
SOBRE RIELES ENTRE MONGOLIA Y CHINA. Javier Sinay, durante el viaje entre Ulaambaatar (o Ulán Bator) y Pekín.

Por Karina Ocampo
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
De Marco Polo a la fecha, la crónica de viajes no ha perdido vigencia. Desde el simple relato de los hechos hasta la complejidad de bucear entre las emociones y reflexiones que se despiertan ante la contemplación de paisajes nuevos o la experiencia que produce el intercambio cultural, siempre el desplazamiento humano es un buen motivo para la escritura. El lector, agradecido.
Nada más tentador que leer una aventura -cuanto más riesgosa y exótica, mejor-, sentados en nuestro sillón favorito. El desafío, tal vez, sea enfrentar las infinitas opciones al momento de elegirla. Como en un zapping del cable o una plataforma streaming, las impresiones de los viajeros se multiplican en la web y se materializan en libros, los mochileros se convierten en expertos fotógrafos y compiten en las redes sociales para generar likes, mientras que los cronistas clásicos, los que se dedican al oficio, deben aguardar los procesos de publicación de las editoriales para encendernos la imaginación con sus experiencias.
La trayectoria del escritor se vuelve tan importante en la elección como el boca a boca, para las publicaciones independientes y para las grandes editoriales.
Entre los argentinos, Martín Caparrós, que no es turista ni viajero, se destaca por su prosa extraordinaria que lo convierte en uno de los mejores cronistas de nuestra lengua hispana, la mirada aguda con la que describe lo absurdo y desesperante del hambre de los países subdesarrollados o la vida de jóvenes migrantes en su diario de hiperviaje, Una luna, o sus crónicas de Larga distancia, o de El interior constituyen una referencia ineludible a la hora de saber cómo se realiza una buena crónica. Dice Leila Guerriero: “Hacer crónicas de viajes es un trabajo extenuante y vertiginoso: el cronista enfrentado al espacio -desmesurado- y al tiempo -finito- de su viaje, viviendo en una patria en la que, a cada paso, debe tomar una única decisión que importa: qué mirar”.
Entrenar la mirada, parece ser la consigna, pasar de los adjetivos a los verbos que muestran escenas y ganarle al impacto de la ficción pero usar sus recursos, es lo que Federico Bianchini resolvió con actitud cuando el tiempo de su estadía en una base científica de la Antártida se extendió de una semana a 25 días porque el clima no le permitía salir en avión del continente helado. El mérito de aprovechar ese tiempo que le habrá parecido infinito mereció el premio de la beca Michael Jacobs que entrega la Fundación Gabriel García Márquez, la misma beca que al año siguiente ganó Diego Cobo por su libro Huellas negras, el rastro de la esclavitud, luego la ecuatoriana Sabrina Duque por VolcáNica: crónicas de un país en erupción; y Ernesto Picco, por Un pequeño país aparte, sobre las historias de quienes hoy habitan las islas Malvinas.
Un viaje por amor
Los temas que llaman la atención son tan diversos como los puntos del planeta para visitar pero mochileros y cronistas coinciden en tratar de alejarse de los relatos turísticos que solo encuentran los lugares bonitos y amables. La crónica es conflicto, algo de eso comprendió Javier Sinay cuando hizo un taller con el escritor estadounidense Paul Theroux y con un libro ya avanzado le dijo que todo había salido demasiado bien, ningún león había estado a punto de comerlo, lo planificado se había concretado. No es necesario ser Jack Kerouac y probar las drogas, la pobreza y el sexo libre para escribir y morir de cirrosis. El conflicto puede habitar las historias ajenas y atravesar al cronista.
Camino al Este, de Javier Sinay es uno de los últimos libros publicados por la editorial Tusquets, de la colección Mirada crónica, que edita Leila Guerriero. El periodista que trabajó en medios grandes de Argentina y colaboró en prestigiosas revistas internacionales, hoy integra el staff del medio Red/Acción y suma un nuevo trabajo en el que se corre un poco de los temas que parecen apasionarlo, los crímenes y las causas que vuelven violentos a los seres humanos.
Como una especie de antropólogo filosófico que hurga en la profundidad cultural de los hombres, Sinay se propuso escribir un libro sobre el amor. El tema se presentaba como una opción tentadora, estaba por emprender un viaje para visitar a su novia que iba a estudiar durante un año el chado, la ceremonia del té en Japón, pero en lugar de unas vacaciones cortas, como había imaginado, el anuncio de que se había quedado sin su corresponsalía para un medio mexicano modificó su propósito y le dio la oportunidad de extender el plazo de viaje a cinco meses en los que recorrió ciudades de Europa y de Asia, con nombres cada vez más impronunciables y lejanos como Omsk, Irkutsk o Ulaanbaatar. La preparación le llevó tres meses, definir las ciudades de su itinerario, a lo largo de 14.593 kilómetros, leer los medios locales, hablar con periodistas y funcionarios y seleccionar las historias que quería investigar. Fiel a su estilo, entre las facetas del amor y desamor que encontró, también encontró amores obsesivos. Y crímenes.
Para nutrirse, el periodista también indagó en los libros y blogs de viajeros, a los denomina “pesos pesados”: mujeres y hombres que viajan en forma continua, con su bloc de notas, su computadora portátil y su cámara. Acróbatas del camino, Marcando el Polo, Los viajes de nena, de ellos obtuvo datos prácticos y detalles que lo ayudaron a planificar el viaje pero, por sobre todo, pudo analizar cómo ellos se liberaban de ataduras para organizar su vida en torno a un deseo. También descubrió a Pico Hayer, hijo de padres indios, que vive en Japón y escribió The open Road, un perfil sobre el Dalai Lama y se inspiró en Emanuel Carrère para usar una primera persona que se involucra con las historias que cuenta en el marco de la no ficción.
Camino al Este es un libro de un cronista que pudo observar cómo lo político condicionaba los sentimientos en distintas parte del mundo pero por sobre todas las cosas, es el libro de un hombre que viajó por amor y volvió transformado. El género respira tranquilo, ante la sensación de tanta globalización, lo particular de la experiencia humana todavía nos despierta curiosidad.
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Karina Ocampo - Periodista.







