Una continuidad galardonada

Una continuidad galardonada

Por segundo año consecutivo, el cine tucumano llegó a lo más alto del festival Gerardo Vallejo. La racha triunfal de “El motoarrebatador”, que sigue cosechando galardones, es heredada por “Bazán Frías, elogio del crimen”, la ganadora de la competencia en la recién estrenada categoría argentina (el filme de Agustín Toscano fue en el plano latinoamericano).

No sólo se puede ver una continuidad en las estatuillas entre ambas, sino también en una suerte de eje temático. El año pasado, Sergio Prina compuso en la ficción a un ladrón de baja monta aunque con cierta conciencia social y profundas necesidades afectivas; en el documental de Juan Mascaró y Lucas García se recrea la historia de un bandido popular venerado como un Robin Hood vernáculo, interpretado por presos reales que habitan Villa Urquiza. En uno y en otro, la marginalidad, la represión, las angustias existenciales más básicas (empezando por seguir vivo) se abren camino en la construcción dramática que termina vinculando desde la pantalla grande dos tiempos y períodos distantes de la sociedad local, que a la vista no parecen tremendamente diferentes. A veces se podría pensar en actualizar el “Informe sobre el estado de las clases obreras en el interior de la República”, que escribió Juan Bialet Massé en 1904, para saber cuántos cambios reales hubo. Pero sobresale el miedo de que los datos de mejora concreta sean irrelevantes, si se dejan de lado elementos como los avances tecnológicos, las leyes sociales y laborales generales y universales, y la organización sindical por los derechos colectivos.

Es muy pronto para hablar de un nuevo cine tucumano, cuando ni siquiera se puede registrar un viejo cine tucumano. Este debería constituirse a partir de un sistema sostenido de producción y distribución, estética, identidad local o regional (algo muy diferente del costumbrismo), narrativa y demás elementos constitutivos de un discurso artístico. Quizás haya un antecedente en el documentalismo iniciático de Jorge Prelorán, aún con una mirada que tenía una suerte de extrañamiento, pero esa línea fue cortada (como muchas otras en la cultura tucumana y nacional) por la dictadura militar. Las experiencias actuales no están retomando su abordaje, sino encontrando otros nuevos.

“Bazán Frías” tiene otro puente tendido con la película ganadora de la competencia latinoamericana de este año: “Algo quema”, del boliviano Mauricio Alfredo Ovando. Ambos coinciden en que son películas políticas, tanto en lo expreso como en lo implícito. Hablan de elementos comunes: el ejercicio del poder, los discursos hegemónicos, la justificación de situaciones y varios contenidos discursivos más, más allá del contexto de realización, de los objetivos y de los mensajes.

En “Algo quema”, su autor se mete de lleno en la historia familiar más íntima para, desde allí, reconstruir la colectiva de su país en tiempos del régimen que condujo su abuelo, el presidente de facto y general Alfredo Ovando Candia, dictador en tiempos de la caída de Ernesto Che Guevara al fracasar la lucha insurgente en ese territorio. Así, se inscribe en la línea de que la documentación personal puede servir de eje para la elaboración de contenidos que excedan el ámbito interno y aborden lo general. Peri Azar, en su excelente “Gran orquesta” (logró una mención en el Gerardo Vallejo), reconoce haber trabajado esa misma línea en su filme, aunque sin el peso dramático del terror institucionalizado. Y recientemente, en el Museo Timoteo Navarro, se expuso la muestra de fotografías “Mamushkas”, de Carla Lucarella y sobre su madre, Rosa Mogilevich, enmarcada en la práctica archivística contemporánea.

La producción de Ovando, inevitablemente, remite a una película argentina: en “70 y Pico”, Mariano Corbacho releva las responsabilidades de su abuelo, Héctor Corbacho, decano de la Facultad de Arquitectura de la UBA en el proceso militar, en la represión en las aulas. Su conclusión es que fue funcional al proyecto del poder, sin cambiar su mirada de un entrañable abuelo que lo llevaba de paseo, le compraba dulces y le hacía regalos. No es algo contradictorio que coexistan esas dos personalidades dentro de una.

La decisión del jurado del Gerardo Vallejo confirma la fortaleza del cine documental en América Latina, aún con diferentes potencialidades y posibilidades. En el proceso de preselección de los filmes en las dos competencias se dejó de lado a las comedias en la ficción; y de las 19 películas elegidas, 11 eran documentales. Es interesante comprobar que esta tendencia se produce en un momento en que el género es notoriamente perjudicado por las líneas de gestión actuales del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa).

Otro elemento de peso en el festival fue la presencia femenina en un doble sentido. La mujer es protagonista casi excluyente de las películas de ficción y detrás de cámaras hubo siete directoras. Esa participación es una fuerte marca de época, en tiempos en que además dos de los cuatro jurados fueron también mujeres. Una de ellas, la periodista Catalina Dlugi, presentó además su libro “Mujeres, cámara, acción. Empoderamiento y feminismo en el cine argentino”, que viene a empezar a llenar un vacío en trabajos en esta materia e indica silenciosamente la ausencia de una política editorial desde el Incaa en producción intelectual que reflexione sobre el hacer y los hacedores.

Entre los puntos débiles del festival sobresale la difusión. Muchas funciones en el Cine del Solar se dieron con poca gente: “Silvia” convocó a tres personas (3, III o como quiera escribirse, no hay error en la cifra); en “Síquicos litoraleños” no se llegaba a los 15 y en “Gran orquesta”, apenas se superó la media sala. Esto no es culpa de las películas ni de los horarios de exhibición, sino de la ausencia de mecanismos de promoción (como pases gratis a estudiantes) y esquemas de prensa adecuados, que potencien a la fiesta a nivel nacional. Muchos tucumanos ni se enteraron de que se daban ciertas películas, y en el país pasó prácticamente desapercibido un encuentro de alta calidad, que crece más en la atención internacional que en la argentina, salvo en el nicho de los cinéfilos.

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