Una evidente descoordinación

La importancia de organizar eventos, talleres, actividades, festivales y demás alternativas artísticas y culturales requiere organización y previsión. Nada de lo que se estructura surge de un día para el otro, sino que los equipos de diseño y de realización de cada propuesta, independientemente del volumen que tenga y de cuántos sean los involucrados, trabajan desde tiempo antes del día de inicio en forma muchas veces denodada y casi siempre injustamente olvidada.

El principal objetivo siempre es conseguir un público numeroso que responda, entusiasta, a la convocatoria. El siguiente paso, en caso de que se pretenda continuidad en una idea y crecimiento en el tiempo, es fidelizar a esos seguidores en una sucesión de iniciativas que acumulen entusiasmo y proyectos.

Uno de los desafíos frecuentes con que se presentan los organizadores es evitar la repetición y la superposición. Lo primero se elude programando adecuadamente la actividad a partir de un seguimiento de otras que se hayan concretado previamente bajo el mismo paraguas, y teniendo en cuenta que no se pueden reiterar disertantes ni hechos artísticos. Para el segundo, basta con diálogo entre todos los que están en el mismo tema. Ponerse de acuerdo sobre fechas y contenidos no debería ser tan difícil. Pero en Tucumán parece que lo es.

Recientemente hubo una semana dedicada al cine documental. Seis días a pleno con proyecciones, charlas y debates para un público altamente interesado, pero que no es masivo. Quien piense que detrás de ello existía una articulación, tiene una idea equivocada de lo realizado. Por el contrario, esas jornadas bien pueden ser un ejemplo de la ausencia o inutilidad de puentes entre los compenetrados en una misma actividad. Tres convocantes distintos se sucedieron con sendas iniciativas. Esto hace que los documentalistas foráneos debieron romperse la cabeza en una semana a full, con visitas muy importantes y de trascendencia, mientras que el resto de las 51 semanas del año deben rastrear ansiosamente qué hacer con sus energías e inquietudes, salvo alguna proyección esporádica en el Espacio Incaa.

La primera tanda, entre el lunes y el miércoles, fue el ciclo de Cine Federal y Pensamiento Crítico, organizado por la kirchnerista Unidad Ciudadana, adonde recayó Rafael Vázquez tras dejar la dirección de Medios Audiovisuales del Ente Cultural. Luego llegó el especialista Alejandro Fernández Mouján a Central Espacio de Ideas, el think tank cultural alperovichista que lidera la legisladora Silvia Rojkés. Y entre el jueves y el sábado fue el turno de la 2º Semana del Documental Argentino, organizada por la Asociación Nacional de Directores y Productores de Cine Documental Independiente. Las dos últimas fueron con el auspicio del Ente y en la sala Hynes O’Connor.

Este escenario no se registra únicamente en el campo del cine documental. Recientemente, el mismo sábado 23 de marzo hubo dos elencos teatrales de visita en Tucumán: uno llegó desde la Capital Federal con “Puto” y el otro, de Salta, con “Lo torcidito”. El vínculo entre las dos obras era la temática de género, para la cual hay un público fiel y dispuesto, que debió dividirse entre las dos salas que los cobijó, con funciones a la misma hora. ¿Cuánto hubiese costado ponerse de acuerdo en que uno de los elencos haga su función el día antes o después del otro, o incluso la misma jornada en otro horario? En definitiva, los perjudicados son el público que debe optar cuando no hay tanta oferta en la cartelera; y los teatristas que ven que las plateas no están llenas, con la consecuencia que ello conlleva en el bordereaux, magro para los artistas y para las salas, ambos en problemas sensibles de subsistencia.

Esta descoordinación no es nueva. Hace dos años hubo dos festivales internacionales de teatro sucesivos en el mismo mes de agosto, que consumieron tiempo y bolsillos para los que no querían perderse de nada. Fuera de los escenarios también hay una vida (laboral, familiar, artística o de ocio, inclusive) que requiere atención. En el sentido de la estructuración de propuestas, las instituciones tienen naturalmente más responsabilidades que los actores independientes. A toda estructura formal se le exige (y es lo correcto) más que a los que juegan en forma individual o colectiva pero sin un sello de respaldo. La institución da un sentido de pertenencia y de firmeza que conlleva responsabilidades y pensamiento estratégico a futuro, aunque no todas los tengan.

La Gloriosa, rodeada

Como sensación de alivio, en los momentos más oscuros esa coordinación, esa ayuda mutua para lograr un objetivo conjunto, aparece. Eso es lo que se podrá respirar este sábado, cuando se realice una jornada artística de apoyo a La Gloriosa, cuya crítica situación por un subsidio otorgado y luego dado de baja en el Instituto Nacional de Teatro (INT) para comprar su espacio propio ya abordamos en esta columna hace dos semanas y que motivó una movida de apoyo a los teatristas que superó las fronteras de la provincia.

Pablo Gigena remarca en cada una de sus presencias en las redes sociales que el tema de fondo no es económico sino político, por su enfrentamiento con el director ejecutivo del INT, Marcelo Allasino (a quien llegó incluso a pedirle la renuncia), y ahora con el ente en su conjunto. La realidad es que el eje es el subsidio de $ 5 millones que tenían asignado; no hay que olvidar que toda decisión sobre lo económico, sea como sea que se la presente, en el fondo es política.

“Si al espacio propio - No al cierre de La Gloriosa” es la sencilla convocatoria que circula por Internet y que, seguramente, tendrá amplia respuesta como lo evidencia la recolección de firmas a un petitorio virtual en respaldo a sus planteos. Música, teatro, feria, artes plásticas, danza, performers y demás expresiones convivirán en San Luis al 800 y rodearán emotivamente la sala en un día de lucha, que bien podría servir además para encontrar un espacio superador de la coyuntura y organizador de proyectos.

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