El clásico partido al medio

Tan mal estamos que se nos invita a aplaudir una falsa normalidad. Mañana juegan Atlético-San Martín y la idea, al parecer, es regalarle al país una lección de armonía futbolera, una demostración de que aquí sí somos capaces de organizar un partido sin un clima bélico de por medio. Así que mucha gente aguantará la respiración durante todo el sábado, implorando que no pase nada. Pero desde el momento en el que sólo habrá una hinchada en el estadio ya está desvirtuado el espíritu del clásico, así que de normal la situación no tiene nada. Y encima hay que aplaudir y agradecer el simple hecho de que los responsables hagan su trabajo.

Los principales referentes de la barra brava de Atlético están presos, pero las segundas y terceras líneas mantienen aceitado el negocio. A “Caverna” Godoy la prohibición de asistir a los estadios no le impedía seguir manejando la barra de River desde su casa. Con la misma eficiencia puede hacerlo la familia Acevedo donde quiera que estén sus integrantes. De lo que haga o deje de hacer “La Inimitable” dependerá en buena medida la paz en 25 de Mayo y Chile, aunque son tantas las bocas de recaudación que se abren mañana que sería una insensatez echar todo a perder. Es el último partido de local del año y la barra necesita hacer caja.

Por el lado de San Martín, el campeonato había empezado con la popular de calle Rondeau vacía de banderas y de bombos, porque la dirigencia anunció que no estaba dispuesta a seguir regalándoles entradas a los barras. Pero un par de semanas después volvieron como si nada, así que las hipótesis son dos: o la directiva terminó pactando o ahora los barrabravas compran religiosamente sus localidades. ¿Por cuál de estas explicaciones se inclina el lector?

Si el poder político hubiera accedido a que ambas hinchadas acudieran al Monumental sí podríamos felicitarnos por el deber cumplido, pero nadie come vidrio en Tucumán. No hay forma de garantizar un clásico sin incidentes, ni amistoso ni por los puntos. Así que no hay ninguna normalidad ni nada que aplaudir, sólo aguardar que el primer Atlético-San Martín de la historia con ambos clubes militando en Primera división se diluya una vez concluidos los 90 minutos, sobre todo sin la necesidad de redactar una crónica policial.

Da la sensación de que no se toma conciencia de lo enfermo que está el fútbol argentino, y si alguien piensa que en ese sentido Tucumán es una isla está profundamente equivocado. Los niveles de violencia que se detectan en todos los niveles -desde los partidos de la máxima categoría de la Liga hasta los de infantiles- les pondrían los pelos de punta a cualquiera. Con la gravedad que implica el hecho de que todo está naturalizado, de que no se puede cambiar porque “es así”, porque “es cultural”.

Da risa -en realidad, mucha pena, y preocupación- cuando para explicar los fenómenos sociales de esta clase se apela a la muletilla “es cultural”. Justamente, cuando quienes se refugian en ese lugar común nunca movieron un dedo por defender la cultura. Es más, ni siquiera se empeñan en aprender qué significa. Entonces una horda bombardea un micro en el que viajan futbolistas y la cadena nacional de redes sociales coincide: “qué vamos a hacer, es cultural”.

La tragedia de Heysel, en Bélgica, concluyó con 39 hinchas muertos. Jugaban Liverpool-Juventus (¡y el partido se disputó con semejante drama a la vuelta!). La consecuencia fue una suspensión de cinco años sin disputar torneos internacionales y no sólo para Liverpool: para todos los clubes ingleses. En otras palabras, les dijeron: “arreglen el desastre que tienen puertas adentro o no vuelven más”. El sábado no hubo muertos en la previa de River-Boca, pero ¿con cuántos muertos cargamos los argentinos por culpa de la violencia en el fútbol? Haría falta un sacudón de esa naturaleza, una exclusión generalizada (de los torneos y de los jugosos premios que confieren) para empezar a mirar con algo de seriedad lo que pasa. Claro, lo de Heysel también fue “cultural”.

No hay indicios de que algo por el estilo pueda suceder. Al contrario. Tras el bochorno del fin de semana se desató una guerra de mezquindades entre la dirigencia que genera tanta vergüenza e indignación como la violencia explícita registrada en las calles y en el Monumental de Núñez. Eso sí que es “cultural”.

Si nadie saca los pies del plato mañana aplaudiremos la anormalidad de un clásico partido al medio. Será entero el día que la Policía brinde garantías para que cualquier hincha sea libre de ver a su equipo. Si aparece la violencia -roguemos que no- no hay derecho a hacerse el sorprendido. Pero vale subrayar este dato de la realidad para poner las cosas en contexto: el país futbolero está carcomido por un cáncer terminal y Tucumán no es la excepción. En algún momento habrá que refundar y empezar de nuevo.

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