El deporte necesita mucho más

Eliel Zeitune mira al auditorio desde sus 11 años, con una estatuilla y un diploma en las manos. LA GACETA lo ha distinguido como mejor jugador de tenis de mesa de la temporada y confiesa que su deseo es ganar nuevamente el premio en 2019. Eliel (nombre de origen bíblico que significa “el Señor es mi Dios”) practica un deporte de altísima exigencia que en la Argentina dista de ser profesional. Los mejores tenimesistas del mundo están en Asia y en Europa y allí hay cientos, miles de chicos de 11 años que, como Eliel, están iniciando su camino. Puede que Eliel se aburra del tenis de mesa y dentro de un par de temporadas la fiesta organizada por LA GACETA sea nada más que un lindísimo recuerdo para él. O puede que el entusiasmo persista, que se supere y ¿quién sabe?, lo veamos representando al país en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Dakar 2022. De una u otra forma, por su edad, lo que cabe a esta altura es que el deporte sea motivo de diversión y no de agobio para él.

Fueron 39 los deportistas premiados el martes pasado por LA GACETA (en 38 disciplinas) y sus historias son distintas, pero exceptuando un puñado de actividades masivas (fútbol, automovilismo, básquet, rugby, agreguemos voley y hockey), hay un hilo que los une: son fruto del amor al deporte, del todo a pulmón, del esfuerzo personal/familiar, del respaldo de los pequeños círculos que los rodean. De entrenadores que los impulsan y los guían con mínimas recompensas. En algunos casos -muy pocos- de clubes tan preocupados por pagar la luz y el agua que carecen de tiempo y de recursos para desempeñar la función social que implica su razón de ser. Siempre fue así en Tucumán cuando del deporte amateur de los últimos 40 años se habla.

La foto de los premiados regala un mensaje positivo, estimulante. Advierte que en Tucumán hay talentos en los que vale la pena reparar. Pero el talento, por sí mismo, no va a ninguna parte si no está amparado por un sistema. Argentina viene construyendo ese sistema, que es complejo y carísimo, desde la creación del Enard (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo), aunque una decisión política del Gobierno nacional dejó todo en veremos cuando le quitó al Enard el carácter autárquico que por ley le correspondía. El presupuesto del Enard estaba asegurado por un impuesto a la telefonía celular; ahora depende del dinero que el Poder Ejecutivo envíe o deje de enviar. Un retroceso. De la supervivencia del sistema dependerá el futuro del deporte argentino de alto rendimiento.

De más está decir que no hay una réplica de este paraguas nacional en la provincia, donde el deporte está absolutamente desfinanciado y jamás le interesó a quienes nos gobernaron desde 1976 a la fecha. Los talentos, por norma, estuvieron librados a la coyuntura, que por lo general fue de crisis. Los que se abrieron paso en el plano nacional fueron los menos, y en la agenda internacional ya corresponde hablar de goteo. Repasemos las delegaciones que representaron a la Argentina en Juegos Olímpicos o Panamericanos, campeonatos mundiales o regionales. ¿Cuántos tucumanos se cuentan desde la década del 70 a la fecha? El lector se sorprendería: son poquísimos.

El alto rendimiento es la cima de una pirámide, a la que accede una élite. Cuando se inflan las burbujas de los Juegos -Olímpicos o Panamericanos- suele regarse el rosario de críticas al compás de las medallas que se llevan los demás. Pero, ¿por qué debería Argentina ser una potencia deportiva si el grueso de la población no cuenta a la actividad física en su rutina? Subir al podio es muy lindo, pero mucho mejor es contar con una ciudadanía que disfrute altos estándares de calidad de vida. Los éxitos, ya sean en oro, plata o bronce, vienen por añadidura.

En otras palabras, si se estimula el cuidado y el cultivo del cuerpo desde la niñez la base de la pirámide será infinitamente más ancha, pero -sobre todo- la sociedad será mucho más sana. Este es un aspecto central que poco se aborda y tiene que ver, por ejemplo, con el modelo educativo. Tal como están planteadas hoy, las clases de educación física no rinden. Gisela Yubrin brindó un excelente mensaje. Premiada por sus resultados en tiro con arco, destacó las bondades de ese deporte: “te sirve física y mentalmente, y es para gente de todas las edades”. Palabras que tienen la forma de una invitación a descubrir una actividad fascinante. Lo que necesita el tiro con arco, al igual que muchos otros deportes, es difusión. ¿Y no es el trayecto educativo, primario y secundario, el ámbito ideal para hacerlo?

Aún así surgen deportistas talentosos, pero su futuro está condicionado por factores que los superan. Para Eliel Zeitune será imprescindible que lo capturen, en algún momento, los tentáculos del Enard, y así con cualquier joven que pretenda dar un salto de calidad. Desde Tucumán, por sí mismos, sin un sistema que los ampare, los deportistas amateurs chocarán siempre con el límite del bolsillo. Aquí no hay medios económicos ni infraestructura, en muchos casos ni siquiera una competencia interna seria, que sostengan las aspiraciones. Dejemos para otro momento un capítulo fundamental: la escasez de dirigentes, situación que en algunos deportes -como la natación- es endémica y deriva en la toma de pésimas decisiones.

Recibir un premio es una inyección de optimismo y en el caso de los deportistas, que llevan la competencia en la naturaleza de su día a día, el efecto motivacional es doble. Representan mucho de lo bueno que ofrece Tucumán y reconocerlos es, en cierta forma, una caricia a nuestro tejido social. Pero los deportistas quieren más y hay objetivos que marchan por carriles diferentes. Para cumplirlos necesitan ayuda, pero no la de un ocasional bolsillo generoso, sino la de un sistema que los cobije, del que surjan como semillero y en el que logran consolidarse para saltar a un plano superior. Es difícil y, ciertamente, costoso. La cuestión es convencerse de que vale la pena.

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