Cartas de lectores
23 Diciembre 2018

“I’a shajaru”

La fuerza del espíritu es el motor insuperable de las empresas humanas. Mi padre Brahim Apud era árabe, venido de Siria y tenía la sabiduría de la cultura milenaria transmitida de padres a hijos y que no ha sido mancillada por las probabilidades de los conquistadores como nos ocurrió en nuestra tierra, con la cultura autóctona y ancestral. Tenía la columna vertebral fracturada y se apoyaba en su bastón para poder caminar y, niños aun, mi hermano Lalo y yo lo ayudábamos a vender loterías. Todos los días recorríamos las calles con nuestro trabajo. Después del mediodía de vuelta a nuestra casa en monteros viejo, cruzábamos la estación y en diagonal a las vías del ferrocarril Belgrano, en busca del hogar luego de ganar el pan. Casi siempre, de una vieja casa, construida con tablas de corazón de pacará -alineadas verticalmente- salía un hombre fuerte, grande pero vencido por el alcohol y, “…paisanito ayúdeme con una moneda por favor…”. Mi padre apoyándose con más fuerza en el bastón, erguía un poco su espalda y decía “I’a Shajaru” (pobrecito) extraía un par de monedas y se las daba. “Gracias, paisanito”. Mi hermano menor decía “no es pobrecito, él es mucho más fuerte que usted, pero es un vago” y seguía su camino en busca de la sopa, caliente y espesa, que nuestra madre cocinaba con ese sabor inigualable que solo obtienen las madres humildes que aprovechan al máximo los alimentos y sazonar con el cariño de los medios escasos. Un día Lalo contó a nuestra madre “… todos los días el ‘vago de la otra cuadra’ le pide una moneda al papá y él dice: “I’a shajaru” y se la da”. Nuestra madre contesta “… pero Brahim, el pobrecito sos vos, que tenés la columna mal y lo mismo trabajás todos los días”. “No señora -dijo mi padre- pobrecito es porque no tiene ánimo. Yo soy capaz de subir la montaña porque mi espíritu tiene la fuerza que le falta a mi cuerpo. Él está enfermo y su enfermedad es grave porque perdió el ánimo y sólo el amor de los demás puede lograr que el espíritu vuelva a su cuerpo”. Nos miramos y comprendimos la razón de una verdad irrefutable avalada por el ejemplo de una vida de trabajo. Y hoy, cuando los años con su carga de experiencia blanquearon nuestras sienes, el recuerdo de esta enseñanza nos obliga a ser más humildes al juzgar a los demás.

Amado Apud Lídoro

Quinteros 67, San Miguel de Tucumán

La ley Micaela

En el senado se aprobó la Ley Micaela, que establece la capacitación obligatoria, en materia de género, para todos los funcionarios de los tres poderes del Estado. Es una medida esperada, bienvenida y necesaria, pero no suficiente: deberían hacer una similar preparación para las tareas específicas que cumplen, con la finalidad de poder realizarlas de manera eficaz los del Poder Ejecutivo y Legislativo; quedarían exentos, de esto último, los del Judicial, debido a que ellos sí han hecho una carrera específica que los habilita para su trabajo… son abogados. Si tal aprendizaje se llevara a cabo estaríamos cercanos a una “Doctocracia”, el país andaría mejor y los ciudadanos no hablarían todo el tiempo de política, cosa vulgar y tediosa.

Alejandro Sicardi

Apología del crimen

El legislador Marcelo Caponio, abogado, que se supone conoce el Código Penal, suscribe una aspiración: “Quiero que los delincuentes estén presos o muertos”.  Se deduce linealmente: la alternativa es “presos”, por aprehendidos vivos o “muertos” por la autoridad policial o por cualquier autor (no lo especifica en su escrito). Es tipificado este comportamiento en el Código Penal en su artículo 213 como “Apología del crimen” (al expresarlo por red social y de conocimiento indeterminado por tantos como quisieran saberlo) Ese artículo reza: “Será reprimido con prisión de un mes a un año, el que hiciere públicamente y por cualquier medio, la apología de un delito (matar) o de un condenado por delito” (el que mata). No tengo noticia de que algún fiscal se haya interesado en cumplir con sus funciones de ley.

Carlos Duguech

Febo no asoma de noche

En Tucumán cuando sale el sol en verano es insoportable; pone de muy mal humor a las personas que se exponen a sus rayos, que les generan muchísimos problemas en la piel, con fuertes dolores de cabeza y la pérdida de energía, con deshidratación y serios riesgos para su salud, y hasta la muerte, por el simple hecho de exponerse sin protección alguna o por razones laborales. Trabajadores de la construcción y pintores de las fachadas exteriores, vendedores ambulantes, choferes de micros y taxis sin aire acondicionados, conductores de bicicletas y motocicletas y peatones y los niños en las escuelas que por cumplir con sus obligaciones se exponen en horas pico a sufrir sin piedad el poder de febo con capas de oxono debilitadas y los miles de vehículos que circulan sin cesar agravan la situación en perjuicio de las personas, animales y plantas que expresan su fastidio a esta situación no deseada. Creo que  se deberían fomentar las actividades realizadas en el exterior a la noche. El Gobierno debería subsidiar las tarifas eléctricas y del agua para que todos disfruten de los aires acondicionados y los ventiladores, que con estas tarifas dolarizadas hacen imposible el uso de estos electrodomésticos tan necesarios para frenar el golpe de calor, a la vez que muchos millones de pesos que se ahorrarian en salud, ya que la gente estaría disfrutando de un ambiente más fresco y sano sin arriesgarse a salir al exterior. Plantar millones  de árboles ayudaría muchísimo a bajar la temperatura y a mejorar la calidad del oxígeno (fotosíntesis). Yo creo que se debería aumentar las horas para evitar riesgos en las actividades al aire libre. No tendrían que hacerse desde las 10 hs hasta las 20 hs. Fomentar las actividades nocturnas es clave para vivir más años en mejores condiciones. Febo no asoma de noche...

Luis Alberto Marcaida

Indiferencia

Es realmente espectral la indiferencia con que tratan los reclamos de los transeúntes y críticas periodísticas, las empresas que realizan obras en la ciudad, ocupando las veredas. A la ya denunciado caso del emplazamiento de los portones de protección a centímetros de los cordones -LA GACETA 19/12 se agregan publicaciones sobre veredas destruidas, imposible de transitar, especialmente por ancianos o personas que usan sillas de rueda, los cuales deben exponer sus vidas bajándose a la calle frente a la mole de vehículos que diariamente saturan la ciudad. Ni qué hablar de los ruidos de construcción que no sólo sufre el vecindario, sino los propios sanatorios, prácticamente sin descanso. Las filas de camiones para sacar la tierra, esperan con sus motores prendidos justamente en las horas de descansos, como las siestas o las noches. Ni hablar que con las lluvias, aparecen no ya charcos, sino verdadera lagunas de agua estancada. La indiferencia es tal, que cuando se produce algún reclamo, contestan casi monótonamente “Tengo permiso de construcción de la Municipalidad”. Es como decir que como tengo carnet de manejo, puedo pasar los semáforos en rojo, o cosas por el estilo. En tanto el mutis de las autoridades públicas es casi total. Ni hablan del asunto, ni se conoce procedimiento alguno al respecto. Parece que la indiferencia es total.

Carlos Romero Moyano

¿Quién nos salva?

Llegamos a un nuevo fin de año. Pero primero es la Navidad, un renacimiento en amor y paz. Los argentinos queremos justicia también, completar los deseos que esperamos que se concreten quizás alguna vez. Dejemos de repetir políticas insensatas y veamos lo que estas fiestas persiguen; que se les abra el corazón para que los 44 millones de argentinos encontremos respuestas sin que suframos y no se maltrate a los más débiles. Que esta Navidad no duela tanto. A pesar de las mentiras, que la verdad nos dé una sorpresa y seamos mast justos.

Carlos Rubén Ávila

Los ojos de Jesús

Un hombre de edad caminaba por calle Laprida de nuestra capital ensimismado en sus pensamientos. Levantó un poco la mirada, más adelante, la mano y el brazo de un pordiosero casi rozaba las personas. Rebuscó en los bolsillos: no tenía monedas. Pensó darle un billete de menor valor, pero no lo hizo. Pasó al lado del mendigo, de reojo advirtió sus ropas gastadas: era alto, flaco y de barba; por un instante miró sus ojos claros y siguió. En la esquina con la San Martín paró de golpe: ¡Esos ojos!... Eligió un billete y regresó. No lo encontró; miró para un lado, para el otro y a través de la calle; ya no estaba: había desaparecido. Entonces recordó sus ojos… Sí… no había duda… Era Él…

Juan Ignacio Zamora Seco

Juan B. Terán s/n, Villa Carmela

La dulce invasión cultural

Como desde hace un tiempo viene ocurriendo, cada fin de año los tucumanos -y todos los argentinos desde La Quiaca a Ushuaia- hemos comenzado a recibir gozosos,  sin oponer resistencia, una dulce y poderosa invasión cultural  proveniente del hemisferio norte. Estoy refiriéndome a las tradiciones navideñas  anglosajonas que gradualmente han ido opacando a las criollas. Las vidrieras se están llenando de Papás Noel de todo tamaño y material, de renos, de trineos, de nórdicos  muérdagos y pinos, de adornos diversos moteados de nieve artificial,  más turrones, nueces, avellanas y otros manjares concebidos para generar calorías en climas gélidos. Lo singular y muy curioso del caso es que esto que describo sucederá mientras el verano del hemisferio sur alcanza, entre nosotros, temperaturas de sofocantes niveles tropicales gracias a la combinación de un sol ardiente con una  atmósfera cargada de humedad. Si analizamos el hecho resulta un absurdo. Señalemos además que, como portador de los típicos obsequios navideños se ha impuesto la figura de Papá Noel con su espectacular traje de terciopelo rojo orlado de armiño, a quien, al  dotarlo de contagioso buen humor, se lo ha erigido en rey de la fiesta. Nosotros, fascinados con él, lo hemos introducido en nuestras casas con tal entusiasmo, que casi ha desplazado a la figura del Niño Dios como responsable de esos obsequios, para no mencionar a los Reyes Magos. Pero lo  más grave, en nuestro caso, es que, con la supremacía de Papá Noel, la invasión cultural del hemisferio norte ha opacado la importancia del Pesebre que sí es parte entrañable de nuestra tradición. Su armado ya no es más  el sagrado ritual hogareño de otros tiempos, cuando cada familia armaba en su casa un pequeño mundo centrado en la Sagrada Familia que presidía la celebración navideña. Hoy la costumbre se mantiene por excepción y,  a veces, hasta se la obvia: con que aparezca el anglosajón Papá Noel el ritual navideño está cumplido. Abogo porque volvamos a hacer con la unción de antaño el tradicional Pesebre, paradigma de una secular celebración mundial cuyo centro es un niño que acaba de nacer que, al hacerse hombre, imprimiría un nuevo rumbo a la historia de la humanidad.

Teresa Piossek Prebisch

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