Para muchos tucumanos el frío es una mala noticia

Para muchos tucumanos el frío es una mala noticia

Más del 30% de los hogares argentinos sufre pobreza energética extrema, de acuerdo con un estudio del Observatorio de la Energía, Tecnología e Infraestructura para el Desarrollo (Oetec). En otras palabras: un elevadísimo porcentaje de la población le pone el pecho al frío invernal, imposibilitado de calefaccionar sus casas con temperaturas saludables. En los países desarrollados, la pobreza energética se traduce en falta de confort; en sociedades como la nuestra se trata de una dramática disminución de la calidad de vida, ya que los servicios energéticos básicos quedan fuera del alcance del bolsillo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una familia obligada a vivir en invierno en ambientes por debajo de los 23° está expuesta a toda clase de riesgos. Teniendo en cuenta la realidad tucumana, salta a la vista que este frío que llegó para quedarse es una mala noticia.

En lo que va del año el precio de la garrafa subió alrededor del 40%. Al gas licuado se lo cuida como al oro. “Pero las garrafas sociales resultan insuficientes para cubrir las necesidades de la población, que para suplir la falta recurre a la leña, el carbón y/o el kerosene. Paradójicamente, estos combustibles resultan más caros”, explican los investigadores Guillermina Jacinto, Silvina Carrizo y Salvador Gil, quienes realizaron un estudio sobre los alcances de la pobreza energética en el país. De los datos que publican se desprende que un millón de argentinos siguen cocinando y calentando sus hogares con leña. Y no se refieren al campo.

La pobreza energética es una cadena del infortunio. Para pagar las tarifas de luz y de gas se descuidan otros aspectos de la vida familiar. Una manta corta que en la economía doméstica equivale al endeudamiento como sinónimo de subsistencia. Renovar los electrodomésticos es imposible y se sabe que cuanto más viejos son, más gastan. Sin calefacción, sin agua caliente, sin cocinas bien provistas, la salud se deteriora a toda velocidad, sobre todo entre los ancianos y los niños. Abrigar el cuerpo y los ambientes del hogar implica disponer de un presupuesto extra en ropa y en mantas. Y no hablemos de blindar la casa contra la temperatura ambiente: repasar los precios de los materiales para la construcción asusta, desde el aislamiento para techos hasta los burletes para las ventanas. No, el frío no es una buena noticia.

En cifras

El de pobreza enérgetica es un concepto que se desarrolló en Inglaterra a principios de los 90 y que la OMS estandarizó durante la última década. Se estableció entonces que un hogar padece pobreza energética si para mantener un régimen de calefacción adecuado una familia gasta más del 10% de sus ingresos en energía. Si gasta más del 20% se trata de pobreza energética extrema, que es el caso de tantos argentinos desde que se dispararon los cuadros tarifarios.

“La pobreza energética avanza a pasos agigantados. La doctrina que dice ‘o se paga la luz o el gas, o se come’, influye en sectores medios y de bajos recursos”, advierte Osvaldo Bassano, presidente de la Asociación de Defensa de los Derechos de Usuarios y Consumidores. “En algunos barrios periféricos y de clase media de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano bonaerense la gente ha dejado de pagar las facturas, y también hay un repunte de los ‘colgados” del servicio’”, agregó. La foto se repite en los núcleos urbanos de todo el país.

El cuadro es complejísimo y requiere soluciones cuya urgencia marcha al ritmo de la meteorología. Son millones de argentinos ajenos a la realidad macroenergética, a los precios en boca de pozo, a lo que se importa y a lo que se exporta. Vaca Muerta y los beneficios que promete no figuran en la agenda del ciudadano de a pie. Las energías alternativas/renovables pueden asomar como soluciones de mediano plazo, pero llevará tiempo que se abaraten y popularicen.

Mientras tanto, ni los subsidios ni las tarifas sociales alcanzan para equilibrar una balanza que luce fuera de eje. Y eso que los subsidios aumentaron notoriamente durante los últimos años, a contramano de la declamada intención del Gobierno nacional de reducir al máximo el déficit fiscal.

En la calle

La pobreza se enseñorea en el 25% de los hogares entre la capital y el Gran San Miguel de Tucumán, cifra a la que debe sumarse el 3,5% que soporta condiciones de indigencia (viviendas de tipo rancho o casillas). En todas ellas la pobreza energética es extrema y sus efectos se derraman en múltiples direcciones. En los asentamientos, el empleo de carbón o de leña para calentar los ambientes representa la permanente amenaza de que una chispa derive en incendio. Las enfermedades infantiles estacionales, como la bronquiolitis, generan una avalancha de casos. Las emanaciones de monóxido de carbono representan una trampa mortal. Son muchos datos que a simple vista lucen sueltos, pero de la lectura atenta surge que están conectados y que conforman un todo preocupante.

Fuera de las zonas de montaña, el frío tucumano no va más allá de un cuatrimestre. A veces menos, desde que el cambio climático empuja el mercurio hacia arriba. No hay nieve ni lluvias sostenidas -el invierno es nuestra estación seca- y son raras las temperaturas bajo cero. Beneficios de vivir al norte. Pero la geografía no mitiga los efectos de la época. La promesa de que el calor volverá de la mano de la primavera es una zanahoria que se congela en el camino. Al cuerpo no se lo engaña cuando hace frío, así como al estómago no se lo engaña cuando aprieta el hambre. Por eso, si la pobreza estructural se viera como un cubo de Rubik, la pobreza energética asomaría como uno de los colores más fuertes en el mosaico de carencias, por más que el sol aporte una que otra tregua.

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