Espectáculos de subsistencia

Al hablar de crisis económica, las generalizaciones abundan. La falta de precisión deriva en que, de pronto, no se llegue a datos concretos sobre la ausencia de dinero. En el arte, además, esa dificultad se expresa en un doble sentido: no hay plata para pagar una entrada a un show pero tampoco para producirlo. Los artistas independientes tucumanos apuntan a una economía de subsistencia cada vez que se sientan a pensar en una presentación. Redondear un centenar de espectadores es lograr un éxito de taquilla casi impensado en este momento, ponerse en el tope de la lista. El achique de las salas (en algunos casos, su cierre) responde a una realidad que se viene dando desde hace tiempo: cada vez menos gente sale de su casa para ir a un espectáculo. Hubo obvios cambios en el consumo cultural, pero en el último tramo de la decisión pesa más la sequía que el gusto. Se elige por el bolsillo.

Tucumán sigue siendo la plaza de la región NOA que, en promedio, el público mejor responde cada vez que llega un artista nacional o internacional, pero las cifras de entradas vendidas pasaron a ser iguales que en la poco habitada Patagonia; tiempo atrás quedaron los carteles de “no hay más localidades”, que eran habituales de la provincia más densamente poblada del país.

Incluso hubo suspensiones de actuaciones que antes hubiesen llenado las salas, como las frustradas visitas del trovador Pablo Milanés; del monologuista Diego Reinhold; de Litto Nebbia, Nito Mestre, Ricardo Soulé y Silvina Garré, y este domingo, de la española Amaia Montero, todos estilos y públicos muy distintos que evidencian que el tema es estructural, atraviesa estéticas y no es sólo de convocatoria ni nombres. “Está en tus manos” es el nombre del show fallido de los históricos referentes rockeros argentinos, veteranos de 1.000 batallas que no pudieron vencer en Tucumán (no llegaron a vender 300 entradas hasta el instante de la suspensión, cuando el punto de equilibrio económico estaba en el doble). Estará en las manos de cada uno decidir ir a verlos, pero no en los bolsillos comprar las entradas. Algo similar pasó en los números de Montero (apenas 237 entradas vendidas al tiempo de la cancelación), pese a que tanto la ex vocalista de La Oreja de Van Gogh como Mestre y Garré habían cumplido adecuadamente con una gira de promoción previa para asegurarse éxito en las ventas. Las fórmulas de antaño no prosperan en este momento.

La excepción, para muchos inentendible, está en los shows orientados al público adolescente y joven, de un rango que va de los 14 a los 30 años, que llenan las salas y compran las entradas más costosas con meet & greet incluido (les asegura tanto las mejores ubicaciones como un encuentro con el artista deseado con no más de un centenar de fanáticos). Como es un sector etario que, en su mayoría, no tiene ingresos propios, el pago debe salir de sus padres o benefactores. Al elegir entre un espectáculo para uno o hacerlo para los hijos, parece que se opta por lo último. O quizás, simplemente, no hay suficiente atracción en la cartelera propuesta. Una excepción para adultos fue “El vestidor”, con llenos en el teatro Alberdi sábado y domingo.

En ese contexto agobiante, las palabras de Adrián Iaies al abrir el reciente Festival Internacional de Jazz organizado por el Ente Cultural sonaron con una significación especial. El pianista y compositor es el gran selector de los números a presentar, con experiencia acreditada en su tarea de director del festival homónimo porteño. Iaies confesó que hacer el primer encuentro es fácil, que lo realmente complejo es darle continuidad a un proyecto en el tiempo. Fue una confesión del desafío de fondo de todo gestor, antes que un mero formalismo. Si algo debe reconocerse en la labor de Mauricio Guzman, que está llegando a su fin, es haber mantenido distintas propuestas y creado otras como esta cita anual con el jazz, y está la esperanza de que se institucionalicen en el trabajo de quien vaya a reemplazarlo. Hay muchas cosas por mejorar en el Ente, muchas por desarrollar y muchas por impulsar, pero ninguna de ellas debe ser a costa de dar por tierra con lo que se hizo en este campo sino partir desde allí.

Hay una tentación de sentir que lo hecho llegó para quedarse y no es así. No hay nada garantizado; se requiere de una decisión política y de una acción de Estado para su sostenimiento y evolución. Un ejemplo es el festival de cine Gerardo Vallejo, que en agosto llegará a su edición número 14 (Guzman comenzó a ocupar su sillón en 2004, tres años antes) y pasó de un certamen nacional a uno internacional y de directores consagrados a óperas primas. Este año le suma la Competencia Oficial Argentina.

El sendero del jazz, en cambio, soportado mayormente por las arcas del Consejo Federal de Inversiones (organismo nacional al que aportan todas las provincias), empezó con grandes nombres en el San Martín y sigue esa línea, con propuestas orientadas a un público joven en los escenarios colaterales y más chicos. Lo más innovador fue la presencia del Ha Noi Trío, que dejó sonidos, registros y desafíos musicales que pocas veces pasaron por la provincia.

Otra propuesta auspiciosa es la segunda edición del Concurso Internacional de Piano, coorganizada entre el Ente y la Universidad San Pablo-T. Que esté orientada a jóvenes intérpretes y que apunte a la primera etapa de su carrera profesional augura que muchos de los que participarán quizás demoren años en volver a Tucumán y lo hagan con otro perfil (y otro costo, obviamente).

Los casi 60 años del Septiembre Musical sólo le asegura haber llegado a ser de la tercera edad, pero se enfrenta con la exigencia de la innovación antes que de la repetición. Algo similar se vive en el ámbito de la Universidad Nacional de Tucumán con el Julio Cultural, que llega en una semana a los 21 años ininterrumpidos. Ambos una sucesión de espectáculos desligados entre sí, sin una línea rectora unificadora de concepto. Precisamente, la UNT es el ejemplo más acabado de que lo que se daba se puede terminar, como pasó con el discontinuado Megaconcierto de Navidad.

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