas la casi invisible fibra. LA GACETA / FOTOS DE JULIO MARENGO.-

Los veo ahí sentaditos con una maraña de cables y aparatejos astronautas y me llaman la atención y les pregunto: “disculpe, maestro ¿qué están haciendo?” Y ya sé la respuesta, pero quiero que me la digan ellos: “el tendido de la fibra óptica”.

Ustedes entienden que por un cable del grosor de un pelo viaje todo lo que consumimos, lo indispensable (YouTube, Netflix, LA GACETA). También lo inconfesable. Yo, hijo del internet por teléfono, con facturas que daban miedo a fin de mes, no me lo creo. Pero funciona.

Los ves ahí, sentaditos, ajenos al dólar y a las corridas de la ciudad. Improvisan un taller, un banquito y una mesa, y empiezan con su trabajo de relojería.

Fabián Viojo no usa ni siquiera lupa. Se ríe cuando lo comparan con un relojero, pero entiende las similitudes y se ensancha. Está bien, está todo en el manual, los milímetros, pero alguien debe tener el pulso para sostener, cortar y unir esos cables casi invisibles. Es un pelo, dijimos, la fibra óptica. Cada una tiene su especificación y para fusionarla (no es acá unir ni yapar, es fusionar) hay una minuciosa lista de tarear a seguir.

PRECISIÓN. La fibra se corta y se fusiona con parámetros milimétricos específicos. PRECISIÓN. La fibra se corta y se fusiona con parámetros milimétricos específicos.

“Primero, sacar el esmalte con esta máquina. Según la fibra, la medida del corte”, explica. “Y bueno, después se la fusiona”, trata de ser simple.

Como si por ese pelo de vidrio, 10 veces más fino que un cabello humano, no pasaran millones de historias. Como si la magia y el arte del técnico no fuera unir el centro de esa décima de pelo en una posición tan exacta que impida la pérdida de información en el camino.

Lo que decís por WhatsApp, lo que renegás y lo que festejás, los emoticones, los mails de despedida (¿alguien lo sigue haciendo?) y hasta los silencios, todo se transforma en un código morse de luces que prenden y apagan, y mandan la información a través de la fibra, tan poco celebrada ella, hacia los mil continentes de internet.

Hace una semana que Viojo está sentado en su relojería improvisada, en la puerta de LA GACETA. Está mejorando las conexiones de una empresa local que provee internet en los lugares donde las compañías grandes no llegan. Un aprendiz lo mira de cerca. Un visitante le dice que si no aprende ahora, no aprende más. El visitante dice que no hay problema en pisar los cables que están tendidos en la vereda. Nadie los quiere pisar. Adentro hay pelos y la esperanza de que internet me ande bien, ¿sabe? Yo no lo voy a pisar.

“Siempre trabajé en el área de comunicaciones. Me capacité cuando se venía esto y ahora lo estoy haciendo. Antes era con cable de cobre, ahora con fibra”, simplifica el relojero de las comunicaciones.

Si los ven por la calle, si te interrumpen el paso del coche del bebé, si te miran con cara de “qué querés que haga” cuando la ciudad se hace un nudo... no te descargues contra ellos. Entendé que están haciendo un trabajo -para mí- de otro mundo, sentados en una reposera en medio del huracán, con chalecos antitodo. Ojo, no siempre son amables para responder las preguntas sobre qué demonios están haciendo, pero entiendan que, como ustedes, otros cientos les preguntaron lo mismo. Y ellos están ahí, devanándose los ojos con estos pelos que nos comunican. Total, para que en dos años, un rayo cósmico o los pestañeos de los enamorados vengan a reemplazar la fibra óptica. Pero Viojo está haciendo historia.

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