¿Quién será el cuarto?

La elección provincial que viene será la décima desde 1983. Quien la gane deberá hacerlo obteniendo, por lo menos, 400.000 votos. Aunque desde los diferentes espacios, según sus encuestas, se dice que podrían ganar hasta con menos de 300.000. Antes de bucear en datos para llegar a la primera afirmación -muy especulativa, por cierto-, hay que decir que votación tras votación se fue incrementando el número de votantes, pasando de los 489.000 de los comicios en los que ganó Fernando Riera -en el regreso a la democracia-, a los 952.000 de 2015, en los que se impuso Juan Manzur.

Sin embargo, sorprendentemente, la relación porcentual entre los que votaron y los electores en condiciones de votar no siguió la misma curva ascendente, sino que fue variando. En 1983 fue del 81%; luego fue decreciendo hasta el mínimo de 67% en 1999, cuando el peronista Julio Miranda le ganó por tan sólo 4.000 votos a Ricardo Bussi (FR): 224.000 contra 220.000. Fue la histórica noche en la que uno de ellos se acostó ganador y se levantó derrotado; al revés del que se impuso, que hasta había reconocido públicamente que había perdido.

Posteriormente, los porcentajes fueron creciendo cada cuatro años: 72% en 2003, 74% en 2007, 83% en 2011 y 85% en 2015. ¿Creció el interés por ir a las urnas? Es lo que parecen decir los números; sin embargo, hay que analizar el rol que cumplió el sistema de acople en estas cifras ya que, desde 2007 a la fecha, los partidos acoplados fueron aumentando. Eso implicó más listas trabajando territorialmente por la captación de votos, aunque finalmente muchas de ellas no lograron depositar un representante en los cuerpos legislativos.

Si la última proyección se mantiene en Tucumán, se podría estimar que el 9 de junio aumentaría en un par de puntos porcentuales la cifra de votantes; lo que significaría hablar de un 87% a un 88% de electores que acudirían a las urnas del total de empadronados. O sea, casi un millón de ciudadanos pasarían por el cuarto oscuro.

¿A qué viene esto? A tratar de adivinar, intuir, estimar o especular sobre el posible resultado del domingo pero en función de los números conocidos y de lo que viene sucediendo en los comicios anteriores. ¿La conclusión puede ser definitiva? Para nada, en el universo pueden mandar las estadísticas y en matemáticas la interpolación, pero en Tucumán gobierna la incertidumbre política. Baste repasar parte de su historia: de la mano del peronismo llegó a gobernar la provincia el rey de la canción Ramón “Palito” Ortega, quien lo hizo dignamente y se retiró sin denuncias en su contra. También accedió al Ejecutivo Antonio Bussi, un hombre acusado y condenado por delitos de lesa humanidad, y lo hizo con el voto popular. O sea, no hay que descuidar el posible elemento sorpresa de parte de la ciudadanía.

La oposición, por ejemplo, hizo pie en el tema de la inseguridad para tratar de ganarse el voto de los afligidos que demandan una mayor acción del Estado para que les brinde seguridad. Los mensajes en esa línea son contundentes: Silvia Elías de Pérez (Vamos Tucumán) dijo que ella será la jefa de la Policía, Ricardo Bussi (Fuerza Republicana) repite hasta el cansancio que el que roba va en cana, y José Alperovich (Hacemos Tucumán) alude a la mano dura. Frente al mismo eje temático, habría que ver -si este fuera la principal preocupación de los votantes no oficialistas-, hacia cuál de los tres sectores se canalizará mayormente el sufragio opositor.

Aquí empiezan las especulaciones en torno de lo que viene ocurriendo electoralmente en Tucumán y, colateralmente, en el país. Porque fuera de la frontera provincial, en todas las votaciones que se hicieron, se impusieron los oficialismos, situación que hace sonreír a Manzur. Si esa fuera una línea real, debería imponerse el Frente Justicialista por Tucumán, máxime si se considera que el peronismo siempre obtiene la mayor cantidad de votos en los comicios provinciales, como en 1987 o incluso en aquel que perdió con Bussi (1995), ya que la sumatoria de los votos de los sublemas para legisladores dio más que los que logró FR.

Hoy se da el caso particular de la ruptura de Alperovich con el PJ -aspecto que ilusiona a dos opositores-, por lo que, se supone, cosecharía algunas simpatías peronistas. ¿Cuántas? Esa es la gran pregunta. Misterio si los hay. Lo seguro es que dañará al FJT y que le restará puntos. Lo que hay que observar es si el impacto del perjuicio será el suficiente como para hacerle perder la elección al oficialismo.

Para que esto último ocurra debería captar por lo menos 20 puntos del espacio oficialista. Allí podría entrar a terciar Elías de Pérez (cuya coalición resultó segunda en 2015 y también en la votación nacional de 2017), ya que si de mínima conserva los puntos conseguidos en esas instancias (más de 300.000 votos), y suma unos cuantos más, podría festejar.

¿Le puede sacar realmente 20 puntos Alperovich al Gobierno? El senador dice que va a triunfar, o sea que, según su optimismo, no sólo debería restarle 200.000 votos al peronismo sino, además, lograr una cantidad similar de sufragios proveniente del sector independiente, del radical y del bussista.

Tranquilamente se puede sostener que a él, más que para el resto de los candidatos, le puede resultar más difícil el acceso a la victoria debido a que no posee una estructura territorial afincada y aceitada como la de sus adversarios. Máxime si renegó públicamente de la dirigencia política, precisamente de aquella que acerca a los ciudadanos a las urnas y que fideliza los votos en los circuitos.

Su apuesta es la más riesgosa, por lo que “la” sorpresa de la jornada sería si se impone. Pelear por el voto peronista contra un oficialismo que maneja el PJ y un gigantesco aparato territorial, sostenido en las estructuras del Estado, en los municipios y en las 93 comunas, es una lucha sumamente desigual y, por lo tanto, un intento destinado más a perder que a salir airoso. Alperovich sólo se llevó algunos colaboradores; pero el “aparato” político-institucional siguió en manos de Manzur y de Jaldo.

De buenas a primeras, no tendría chances de ganarle al peronismo oficialista que, encima, tiene el respaldo de 47 acoples, lo que implica un despliegue electoral hasta los últimos rincones de la provincia. Y como para seguir sumando aspectos en contra, el ex gobernador debe buscar votos también en el mismo espacio en el que navegan Elías de Pérez y Bussi. O sea que tiene que raspar en todos lados y, desde ese aspecto, es uno contra todos, y contra los “aparatos” arraigados, políticos e institucionales, chicos o grandes, que cada uno de ellos posee.

La senadora radical, por lo menos, tiene el respaldo estructural de tres municipios: Capital, Concepción y Yerba Buena. En 2015, en la suma de votos de esos distritos, el Acuerdo por el Bicentenario reunió más de 190.000. Los jefes municipales (Alfaro, Sánchez y Campero) tienen el desafío de retener y de ampliar ese número, una cifra importante de cara a la pelea por la gobernación. En 2017, en la elección de diputados, este espacio (Cambiemos por el Bicentenario) obtuvo 319.000 sufragios. O sea, Elías de Pérez tiene motivos para ilusionarse, si se le presta atención a los números.

Pero, ya dijimos, en política gobierna la sorpresa y la incertidumbre. Nada se retiene o permanece inmutable. Se transforma. En teoría, la senadora tendría un buen piso para la disputa central.

Bussi, por su lado, que pegó con sus dichos en materia de inseguridad, podría soñar con partir del piso de 155.000 votos que consiguió en 2017. Sin embargo, no podría alentar el mismo sueño desde los datos electorales que surgen de 2015 donde, aspirando a la gobernación, no llegó a reunir 30.000 adhesiones (en las últimas tres elecciones provinciales rondó por esas cifras). El concejal, para imponerse debería obtener, por lo menos, 250.000 votos más que los que sacó hace dos años. Tremenda cifra para decir que con 400.000 votos podría desbancar al oficialismo e imponerse el 9 de junio.

En comparación con Alperovich, Bussi, por lo menos, tiene datos sobre los cuales basarse. El senador, en cambio, no parte de ninguno cercano: sólo el de su elección como senador de hace cuatro años, donde consiguió 440.000 votos, pero con todo el aparato oficialista detrás; el mismo que ahora no tiene. Si resulta que el famoso “aparato” era el que sostenía tamaño acompañamiento, el problema será más que serio para Alperovich, porque saldría a pelear sin las armas de otrora. Se parecería a un combate por el peronismo entre alguien que sale armado con una piedra y otro con un ejército con catapultas.

Si de números, antecedentes y datos estadísticos se trata, se puede señalar que: Alperovich arremete a la lid sin conocerse su caudal de votos -por más encuesta que haga circular-, que Bussi trae sobre sus espaldas escuálidas cifras en las últimas tres elecciones provinciales -aunque la de 2017 le resulte esperanzadora-, que Elías de Pérez puede creer que aquellos votos que supieron respaldar al diputado José Cano se trasladarán hacia ella -ya sea para ser segunda o para aspirar a triunfar-, y que Manzur es, entre todos, el que más optimista puede estar. Por supuesto, todo esto, basándose en lo que viene ocurriendo con un oficialismo que se viene imponiéndose desde 1999 a la fecha. En una mesa de apuestas, los tickets al oficialismo serían los que menos pagan.

En fin, se puede suponer que el Gobierno perderá puntos a causa del alejamiento de Alperovich, que no alcanzará el 50% de los votos -porcentual que superó en las últimos tres elecciones-, y que andará cerca de 400.000 boletas en su favor. Es posible. Entonces, los 600.000 restantes -si sufraga un millón de personas- deberían distribuirse entre Elías de Pérez, Bussi y Alperovich. Para imponerse, cualquiera de ellos debería lograr 400.000 y los otros dos repartirse los restantes 200.000. ¿Puede suceder? Entre tantas especulaciones, proyecciones, estimaciones, lo único que emerge como certeza es que el que gane deberá hacerlo con una cifra cercana a los 400.000 votos, en más o en menos. ¿Quién de todos ellos está en mejores condiciones de lograrlo? O mejor, un reto para la apuesta: ¿quién será el cuarto?

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