Los trabajos que nadie quiere, pero alguien debe hacer

¿De qué trabajás? “Soy sepulturero”. “Soy desactivador de explosivos”. “Limpio vidrios en altura”. Son ingratos. Dan pesadillas. Estas son historias de figuritas muy difíciles de conseguir: los trabajos que nadie quiere, pero que alguien debe hacer sí o sí.

LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.- LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.-
Lucía Lozano
Por Lucía Lozano 30 Junio 2019

> Un oficio explosivo:
Así trabajan los desactivadores de bombas

Martín Aguilar y Juan Víctor Funes se arman de valor para protegernos cuando aparece una granada o un proyectil.

Una botella de plástico duro. Probablemente esté llena de explosivo. Dos cables eléctricos que se unen a un detonador. Un mal paso y todo puede saltar por los aires. Así que los expertos deben calcular fríamente cada uno de sus movimientos. Y lograr desactivar el artefacto casero ahora que este local de Aguilares acaba de ser desalojado por amenaza de bomba.

“Hay que armarse de valor”, dice Martín Aguilar (48 años), técnico en explosivos. Un desactivador de bombas sabe que comienza un operativo. Pero no está seguro de que lo que va a terminar. “Son las reglas del juego”, evalúa el hombre que lleva 16 años de preparación y trabajo con proyectiles y granadas. Actualmente es el jefe de la Brigada de Explosivos de la Policía de Tucumán y uno de los únicos tres efectivos de la fuerza autorizados a desactivar bombas.

Cuando el teléfono suena informando una amenaza se calza el chaleco y el casco. Recoge sus herramientas y un escudo para protegerse. Nunca llega solo (tiene un equipo de 12 personas). Los detectores de metales y un perro llamado “Ramón” los ayudan a ubicar el artefacto peligroso. De la habilidad o de la sangre fría para manejar un explosivo depende la vida. “Por seguridad trabajamos a distancia. Una vez que evaluamos que el explosivo no detonará fácilmente o que no está trampeado, nos acercamos a desactivarlo”, cuenta el hombre que tiene tres reglas de oro: no tocar, no permanecer y no mover. “Siempre nos encomendamos a Dios. Pero tenemos claro que en este trabajo el primer error es el último”, resume.

Arman un perímetro de seguridad teniendo en cuenta datos de base. Por ejemplo, 700 gramos de TNT (químico explosivo) pueden causar, al explotar, un pozo de 20 centímetros. Y las esquirlas, producir daño a las personas que estén hasta a 20 metros de distancia.

La mayor parte del trabajo de los desactivadores surge por la aparición repentina de explosivos en la vía pública. “Generalmente pertenecieron a personas que estaban en el Ejército y se las llevaron como souvenir. Los familiares que los encuentran en las casas quieren deshacerse de ellos por temor y los dejan por ahí”, relata. Casi no hay bombas de fabricación casera en Tucumán. Pero cuando aparecen, ellos saben que constituyen lo peor. Porque no saben cuáles pueden ser las consecuencias.

Aparecen granadas en basurales, proyectiles en los campos o en viviendas particulares. “No importa el tiempo que lleven guardados; siempre existe el peligro de que detonen. A veces las personas desconocen esto y las usan mal. Entonces, todo puede terminar en una tragedia”, advierte.

Uno de los momentos más dramáticos que vivió fue cuando se encontraron granadas del tipo EAM5 tiradas en una alcantarilla frente a la iglesia San Roque. Lograr sacarlas de ahí fue una lotería, admite. Porque se trataba de explosivos preparados para estallar ante el menor roce. Si detonaban hubieran causado una tragedia, cuenta aún impactado por ese hecho.

En su oficina hay un abanico de opciones creadas por el hombre para matar, herir o mutilar a otras personas. Según Aguilar, su trabajo es apasionante. Aunque reconoce que pocos quieren dedicarse a él. No es para cualquiera. El entró por casualidad. Estaba en Bomberos y lo tentaron. Lo mismo le ocurrió al oficial Juan Víctor Funes, técnico especialista en explosivos.

Es una especialidad poco buscada por los policías y que atemoriza a los familiares de quienes lo llevan adelante. No solo trabajan ante una amenaza. También lo hacen cuando llega a la provincia una personalidad. Deben revisar cada rincón de los espacios que visitará y asegurarse que no haya peligro. Además, los llaman en las celebraciones judías para hacer chequeos. La lucha contra los explosivos también incluye trabajar en vano cuando se produce una falsa alarma generada, en general, por bromistas. Ocurren todo el tiempo, especialmente en fechas de exámenes. A ellos les causa indignación. Igual mantienen la calma, porque, en este profesión, es mejor la sangre fría.

> Materiales peligrosos
El derrame de un material peligroso y letal o un escape de gas los pone en acción. Se calzan enormes trajes y quedan encapsulados en su interior, con tubos de oxígeno propio. En sus manos puede estar la seguridad de las personas y la del medio ambiente. Son los especialistas de la División Materiales Peligrosos (Dimap), que depende de Bomberos de la Policía. El subcomisario Carlos Alvarez (jefe de la repartición) y el cabo Juan Romero se especializan para enfrentar las nuevas amenazas del mundo moderno: los riesgos biológicos. No es un trabajo para cualquiera, reconocen. Para salvar la vida del otro hay que poner la de uno en juego. 

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