“Ponele”, “digamos”, “o sea” y tantas otras muletillas ¿molestan o enriquecen el lenguaje?

“Ponele”, “digamos”, “o sea” y tantas otras muletillas ¿molestan o enriquecen el lenguaje?

Dos lingüistas de la UNT explican que las muletillas no son inadecuadas en la conversación, pero sí en situaciones más formales.

El escritor español Juan de Valdés, en su Diálogo de la lengua, de 1535, criticaba a los “bordones de necios” que usan expresiones como “¿entendeisme?” si “no les viene a la memoria el vocablo tan presto como sería menester y os lo dicen muchas veces sin haber cosa que importe entenderla”. Aunque la palabra “entendeisme” les resulte extraña a los hispanohablantes de la posmodernidad, este tipo de locuciones mantiene su vigencia en el siglo XXI (y continúa provocándoles dolores de cabeza a los gramáticos). Todos los días, en el mundo real o la realidad virtual, los argentinos escuchan y leen palabras y expresiones como “ponele”, “che”, “digamos”, “o sea”, “qué sé yo”,  “¿no?”… y cosas así. Y también hay otras más tucumanas, como “¿sabí que…?” o “vo’ ve’”, ¿qué no?

No son inadecuadas, ¿no?

En la época del emperador Carlos V, los bordones de necios usaban bordoncillos. “Bordón” aludía a un líder o un bastón; de ahí el juego de palabras de De Valdés y de ahí las muletillas, bastones que sostienen a los hablantes cuando el vocablo no les viene a la memoria tan presto como sería menester.

Sin embargo, los nuevos manuales de gramática se prestan menos a las metáforas y las quejas: ahora los lingüistas hablan de “marcadores discursivos” y evitan censurarlos. Silvina Douglas, profesora de Lengua y Comunicación de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), explica que, en la conversación coloquial, la presencia de estas partículas no tiene por qué percibirse como inadecuada: “justamente por lo coloquial del registro, por la informalidad, los numerosos reinicios, titubeos y palabras o preguntas finales que se repiten no se estigmatizan. La conversación no es un texto planificado, sino de planificación sobre la marcha, en el que vos te encontrás con un interlocutor con el que tenés un cierto grado de simetría, de conocimiento mutuo, de vivencias compartidas; todo eso hace que en este género aparezcan muchas muletillas”.

Bueno, a veces sí

Para Douglas, la excesiva presencia de marcadores discursivos sí se percibe como inadecuada en situaciones más formales: un profesor que da clase, un estudiante que rinde un examen, un profesional que diserta. “En esas instancias -manifiesta- las muletillas sí pueden ser estigmatizadas, porque pueden hacer ruido y generar una interferencia en la fluidez discursiva, que queda mucho más expuesta en el ejercicio de la oralidad formal”.

Entonces, de acuerdo con Douglas, el desafío consiste en adecuar la forma de hablar a cada situación, porque es probable que las expresiones repetidas proyecten una imagen más dubitativa. Pero, explica ella, “nada es incorrecto, sino que todo es más o menos adecuado según el género discursivo o el contexto comunicativo”.

¿Para qué sirven?

Además de rebelarse contra la interpretación peyorativa de los marcadores discursivos, los estudios contemporáneos de la oralidad han tratado de etiquetarlos según su significado. Ellos pueden funcionar como difusores del significado: es el caso de “digamos”, que atenúa el compromiso del hablante con lo dicho. “También aparecen como preguntas finales (’¿viste?’, ‘¿sí?’, ‘¿no?’) con la intención de contactar al interlocutor, o con la función pragmática de ganar tiempo para la organización del propio discurso”, agrega Douglas.

María Stella Taboada, docente de Lingüística de la UNT, considera otras partículas y las asocia con las prácticas culturales de los hablantes. “Mi abuelo -recuerda- usaba ‘vale decir’. Era una práctica, bastante común entre la gente de su edad, que implicaba un posicionamiento del sujeto que quiere explicarle algo a otro, que no se limita a afirmar o enunciar, sino que, después del ‘vale decir’, explica. Y en la época de las prácticas autoritarias, había también otro de esos recursos, que era: ‘y punto’. ‘Tal cosa se hace así. Y punto’. O sea, y más vale que no sigás preguntando porque se terminó. Y esto se hacía con una metáfora de la escritura. Entonces también hay que vincular estos recursos con los contextos sociales”.

Repensar las ¿muletillas?

Por otra parte, Taboada rechaza el término “muletilla”: “es una designación despectiva, porque mira ciertos recursos como si todo el mundo hablara sin hacer reflexiones sobre lo que dice y analiza la oralidad desde la escritura. Y lamentablemente eso circula junto con la idea de que el sujeto que no habla de corrido tiene alguna discapacidad. Pero en realidad ninguno de nosotros habla de corrido”.

A diferencia de lo que sucede sobre el papel, donde se puede planificar lo que se va a escribir, durante la conversación una persona necesita tiempo para hilar, para reflexionar. En consecuencia, debe apelar a diferentes recursos para vincular lo que ha dicho y lo que dirá. “El hablante puede apelar al silencio o utilizar algunos términos comunes. Pero ellos no son muletas; por el contrario, son recursos necesarios de monitoreo de la reflexión oral, porque el lenguaje verbal se funda en el sonido, que es volátil, y se sostiene sobre nuestra memoria, que es finita”, argumenta Taboada.

Así, de acuerdo con ella, resulta útil mirar y pensar desde otro lugar estas prácticas lingüísticas, porque ponerles sellos limita las potencialidades del lenguaje. “Decirles ‘muletillas’ para lo único que sirve es para enmudecer: ‘ah, este tipo apela a muletillas, no sabe hablar’. Incluso el silencio, cuando la gente apela a él para relacionar lo que viene diciendo, ha sido mirado despectivamente: no el silencio como sostén para la reflexión, sino como silencio del que no sabe. Entonces me parece que lo de las muletillas habría que repensarlo y que habría que mirar críticamente ese concepto”, concluye Taboada.

¿Y la moda del “ponele”?

Este reportaje nació a raíz de la hoy muy común expresión “ponele”, que sirve para muchas cosas:para ejemplificar, quitarle literalidad a lo antedicho o introducir un supuesto. Según Taboada, considerado ampliamente, este es un marcador que habla de la posición que ha tomado el sujeto. “Algunos hablan de recursos de mitigación del lenguaje, pero depende del contexto, porque las prácticas orales están vinculadas a los sujetos que las producen. Entonces ‘ponele’ puede significar que lo que se dice se plantea como una posibilidad, pero también puede significar lo contrario”, arguye.

En cualquier caso, “ponele” también es una moda. A veces se difunden ciertas formas de decir: hoy es esta, antes fue aquélla, después será otra. “Había una época -rememora Taboada- en la que cada tres minutos se decía: ‘nada’. Era hasta contradictorio, porque si vos decís algo y después decís: ‘nada’, estás negando lo que dijiste primero. Pero lo que sucede es que ese ‘nada’ no era un recurso de hilación, sino una marca de adscripción a un grupo”.

Entonces, así como habría que evitar hablar de muletillas, también habría que distinguir cuándo estas expresiones funcionan como modas y cuándo como marcadores discursivos, porque mezclarlas no hace sino favorecer la confusión, ¿no?

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