"Dolor y gloria", a la altura de lo mejor de Amodóvar

"Dolor y gloria", a la altura de lo mejor de Amodóvar

> CRÍTICAS DE CINE

DOLOR Y GLORIA | DRAMA - PM16 - 113’

Muy buena

Origen: España, 2019. Dirección: Pedro Almodóvar. Con: Antonio Banderas, Asier Etxeandia, Penélope Cruz, Nora Navas, Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano, Asier Flores, César Vicente. Guión: Pedro Almodóvar. Fotografía: José Luis Alcaine. Música: Alberto Iglesias.

Jacinta instruye a Salvador sobre cómo debe amortajarla: la cabeza de negro, el resto del cuerpo de blanco, un rosario entre las manos y los pies descalzos. “Porque al lugar al que voy quiero ingresar ligera”, le explica. Ambos se miran, se acarician. Más tarde la conexión se enrarece. Ella suelta reproches. “No fuiste un buen hijo”, le dice. Él pide perdón. Hay tanta melancolía en esos encuentros como en cada rincón de “Dolor y gloria”. Si Pedro Almodóvar abrió su corazón en este relato netamente autorreferencial no lo hizo dispuesto a la indulgencia ni a la liviandad. Su película es descarnada, por momentos triste, pero a la vez elegante y capaz de guardarse un generoso espacio para la redención. “Dolor y gloria” está a la altura de lo mejor de su obra.

La densidad dramática de “Dolor y gloria” descansa en gran medida sobre el sufrimiento encerrado en la mirada de Antonio Banderas. Alter ego de Almodóvar, el Salvador Mallo de Banderas sufre por loos duelos irresueltos y por los tormentos de un físico que le pasa factura a cada instante. A Salvador lo atormentan los dolores de espalda y de cabeza, pero sobre todo los dolores del espíritu. El trabajo corporal de Banderas es preciso: los movimientos lentos y calculados, el hablar pausado, la gestualidad justa. Todo está contenido en los ojos y en las confesiones tardías. El premio al mejor actor que recibió en el Festival de Cannes luce más que merecido.

Almodóvar y Banderas son amigos de la vida y socios de un cine que entregó películas maravillosas. “Dolor y gloria” es el reencuentro de dos compinches anclados en la madurez. Almodóvar no podía elegir otro actor tratándose de un texto tan personal. Pero como Fellini o Truffaut, autores que transitaron ese camino de contarse a sí mismos en la pantalla, Almodóvar despliega los trucos narrativos a su manera. Se desnuda, pero a la vez se perdona.

Abrumado, porque ni el cuerpo ni el alma le dan respiro, Salvador descubre la heroína. Y empieza a viajar. Los flashbacks recorren los primeros años en Paterna, allí donde Salvador materializa “el primer deseo” y construye la relación con Jacinta (Penelópe Cruz, luego Julieta Serrano en la vejez). De la España pobre y cristiana de la niñez, Salvador viaja a Federico (Leonardo Sbaraglia), el amor que lo marcó para siempre. Esos pasajes quedarán estampados en una obra teatral que Alberto (Asier Etxeandia), actor con el que se reconcilia después de 32 años, le arrancará a Salvador de la intimidad.

Algunas estocadas dialécticas de humor netamente almodovariano le dan aire a la película. No son muchas. La depresión de Salvador está pintada del rojo de su departamento y del blanco de la casa-cueva familiar que tenía al cielo por techo. Almodóvar filma con un buen gusto exento de desbordes. Así es “Dolor y gloria”: profunda, emocionante y a la vez enfocada. Almodóvar mira al mundo -su mundo- con la certeza de un artista colmado de convicciones.

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