La era de la filtración

La era de la filtración

Tanto en la Nación como en Tucumán, durante la semana que pasó, ha quedado expuesto que las “operaciones” son determinantes para la toma de decisiones de los hombres y las mujeres que se disputan el poder político.

La era de la filtración

Hubo un tiempo en el que la verdad era hija de la discusión y del acuerdo posterior. La prensa se ocupaba chequearla y de confirmarla. Ella quedaba petrificada en leyes o costumbres que daban tranquilidad y certezas. Los padres eran políticos nietos de la ética y de la transparencia. Ellos discutían para tener el poder. Así, una vez que recibían la consagración de los votos se dedicaban a gobernar, que no era otra cosa que cumplir con las promesas hechas durante las campañas.

Hay un tiempo en el que aquellas metáforas son argumentos idealizados. Nada más. Se discute en el nombre del poder, pero quien gobierna no es el más poderoso, precisamente. La verdad es un valor relativo que ni la prensa ni las redes sociales ni los ciudadanos puede asir por mucho tiempo. Todo está envuelto en la vacuidad. En épocas electorales los titiriteros del poder asoman la cara, pero no se los conoce. Siguen ocultos tras las bambalinas.

Esta semana que ya no volverá nunca más ha sido preclara en estas cuestiones. Todo el país estuvo pendiente de las famosas “escuchas”. Fue más importante que la convención de un partido tradicional como el radicalismo. El oficialismo, la oposición, la otra oposición e incluso la otra oposición, al igual que los jóvenes, los viejos, los empresarios, los gremialistas, la prensa y hasta los bebés que aún balbucean, hablaron de las escuchas de Cristina Fernández de Kirchner. Cada vez que hay elecciones en la Argentina se asoman las operaciones que están muy lejos de la precisión quirúrgica. Se trata de acciones muy claras de personas -los más amables les llaman servicios; y los envidiosos les denominan servicios de inteligencia- que se meten en la intimidad de los referentes de la política para manejarlos. Ellos son los dueños de la verdad actualmente. Y los demás -sean presidentes, ministros, gobernadores o periodistas- obran en consecuencia. Hoy no importa lo que se dice ni lo que se firma sino lo que se filtra.

La discusión a principios de la semana era sobre suposiciones, sobre cosas relativas, y lo más firme era si aquellas escuchas donde se sinceraban operaciones con jueces sobre actos de corrupción tenían visos de legalidad o no. ¿Qué importa? En realidad, no debería importar porque la discusión debería ser sobre hechos concretos. Sin embargo, la corrupción es tan relativa como la verdad. O como la Justicia misma.

El tiempo es veloz

El tiempo es tan veloz que la “operación escucha” duró 48 horas. Lo suficiente para que los políticos apuraran todo para dar vuelta la página. Cristina Fernández se sacó una foto y, durante un día completo, todos -los actores principales de las redes sociales, en primer término- se dedicaron a especular si la imagen era un mensaje o no. Y lo fue. Aquella fotografía de la ex presidenta con Axel Kicillof y Verónica Magario se convirtió en la fórmula K para gobernar Buenos Aires. Pero también fue el despertador para que Sergio Massa, que ve pasar oportunidades por la ventanilla de su tren, tomara algunas decisiones. La velocidad de la política en época de comicios es más rápida que la del sonido.

A la tucumana

Tucumán no escapa a estos movimientos. Las elecciones ya se juegan en tiempo de descuento. Los organizadores de este gran partido hicieron la mejor jugada antes de que todo comenzara. El adelantamiento de los comicios, camuflado como una decisión de la Justicia a raíz de la presentación de alguien que no era el oficialismo, fue clave. El gobierno de Juan Manzur sacó ventaja porque entró a la cancha mucho más entrenado, ya que tuvo la fórmula que competiría varios meses antes que los otros ocho contendientes.

Las incertezas y la falta de preparación aparecieron en el debate que se desarrolló en los estudios televisivos de LA GACETA. Allí se vio la esfinge de Manzur que, impávida, consolidó el peronismo. No quedaron dudas de que él es el referente. La ausencia de José Alperovich sirvió para confirmar cómo en los tramos finales el ex mandatario se diluyó. Todo es poco claro en él. No es peronista, pero coquetea con Cristina. No es K porque nunca lo fue, aunque su esposa sea la fanática número 1. Tampoco es el hombre fuerte que gobernaba porque cualquier dirigente que supo obedecerlo lo ningunea. Dice que propone una política nueva con transparencia, pero no da la cara en un debate. Alperovich afronta los últimos tramos de campaña con el traje de Superman, pero después de haber sido afectado por la kriptonita. Es la incógnita de los comicios.

En el debate se conoció a Silvia Elías de Pérez, quien se sintió fortalecida después de pelear contra Manzur y contra Ricardo Bussi. Sin embargo, la senadora no mostró solvencia cuando la atacaron frontalmente respecto de sus vínculos macristas y de su sociedad con el peronismo del intendente Germán Alfaro, quien la vivó y aplaudió como un fanático durante el debate.

Tanto ella como Bussi recurrieron a golpes bajos. Se sacaron trapitos al sol. Mostraron informes que debieran ser públicos, pero a los que sólo algunos tienen acceso. Elías de Pérez le enrostró al concejal viajes y propiedades; y él blandió subsidios municipales que ayudan a la senadora en la campaña. De nuevo, las operaciones hacen de las suyas.

Curiosamente, el golpe más certero de Elías de Pérez no salió de papeles oscuros ni ocultos, sino de la confirmación de lo que ya se sabe, pero de lo que no se habla: la doble candidatura de Bussi. Ello muestra la debilidad electoral del edil y lo deja bajo la sospecha del doble discurso. La respuesta del hijo del ex gobernador no fue de las mejores porque su enojo no debe haber sumado mucho.

De todos modos, las elucubraciones sobre los debates son sólo eso. La riqueza de los debates es que cada uno de los que ve se queda con su verdad. Hay quienes aplauden gestos, otros respuestas. No falta el que se engancha con razonamientos, ni los que disfrutan con una contestación tajante, y hasta con un grito desesperado. Los debates hay para todos los gustos y echan por tierra cualquier razonamiento posterior.

Llega la hora del voto

Durante estos últimos siete días decantará lo que quedó de aquel debate. Las encuestas se mostrarán en privado. No serán públicas porque vienen cargadas con verdades que las otras no supieron atesorar. No son las de los primeros días, cuando algunos números parecían “operados” con fino bisturí de campaña.

A los sondeos se les ha dado más importancia que a los proyectos en estos comicios. Muchos electores irán el domingo a las escuelas a votar por una imagen, por una simpatía, por su militancia, por su ideología o simplemente porque es una obligación; pero no movidos por un plan preciso, cargado de proyectos que se desplegarán los próximos cuatro años. Faltaron esta vez.

En medio de esa confusión, Manzur sigue obsesionado con el peronismo: quiere a todos los pollos bajo su ala. Por eso ni siquiera compite o discute con Silvia Elías de Pérez o con Bussi. Su pelea es con Germán Alfaro, el intendente de la Capital que busca su reelección.

En el presupuesto electoral se han dedicado muchísimos miles de pesos para pegar afiches anónimos para atacar a Alfaro. Una apuesta de alto riesgo para Manzur y su equipo. Si los ciudadanos capitalinos vuelven a darle el respaldo de 2015 a Alfaro, esa campaña se convertirá en un bumerán inesperado para el mandatario provincial. La desesperación por hacerlo quedar con ropaje amarillo y rodeado de globitos puede generarle dolores de cabeza. Si el actual intendente termina siendo reelecto en la casa de Gobierno habrá ganado la expresión política que el oficialismo presentaba como “el enemigo” y, por lo tanto, lo fortalecerá.

La ansiedad por destruir al rival a veces no deja ver los riesgos.

Locros demasiado caros

En los barrios no se vive la fiesta electoral. Por el contrario, es una verdadera guerra. Gane quien triunfe el “9J”, la reforma política deberá contemplar lo que la dirigencia política no ve porque está obnubilada por un presente continuo que la enriquece, pero nada más. Por eso sus miembros no tienen problemas en pagar para que los aplaudan. Incluso hay casos en los cuales los candidatos han pagado para que alguien vaya a los locros que organizan. En ese abismo se ha caído esta campaña.

En los barrios, la discusión más fuerte es entre los propios candidatos de un mismo espacio. Los celos y las discusiones a veces llegan a dirimirse a los tiros. Pero lo más grave es que en muchos vecindarios los dueños de la calle, de las paredes y hasta de los vecinos no son los punteros sino los dealers que venden droga. A ellos, los políticos deben pedirles permiso. O instrucciones. Como a los servicios. De inteligencia.

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