Una madre que descompone lo que toca

Una madre que descompone lo que toca

Trama que nos enfrenta con preguntas angustiantes.

EN EL CINE. La nouvelle de Martínez se convirtió en El hijo, película estrenada este año. Joaquín Furriel interpreta a Lorenzo Roy y aquí aparece en una escena con el bebé que es uno de los ejes de la historia. EN EL CINE. La nouvelle de Martínez se convirtió en El hijo, película estrenada este año. Joaquín Furriel interpreta a Lorenzo Roy y aquí aparece en una escena con el bebé que es uno de los ejes de la historia.
26 Mayo 2019

NOUVELLE

UNA MADRE PROTECTORA

GUILLERMO MARTÍNEZ 

(Planeta - Buenos Aires)

Es la hija que crece y se va de casa. Que reclama su espacio. Que sabe que precisa de sus padres pero también, que ya es tiempo. De partir. De dejar. De ser sola. La nouvelle Una madre protectora es parte y cierre del libro de Guillermo Martínez Una felicidad repulsiva, publicado en 2013, y ahora además una historia independiente, con portada propia, solapa, postfacio y una contratapa escrita por Samanta Schweblin que da la razón: “Inteligente, imprevisible y perturbador, sin duda este relato merece al fin su edición especial”. Acá está.

La historia es lo que no es el libro. Los personajes son lo que no es el autor. No consiguen lo que él pudo: no se animan, no confían, no sueltan. Un pintor carismático se enamora de una mujer extranjera que conoce poco y se mudan juntos y tienen un bebé y comienzan los problemas y todo se vuelve borroso y pasa lo que pasa. Hay violencia, hay misterio, hay culpa, hay negro. Hay un amor que separa, que enferma, que desconfía y que sangra. Hay una madre que crece como mancha y que descompone lo que toca. Un aire que huele a putrefacto.

Dilemas que interpelan

Con una prosa bella y simple, rítmica, Martínez cuenta con detalles justos y nombres propios y consigue así que el lector de a poco se vuelva como esa madre: que quiera más, que no se canse, que no pueda parar hasta el fin. Con una prosa bella y simple, rítmica, Martínez se mete en temas que nos angustian, consigue que la novela nos toque el hombro. ¿El amor es siempre sano? ¿La mamá es siempre la mejor compañía para el hijo? ¿Cuánto conocemos a nuestra familia? ¿Cómo se llega a la verdad? ¿Para qué sirve el tiempo? ¿El querer basta?

El autor de Los crímenes de Oxford, doctor en matemáticas y Premio Planeta, comparte rasgos con el narrador y abre así otra intriga: no es él, pero tal vez, ambos saben de matemáticas, de las ciencias. La primera persona siempre invita a la sospecha. Martínez mismo lo muestra al escribir. Su narrador, que ya sabe cómo termina la historia porque es pasada, visita una muestra de arte y dice: “Me acerqué a otro (cuadro), el único que me interesó de verdad: era una forma espiralada, que conservaba un patrón geométrico aunque sugería a la vez algo equívoco y carnal, como si la serena ley matemática se disolviera en un borde difuso al contacto de otro requerimiento tumultuoso y vital”.

Una madre protectora es el relato que no cierra, esa vieja encorvada que no muestra la cara. El drama de las versiones, de las miradas. La congoja que deja la imposibilidad de saber qué es lo real. Al cerrar el libro, el lector comprende que Martínez consiguió una vuelta más: que quien lee sea el otro que se confunda con el narrador. Él tampoco sabrá qué fue lo que ocurrió. De eso trata la literatura. Qué mejor fin puede tener que el de invitar a pensar.

© LA GACETA

DOLORES CAVIGLIA

> Una madre protectora *
Por Guillermo Martínez

Recuerdo perfectamente la primera vez que los vi, en el departamento de Renato y Moriana, porque fue también la primera vez que me invitaron a mí a lo más íntimo del círculo áulico. Se celebraba la aparición del segundo o tercer número de la revista literaria que dirigía en esa época la pareja dorada y éramos todos escritores o, como en mi caso, aspirantes con un par de cuentos, extras todavía sin letra, parte del auditorio juvenil y subyugado que festejaba los sarcasmos feroces de Renato, y los comentarios dejados en el aire, como explosivos de detonación demorada, en apariencia inocentes pero todavía más devastadores de Moriana. Yo había escuchado hablar antes, por supuesto, varias veces de él, de Lorenzo Roy: el pintor amigo de la adolescencia de Renato, el artista generoso que ayudaba a ilustrar la revista y había cedido para una rifa uno de sus originales, el hombre que firmaba sus obras con el bigote en forma de manubrio que se había convertido en su marca, el último mohicano del expresionismo abstracto, como lo había definido una vez Renato. Había escuchado también, cada vez que se lo mencionaba, hablar enfáticamente de su talento, tanto más obvio porque no había sido reconocido todavía más allá de ese grupo. Pero ni aun en aquel tiempo era tan ingenuo como para no darme cuenta de que «talento» en boca de Renato y Moriana era un elogio genérico y casi automático, una distinción que al conferirla se otorgaban también a sí mismos: si era amigo de ellos, naturalmente tenía que ser talentoso.
* Fragmento.

PERFIL

Guillermo Martínez se licenció en 1984 en Matemática, en la Universidad Nacional del Sur. Luego se doctoró en Buenos Aires y completó sus estudios en Oxford. Ganador de importantes premios literarios, publicó Infierno grande, Acerca de Roderer, La mujer del maestro, La muerte lenta de Luciana B., Yo también tuve una novia bisexual y los ensayos Borges y la matemática, La fórmula de la inmortalidad y Gödel para todos (junto con Gustavo Piñeiro). Ganó el Premio Planeta con Crímenes imperceptibles, novela traducida a 35 idiomas y llevada al cine por Álex de la Iglesia. En 2014 ganó el Premio García Márquez por su libro Una felicidad repulsiva. Acaba de publicar Los crímenes de Alicia.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios