Rocinante no va a algunos lares

Rocinante no va a algunos lares

El dolor provocado por la violencia y las cuestiones narcos preocupan a unos, pero la atención de la cosa pública se fija en otros temas. Las encuestas y las redes son convocantes. El Quijote, entre sus ideales y sus ingenuidades.

Tenía 95 años y se murió. Cabalgando en el partido conservador colombiano terminó gobernando ese país dos décadas antes de que el siglo XX se despida para siempre. El viernes pasado se fue de este mundo y dejó la sorpresa de ser un gobernante que amaba las letras y, por sobre todo, que nunca dejaba de citar a El Quijote. Belisario Bentacur no se cansaba de repetir que los consejos que allí volcaba Cervantes tenían una vigencia increíble.

“Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia, otros por el de la adulación servil y baja, otros por el de la hipocresía engañosa y algunos por el de la verdadera religión: pero yo, inclinado por mi estrella voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desapareció la hacienda, pero no la honra. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”. Reflexiones como estas solían empedrar el camino que desandaba junto a su querido Sancho Panza. Hoy El Quijote es un soñador, quizás un ingenuo o, seguramente un loco impredecible. Un ser escindido de la realidad o de la sociedad.

En nuestra provincia, las escisiones no son triviales. Por el contrario tienen que ver con el día a día y con una realidad truculenta. LA GACETA tuvo la prudencia de no publicar la foto del colombiano Jorge Leonardo Cantillo Rodríguez. Circuló por los WhatsApps de muchos lectores. El cuerpo sin cabeza estaba tirado en el piso y un hacha ensangrentada lo vigilaba a su lado. La violencia en su máxima expresión. La decrepitud de una sociedad al rojo vivo.

Esa muerte fue impactante. Y paralizante. Como si se hubiera naturalizado este tipo de hechos, ninguno de los actores de la vida pública se rasgó las vestiduras por algo que no debería pasar inadvertido. Tampoco se abrieron debates ni en las redes sociales, menos aún en un sitio como la Legislatura, que debería ser la casa del pueblo y el eco de aquellas redes. La droga y todos sus juegos son parte del decorado. Forman parte de la agenda pública, pero no de la acción pública.

Hace tiempo que el gobernador Juan Manzur, a los gritos y con voz de autoridad, prometió una lucha sin cuartel contra este tipo de violencia. Sus palabras fueron como algunas promesas de su vicegobernador. Y se las llevó el viento. Los legisladores declararon a la provincia en emergencia por las cuestiones referidas a la seguridad. El Poder Ejecutivo llegó a crear una secretaría encargada de los problemas referidos a la violencia generada por el narcotráfico. Las primeras reacciones fueron un ministro de Seguridad como Claudio Maley muy preocupado en aclarar que en la provincia no había clanes sino familias que vivían de la droga. Hubo un hecho aún más grave: un camarista federal renunció a la comisión de seguridad que seguía paso a paso los problemas que generaba la droga. Todo siguió como si nada. Ni las voces de alerta se escuchan.

La emergencia de seguridad terminó siendo una emergencia boba, vacía, sin entendimiento. Fue un claro mensaje de la impotencia. El Poder Ejecutivo no era capaz de escuchar las sugerencias que los otros poderes del Estado les advertía. Con el agravante que ni el Poder Judicial ni el Legislativo eran capaces de hacerse escuchar. Una total escisión. En el medio una sociedad parte de esa gran disociación. Más abismal que cualquiera de las grietas que tanto se declaman (o justifican o se presumen) hoy. En ese marco que todos los ciudadanos hemos aceptado que hay zonas por las que no se puede andar en determinadas horas o, lo que es peor, hay lugares en los que se puede comprar y consumir estupefacientes sin que eso sea ni siquiera un problema. Eso está aceptado no sólo por el Estado sino por los mismos ciudadanos que no se alborotan por los escándalos que protagonizan algunos legisladores que reconocen su capacidad para consumir, pero no denuncian nada ni a nadie.

Al colombiano Jorge Cantillo Rodríguez le cortaron la cabeza y da la sensación de que todos miran para otro lado. Hasta ahora ni la Justicia provincial, ni la Nacional, ni la Legislatura han promovido algún tipo de encuentro, reunión o mirada conjunta. Una de las mayores dificultades de los hombres públicos es diagnosticar. No hablan con sus representados, no saben lo que les pasa y, por lo tanto, sus acciones van por cualquier lado y no por donde más duele. Salvo que la imagen de este colombiano no conmueva a nadie.

A las escondidas

Mientras la imagen de este cuerpo sin cabeza circulaba de celular en celular, muchos referentes de partidos se reenviaban una rarísima encuesta que desesperadamente buscaban difundir los “sijosesistas” de Alperovich. Esos números y de poca cientificidad cumplían el efecto deseado porque curiosamente ofuscaba a Manzur y entusiasmaba nada menos que a Alfonso Prat Gay, y, obviamente, justificaba la alegría de los Alperovich boys. Como todas estas operaciones se apoyan en algunos criterios de verdad tales como que el peronismo está dividido y que eso envalentona a Cambiemos. Lo curioso fue que casi al unísono reaccionaron a esa movida Alperovich y Prat Gay.

Este muchacho economista se ha prendido como garrapata a un cómodo círculo rojo pero es el típico paracaidista al que no lo conoce nadie. Justamente, la actitud de Prat Gay es la que justifica las profundas distancias que separan al electorado de algunos dirigentes. El oportunismo de este radical nosiglista hace que se hable de él y que él se refiera sobre lo que le interesa, pero no sobre las preocupaciones que desvelan a quienes tendrán que votar. La fortaleza de Prat Gay es la debilidad de José Cano y de Silvia Elías de Pérez, sus hipotéticos rivales en Cambiemos.

Tanto Alperovich como Prat Gay andan por la vida como los chicos cuando juegan a las escondidas y sólo muestran la cara cuando les hacen “piedra libre“ o ellos quieren que los descubran. Les tienen miedo a otros juegos.

Mala imagen

Mientras unos elegían la violencia y otros la picardía de la encuesta, no faltaban los que mandaban por WhatsApp otras fotos. En esa jugada se anotó el diputado José Cano. Se preocupó de enviar una selfie en cuyo primer plano estaba él mismo; en el medio se veía al presidente de la Nación, Mauricio Macri, y, más atrás, a la senadora Silvia Elías de Pérez. No trascendió mucho el temario ni las conclusiones ni las ventajas que podría sacar Tucumán de ese encuentro. Horas más tarde por una de las redes sociales ya circulaba la imagen de Cano junto al Presidente. La tijera virtual había sacado de cuadro a la senadora e hipotética rival del diputado. Llamativa y pequeña reacción. La tijera se convirtió en un bumerán porque acabó dibujando una debilidad de Cano. El corte de la imagen termina fortaleciendo a su rival interna antes que anulándola.

Don Quijote cabalgaba. Circulaba de un lado a otro sobre su famoso Rocinante no tenía posibilidades de dejarlo mal estacionado como hizo un vocal de la Corte el viernes pasado sin importarle ni su responsabilidad por ser una máxima autoridad de uno de los poderes del Estado. Tampoco Don Quijote se preocupaba mucho por el narcotráfico ni discutía mucho por las selfies ni las encuestas. Tampoco se desesperaba por esconder el presupuesto o lo que ganaba ni aún cuando su Dulcinea del Toboso se lo reclamase. Belisario Bentacur, compatriota de Cantillo Rodríguez, se murió el viernes pasado después de haber sido uno de los primeros en tratar de acordar la paz en su violenta Colombia. El arte y la literatura siempre lo habían inspirado, por eso recomendaba abrir todos los días el libro de Cervantes para quedarse con algo: “como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles”, le dice El Quijote a Sancho Panza, como si fuera tucumano.

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