Un ballet en el cielo de Yerba Buena

En pleno festejo por los 100 años del Aero Club, una periodista de LA GACETA cuenta cómo se viven las piruetas y acrobacias a bordo de los aviones Christen Eagle.

LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ LA GACETA / FOTO DE DIEGO ARÁOZ

Al resguardo de la noche el águila de metal permanece en el hangar a la espera de un nuevo día, lista para surcar los cañaverales e imponer presencia en el paisaje tucumano. Su rígida mirada y el diseño de plumas multicolor tienen un poder de seducción inigualable.

En efecto, no se trata de un ave de verdad, pero el parecido estético de este avión biplano -bautizado como “Christen Eagle”- no pasa inadvertido. La máquina y su compañera gemela les pertenecen a Mario Yoris (24) y Emilio Pilot (36), dos pilotos acrobáticos capaces de llevarte a una montaña rusa de 360° por el cielo.

Con sus enruladas estelas de humo, reversas, giros y contragiros, la performance de estos apasionados por la aviación es el gran atractivo del Aerofest 2019, un evento que desde ayer expande la diversión -hasta las alturas- para celebrar los 100 años de vida del Aero Club Tucumán (ubicado en Isla Soledad al 4.000, Yerba Buena).

Junto a estos pilotos, el festejo desplegó más de 40 aeronaves con escuelas de vuelo y aeroclubes invitados desde Córdoba, Catamarca, Salta, Jujuy y Santa Fe. Además, ofrece a los intrépidos visitantes y a sus familias la oportunidad de experimentar paracaidismo, con saltos tándem y tener su primer vuelo bautismo o -ya en tierra firme- de disfrutar de un espacio de comida y juegos al aire libre.

Pies para qué los quiero...

A punto de salir a realizar algunas piruetas para la cámara, Mario y Emilio chequean los últimos detalles de sus respectivos aviones. Después de tantos años con la cabeza y el corazón en el rubro, el proceso es casi por inercia e incluso se permiten hacer algunas cargadas por radio.

En sus orígenes, la historia de ambos pilotos es similar y viene aparejada a una herencia familiar: el aeromodelismo. La pista siempre estuvo detrás de la casa de Emilio. “Ni siquiera recuerdo cuándo fue la primera vez que me subí a un avión, con mi familia tenemos una empresa de fumigación aérea y desde que nací me crié en ese mundo. Mi viejo, mi hermano, yo, todos somos pilotos...”. Emilio hace una pausa, como anticipándose a lo irremediable. “Y por nuestro apellido tampoco podría ser de otra manera”, bromea.

Eso sí, al no existir en ese tiempo cursos precisos y presenciales sobre acrobacias, una vez que obtuvo (a los 17) la licencia de piloto privado, aquellas circunferencias infinitas que se ven en el aire las aprendió leyendo manuales referidos al tema. Algo así como un “do it yourself”, pero sin margen para la duda y el desacierto.

De igual forma, en la memoria de Mario estarán siempre presentes aquellos aviones amarillos (conocidos como aeroaplicadores) en los que su padre lo llevaba a fumigar hectáreas de verdes campos. “Mi primer vuelo fue a los tres años y me acuerdo de que iba sentado junto a mi viejo en la cabina. Él fue el que me enseñó de a poco cómo volar”, comenta el aplicador aéreo.

Si tengo alas para volar...

Al verlos como pequeños puntitos en el horizonte podemos pensar que la profesión es sólo para intrépidos y gozosos de la adrenalina, un mito que Emilio no duda en remarcar. “No hay un perfil para los pilotos, solamente te tiene que gustar volar y a eso lo averiguás probando. Mis hijos, de 3 y 7 años, ya tuvieron su vuelo bautismo y lo disfrutaron”, sentencia el instructor del Aero Club.

Aunque la valentía inicial de cualquier amateur también puede acabarse en instantes. “Hubo veces en que al pilotear acompañado tuve algunos percances. Por ejemplo, me tocó gente que se descompone durante la primera maniobra o que paga su vuelo de bautismo y no termina de gozarlo por miedo u otras sensaciones”, detalla Mario.

A él, lo que lo impulsa -en esencia- es un genuino asombro por estos aerodinos. “Es increíble todo lo que puede aguantar un avión y su capacidad para dibujar y hacer las maniobras que quieras”, agrega el piloto. Pero basta de palabras, es hora de comunicarse en otro idioma.

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Menea para mí

“Alineate a la derecha”, se escucha por el comando y la coreografía comienza. Es cierto que la pregunta “¿qué se siente al estar allá arriba?” es poco original, pero para aquellas personas que no frecuentamos el cielo cada percepción es distinta. “Siento que el avión llega a formar parte de uno mismo. Vos sos el que se mueve y cada maniobra es pura adrenalina, te dan ganas de experimentar y a la vez sabés que tenés que controlar tus impulsos”, reflexiona Mario.

Entonces aparece el primer subidón de energía: sentís que los oídos se abomban y el estómago se comprime. Desde arriba prestás más atención a las simetrías y los contornos, Tucumán es una maqueta gigante con pinceladas color verde y cemento que gira y gira como un lavarropas…

No, en realidad el paisaje se mantiene igual. Lo que pasa es que ahora el avión es piloteado boca abajo y sos vos quien está con los pies en las nubes. La maniobra se llama looping y te deja las ideas revueltas. De cabeza, mirás al pasar las pelopinchos en el fondo de las casas, una cancha de fútbol con puntitos compitiendo, algunas construcciones privadas y -por el recorrido- los techos del campus de la Unsta y la laguna. Todo eso, aferrado a un cinturón que escala por el pecho y las piernas, ante una serie de válvulas y controles que es mejor (si sos pasajero) no tocar.

La sensación de levitar también se repite con otras piruetas como el tonel o un ocho cubano. En esta última, al mirar por la cabina puede verse cómo el otro avión Christen Eagle acompaña nuestros movimientos con un ocho cubano, trazando la serpenteante silueta de un infinito. “Libertad es la palabra. Como dije, vuelo desde chico y, la verdad, no se me va nunca la sensación de que cuando te subís al avión sos libre”, resume Pilot.

> Escuela de Vuelo
Para aquellas personas interesadas en la actividad, la Escuela de Vuelo del Aero Club cuenta con diferentes propuestas de aprendizaje. ¿Qué se necesita para ser piloto? Sobre todo tiempo y dedicación. El primer título a obtener es el de piloto de privado y se inicia con 40 horas de vuelo. Una vez conseguido dicho objetivo, deben sumarse 25 horas de vuelo más y una nueva habilitación para viajar con pasajeros. Por último, sigue la titulación de piloto comercial de primera (con 240 horas voladas), de instructor de vuelo (540 horas) y de piloto de transporte de pasajeros, con 950 horas.
En promedio la carrera recibe a unos 10 alumnos por año. “Es una profesión costosa y un poco difícil si se quiere llegar a la meta de una aerolínea comercial, pero la carrera actualmente está en auge. En especial, porque hace poco ingresaron al mercado varias líneas aéreas nuevas”, detalla Ariel Padilla, instructor de vuelo y jefe del aeródromo.

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