La tierra de las señales perdidas

Suele decirse que las líneas viales se desvanecen en los caminos de Tucumán. Ya sea que se ingrese desde Catamarca o desde Salta, las carencias demarcatorias comienzan a manifestarse en algún lado. La tragedia del lunes en La Madrid ha hecho estallar esta llaga lacerante y ahora los tucumanos tenemos que dar respuestas. Han venido jubilados de Mendoza en viaje de turismo y encontraron acá el absurdo que segó sus vidas o las arruinó para siempre. Quince personas muertas y 45 heridas al volcar un ómnibus. Hay un chofer que permanecerá detenido durante 20 días mientras se investiga el caso. Y hay otro posible responsable, escondido y esquivo: el Estado. Esa superestructura que nos representa a todos, pero que no hace lo que corresponde, que no cumple con sus deberes y que huye de sus responsabilidades.

Echando culpas

Apenas volcó el ómnibus en el cruce de la ruta provincial 308 (vacía de carteles de señalización y de pintura pavimental) y la ruta nacional 157, se desató la polémica por lo que hace y no hace el Estado. Un funcionario nacional, José Ricardo Ascárate, remarcó que en las rutas de la provincia no hay mantenimiento ni control -envió imágenes del lugar y un listado de puntos críticos en el mapa vial del territorio- destacando que los ingresos provinciales a las rutas nacionales (como es el caso del cruce de la tragedia) carecen de señales y que las carreteras nacionales -de su jurisdicción- están correctamente señalizadas.

Por el lado de la Provincia, la primera justificación fue el vandalismo. Esa plaga social se ensaña con el robo de las chapas de los carteles. Y los carteles son “las voces de la ruta”, al decir de la gente de Vialidad.

El responsable de Vialidad provincial, Ricardo Abad, echó culpas a la Nación. Dijo que el estado del 70% de las rutas de la provincia es entre regular y malo y que hay una desinversión nacional. “Con lo que nos toca del impuesto al combustible no podemos mantener las rutas”, definió.

¿Quiso dar a entender que la responsabilidad de mantener los caminos tucumanos es de la Nación? Probablemente tendrá que explicar eso al fiscal Edgardo Sánchez, que no sólo está conformando un equipo de peritos provinciales y nacionales para analizar el accidente, sino que ha enviado ayer un pedido de informes para que Vialidad provincial entregue una memoria descriptiva de la ruta, con estado de señales y demarcaciones, en la que se explique cuándo fue la última obra de mantenimiento. También, si se hicieron denuncias por robos de carteles o por vandalismo.

A Vialidad (a alguno de sus funcionarios) le caería encima la responsabilidad que les da la Ley Nacional de Tránsito, la 24.445, que en el artículo 22 establece el tipo de señalización (debe ser uniforme en todo el país) y también la obligación de que se coloquen o exijan advertencias de riesgo. ¿La falta de plata es excusa para no cumplir con esa obligación? Hay que recordar que la justificación de la falta de dinero para reparar caminos viene desde hace mucho en la provincia: recientemente hubo una fuerte polémica, a raíz del drama generado por las inundaciones en La Madrid, a propósito del destino de $ 50 millones que envió la Nación para que se reparen caminos, precisamente, en la zona de la tragedia de esta semana.

¿Dónde está el dinero?

La pregunta sobre el dinero implica dos cuestiones fundamentales: uso y control. La primera implica saber cómo se administra el presupuesto. La mayor parte va a sueldos del personal, y el resto debería ir para mantenimiento y obras. ¿Cuando se organiza el presupuesto se plantean estos dos ítems? La historia tucumana de rutas despintadas y poceadas (para ir por los caminos del Este, por ejemplo, entre Macomitas y Delfín Gallo, hay que prepararse para un rally) indica que, como ocurre en reparticiones como la Policía, casi todo se va en pago a personal y las obras dependen de partidas extraordinarias, muy a menudo surgidas de fondos pedidos o extraídos a la Nación.

El ingeniero Pedro Katz, ya jubilado de Vialidad, dice que hay un departamento que hace evaluación de estado de los caminos, pero que las conclusiones y sugerencias que hace no tienen asignación presupuestaria. En el presupuesto figura un ítem, “conservación de caminos”, “pero sus fondos son recortados en el Ministerio de Economía. El resultado: se asigna algo de dinero para atender una o dos rutas y se deja las otras sin ningún tipo de atención”.

En este contexto, mantenimiento es la palabra desconocida en Tucumán. Eso se ve en cualquier área, ya sea municipal, provincial o nacional. La avenida más emblemática de la capital, la Mate de Luna, va camino a ser intransitable por las irregularidades del pavimento, por las lagunas cloacales y por los parches precarios sobre los baches. Lo mismo pasa en la avenida Aconquija o en la avenida Perón, de Yerba Buena. Son las avenidas más famosas, las más transitadas. Las más visibles. Si estas arterias se encuentran en semejante estado, ¿cómo estarán las calles menos célebres? La misma ruta nacional 157, que ahora exhibe carteles en el cruce donde se produjo la tragedia, ha sido peligrosa para transitar durante décadas por las ondulaciones groseras que presentaba el pavimento en la zona de Simoca. Y, ciertamente, las rutas secundarias como la 308 (y todos los caminos provinciales las que unen la 157 con la nueva traza y la vieja ruta 38, en el sur) tienen la pintura prácticamente borrada. No sólo son peligrosas cuando hay neblina; también lo son de noche y cuando llueve, porque el tránsito en ellas, además, es descontrolado.

Hoy lamentamos un drama enorme como el de los jubilados de Mendoza, pero en esas zonas hay pequeñas tragedias cotidianas que apenas aparecen en las crónicas. Muy cerca del cruce fatal, en la 308, falleció en la noche del 20 de mayo Carlos Pujol , quien viajaba como acompañante en un auto que chocó contra una camioneta. Los familiares de Pujol denunciaron en carta de lectores que en el lugar “no hay iluminación y mucho menos señalización”. Si hay un fiscal que investiga este accidente, acaso tendría que exigir respuestas a Vialidad, como está haciendo Sánchez en la tragedia actual.

¿Quién controla?

La segunda cuestión vinculada con el dinero es el control. ¿Qué garantía tiene la ciudadanía de que las obras están bien hechas? ¿Cómo saber si los percances ocurren por falta de conservación o fallas de origen? Ahí están renegando con el cierre de la nueva ruta 38 entre Aguilares y Alberdi, debido a problemas en tres puentes. Ese tramo tiene cuatro años. En San Miguel de Tucumán aún no saben qué pasa con el túnel de la calle Mendoza, que tiene filtraciones. Una obra que tiene cuatro años. Nadie sabe por qué se cayó el puente sobre avenida Colón hace medio año. Una obra que tenía cuatro años. Además, Tucumán tiene la vergüenza de los 11 puentes caídos en los tiempos de las inundaciones de La Madrid; y ya arrastraba problemas añejos como la tragedia del bioquímico Luis Bravo en el puente sobre el arroyo El Sueño, llevado por el agua embravecida, en 2000. ¿Falta de mantenimiento? ¿Falta de control?

Esperar respuesta de la Justicia puede ser engorroso. Los juicios contra el Estado por accidentes en los caminos son difíciles, hay que probar qué falló en el deber de vigilancia. Pasan por la Cámara en lo Contencioso Administrativo. Dicen que aún hay familiares de víctimas del accidente de los peregrinos tucumanos en la cuesta del Totoral, de 2002, reclamando resarcimiento, más allá de la condena penal al chofer y a un policía que hizo la vista gorda para dejar pasar el ómibus limonero en que circulaban.

Las sentencias de la Justicia, además, no hacen que se modifique el sistema. Aquí el tema de la reducción de riesgos, que existe precisamente para aminorar las probables fallas humanas, nunca es considerado. ¿Hará falta que los ciudadanos salgan a la calle, como los “chalecos amarillos” de Francia, para movilizar al Estado paquidermo? Katz dice que “la conservación de los caminos es como la higiene y la limpieza de una casa. No es una actividad menor. Es como la salud. Hay que invertir en la prevención. Pero nosotros sólo cuando nos duele vamos al médico”.

La historia, tristemente, nos dice que los tucumanos circulamos en medio del peligro, sin conciencia de que en cualquier momento nos puede caer la desgracia, como la pared del Parravicini.

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