Menos lugares para estacionar, triples filas y ¿dónde estarán los varitas?

Menos lugares para estacionar, triples filas y ¿dónde estarán los varitas?

La ordenanza que prohíbe el estacionamiento frente a escuelas y colegios reconfigurará el mapa de circulación vehicular de la capital. Son muchísimas las calles encuadradas dentro de las “cuatro avenidas” que deberán mantener los cordones libres de lunes a viernes, de 7 a 19. Es ganancia neta para las guarderías y todo un tema de cara a la implementación del sistema de pago en la vía pública: a la empresa que le toque cobrar el estacionamiento no le hará gracia perder tantas cuadras, lo que equivale a disminuir sensiblemente la recaudación. Tal vez la medida ayude a desintoxicar el centro de tanto vehículo dando vueltas, aunque para dejar el coche en casa es imprescindible contar, por ejemplo, con un transporte público eficiente. El lockout que por estos días mantiene a los tucumanos sin ómnibus grafica lo lejos que estamos de ese escenario.

La incómoda aglomeración de escuelas y colegios en el casco céntrico responde en su mayoría al Tucumán de la primera mitad del siglo XX, cuando la ciudad y su desarrollo se concebían con otros parámetros. Quedaron allí, incrustados en el corazón de una urbe que hoy es caótica. A nadie se le ocurrió que terminarían funcionando como panales, colmados por un enjambre de autos y motos que provocan embotellamientos hasta cuatro veces por día. Pero no se los puede trasplantar, claro. Al menos no en el futuro inmediato.

Es posible que, a partir de la ordenanza, el mecanismo de dejar y/o buscar a los chicos resulte un poco más fluido. A fin de cuentas, se supone que la cuadra de la escuela estará por completo despejada. Menos probable es el destierro de las dobles, triples y hasta cuádruples filas, un clásico tucumano que se concreta por obra y gracia de la falta de controles. En otras palabras, de varitas que no están o que hacen la vista gorda, la misma actitud que demuestran cuando pasa una moto con tres, cuatro o cinco ocupantes sin que se les mueva un pelo. Ya lo justificó un funcionario: “los dejamos porque puede tratarse de una urgencia, es posible que estén yendo a un hospital”. A confesión de partes...

Hay un cóctel nocivo que se retroalimenta día a día: la pésima conducta de los tucumanos al volante y la ineficacia del cuerpo de inspectores. De esa copa bebe el cuerpo social y es puro veneno. Ignorar las normas, despreciarlas, burlarse de ellas, es una marca identitaria de la ciudadanía. Si esa es la conducta dominante se debe a que nadie educa, nadie controla, nadie sanciona; o lo hace mal. Pasan las gestiones y el mensaje en off de las autoridades municipales es el mismo: “todo el mundo sabe que hay demasiados varitas corruptos, pero no queremos problemas con el sindicato”. El desprestigio de los inspectores, la irritación que suelen generar y la violencia con la que actúan y con la que son tratados inunda las calles de un malhumor tan espeso como el calor del verano. ¿Proteger y mantener ese statu quo es exclusiva responsabilidad del paraguas gremial?

Cuando empiecen las clases se medirá en la cancha la efectividad de la nueva ordenanza, pero los números pueden anticiparse con un ejercicio muy simple. Se trata de contar las cuadras en las que ya no se podrá estacionar y sumar cuántos autos aparcan allí en el horario de la futura restricción. Esa masa de vehículos deberá encontrar nuevos destinos.

Desde marzo, quienes pisen el palito serán multados o terminarán buscando el coche del corralón. Habrá que ver qué ocurre fuera de las “cuatro avenidas”, lectura urbana que obedece a un San Miguel de Tucumán que ya no existe. Hubo un tiempo en el que se consideraba tierras exóticas a todas las ubicadas al sur de la avenida Roca, o al este de la Avellaneda, o al norte de la Sarmiento. Es inconcebible que, de cierto modo, se siga pensando de la misma manera, como si en muchas de las escuelas y colegios ubicados fuera de las “cuatro avenidas” los embotellamientos se diluyeran por arte de magia.

El análisis global es el de siempre. Se procura por todos los medios poner un poco de orden en el asfixiante día a día de la capital, pero a partir de iniciativas aisladas, que por lo general solucionan un problemas mientras generan otro. El viejo ejemplo de la manta corta. Es buena voluntad mezclada con voluntarismo, por lo general torpedeada por la propia ineptitud del municipio para hacer cumplir sus propias reglas y por un cuerpo social que reclama calidad de vida pero nunca está dispuesto a poner algo de su parte para conseguirla.

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