La política y el sexo aterrizan en el “universo Harry Potter”

La política y el sexo aterrizan en el “universo Harry Potter”

“Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald” explora algunos terrenos que la autora J.K. Rowling no había recorrido.

GRINDELWALD. Habla como un populista de derecha en campaña. GRINDELWALD. Habla como un populista de derecha en campaña.

“No digo que ellos sean menos, sino que tienen... otro valor. Por eso, para nosotros que vivimos por la libertad y por la verdad, ha llegado el tiempo de elevarnos y de ocupar el lugar que nos pertenece en el mundo”. Grindelwald mantiene magnetizado al auditorio con su discurso. Con “ellos” se refiere a quienes no pertenecen al mundo mágico y para marcar diferencias lo sintetiza así: “la magia aflora sólo en almas excepcionales y se concede a quienes persiguen los más altos propósitos”. Los “ellos” de Grindelwald están contaminados por el pecado de una sociedad que ha perdido el rumbo y por eso es necesaria una restauración, una purificación. Quienes no pertenezcan a esa casta de sangre inmaculada, aquellos que no agachen la cabeza, los defectuosos, los marginados, son seres descartables. Porque, como afirma Grindelwald, tienen “otro valor”.

El que habla es un mago y en un escenario de fantasía, pero sus palabras sonarían lógicas en la voz de un Donald Trump o un Jair Bolsonaro. El Grindelwald que interpreta Johnny Depp no deja de ser un político en campaña, un vendedor de ilusiones fascistas hábil para hurgar en el descontento de los corazones y convencerlos de que el enemigo, siempre, habita en el afuera. Un manipulador con disfraz de antisistema. En una de las escenas más potentes de la película estrenada el jueves en Tucumán, Grindelwald le dice a la multitud: “los aplausos no son para mí, son para ustedes”.

DUMBLEDORE. Entonces, ¿fueron pareja con Grindelwald? DUMBLEDORE. Entonces, ¿fueron pareja con Grindelwald?

“Animales fantásticos: los crímenes de Grindelwald” es la décima película ambientada en el “universo Potter”, esa realidad paralela en la que magos y brujas practican sus artes delante de nuestras narices. El 30 de noviembre se cumplirán 17 años del estreno de la primera de todas (“Harry Potter y la piedra filosofal”), que no era otra cosa que la traslación a la pantalla de un éxito de la literatura infantil. Podía andar, podía pasar inadvertida. Prueba y error, el clásico del cine por más que hoy la intuición de los zorros del negocio haya sucumbido a los algoritmos y a los cálculos de la oficina de marketing. Vaya si anduvo.

POTTER. Junto a él creció toda una generación, núcleo duro de fans. POTTER. Junto a él creció toda una generación, núcleo duro de fans.

El peso del hoy

Cuando J.K. Rowling terminó el manuscrito de “La piedra filosofal” era una mujer en bancarrota de 30 años. Hoy no es sólo dueña de la marca Potter y de todo lo que se publica en su nombre, sino que está asociada al gigante Warner con créditos de productora ejecutiva. Su visión del mundo se ha modificado y la consecuencia inevitable es que el aplastante peso de la contemporaneidad se filtre en su obra.

La saga de Potter (siete libros, ocho películas, una obra de teatro) funcionó cerrándose sobre sí misma. El tema universal -la lucha entre el bien y el mal- se rigió por las leyes de la magia y los protagonistas siempre miraron a los demás (“muggles”, aquellos que no tienen poderes) como exóticas presencias de un día a día ajeno. Se imponía entonces que la batalla final entre Potter y Voldemort se produjera en Hogwarts, la escuela de magia y hechicería donde se desarrolla la mayor parte de los acontecimientos.

Rowling se despojó de ese corset en esta saga de “Animales fantásticos”, compuesta por cinco películas de las que sólo se han rodado dos. El escenario es urbano (Nueva York, Londres, París), a caballo de una preciosa reconstrucción de época. Y no es caprichoso el tiempo histórico elegido, ese período de entreguerras en los que surgieron y se consolidaron los totalitarismos de derecha (Hitler, Mussolini, Franco, Salazar) y de izquierda (Stalin). Con tantas referencias a la vuelta, Grindelwald no podía ser un improvisado.

SCAMANDER. Otro héroe de pureza monolítica, sin grises. SCAMANDER. Otro héroe de pureza monolítica, sin grises.

Riesgos, al fin

Se entiende que Rowling haya construido una membrana capaz de separar a Potter de influencias amenazadoras. El mundo mágico tiene reglas estrictas y, mal administradas, podían convertir las novelas de Rowling en un pastiche. Por eso una de las claves del éxito radicó en la capacidad de Rowling para ajustarse a la lógica interna de su propio universo. En ese sentido, los libros y las películas de Potter funcionan como un mecanismo de relojería, exento de ruidos y de riesgos.

La Rowling de hoy es porosa al humor social. Voldemort era un ser malísimo marcado por el clasicismo literario, un Sauron con varita. Grindewald es tan malo y poderoso como Voldemort, pero su discurso es netamente político. Quiere destruir, sí, pero por sobre todo quiere gobernar a su manera. Lo que en Voldemort era pasión iracunda, en Grindelwald es una frialdad aterradora. Ejecuta con economía de gestos y sin levantar la voz. Admirable fabricante de monstruos, Rowling presenta en estas películas uno de la más absoluta actualidad.

Algo de sexualidad

El otro terreno que “Animales fantásticos” explora es el de las relaciones adultas. Por su naturaleza, la saga Potter no escapó al clima de estudiantina, tan en extremo inocente que el beso de Hermione y Ron fue el clímax que millones de fans esperaban. En el Hogwarts de Rowling no se hablaba de sexo, por más que el castillo estuviera habitado por decenas de chicos y chicas con las hormonas en ebullición. Ahora las cosas son distintas.

Esta nueva saga introduce a uno de los personajes emblemáticos, el profesor Dumbledore, en versión mediana edad. Lo encarna de manera notable Jude Law. Desde hace tiempo se especula con que, en algún momento de su juventud, Dumbledore y Grindewald fueron pareja. Sin explicitarlo, la película brinda indicios en ese sentido. “Fuimos más que hermanos”, revela Dumbledore, y un antiguo encuentro -reflejado en un espejo- los muestra tomados de la mano. Puede que en el futuro Rowling desmienta la homosexualidad de Dumbledore y de Grindewald -a quienes, por otra parte, no se les conocen otras relaciones pasadas, presentes ni futuras-, pero el sólo hecho de jugar con el tema representa un giro impensado. Hubo un tiempo en el que los aprendices de magos no iban más allá de girar el cuello para mirar pasar a las chicas de Beauxbatons.

La contribución del “universo Potter” a la cultura pop fue tan poderosa durante la década pasada que trazó marcas identitarias indelebles. Toda una generación creció leyendo esos libros y mirando las películas, y si bien es cierto es que la vigencia se mantiene (“el público siempre se renueva”) será difícil recrear un núcleo duro de fans como el que Rowling encontró. Esos incondicionales que ayer eran niños o adolescentes hoy son millennials o están a punto de serlo. A ellos interpela en buena medida “Animales fantásticos”. Todos han dejado en el camino la inocencia y Rowling los acompaña planteándoles cuestiones directamente relacionadas con el mundo en el que viven. Hubo un tiempo en el que se trataba de fascinarlos con hechizos y dragones; hoy los arcos argumentales abordan, por ejemplo, el robo de identidad. Y el discurso político, por supuesto.

Héroes y enigmas

Eso sí: Rowling no resigna su gusto por retratar héroes moralmente monolíticos. Al igual que Harry Potter, Newt Scamander (Eddie Redmayne) es un compendio de virtudes que no deja lugar para los grises. Si en Grindelwald -como ocurría con Voldemort- no hay espacio para el menor atisbo de humanidad, Scamander lo combate con un espíritu de refulgente limpieza. Las contradicciones de Potter no pasaban de las dudas propias de un adolescente, disipadas por la figura paterna representada por Dumbledore y el poder de la amistad de Ron y de Hermione. Scamander es un adulto con alma de niño, defensor de los débiles, de los descastados, de los rechazados. “No hay monstruo al que no amés”, le dice Leta Lestrange (Zoë Kravitz).

En el medio de la historia está Credence (Ezra Miller), un enigma en sí mismo que no luce seguro de nada. Un “obscurial”, un mago sin varita, una especie de Snape ambiguo e inexpresivo, pero poderoso. Está enamorado de Nagini, la chica oriental que se convierte en serpiente. Decididamente, el “universo Potter” explora otros pliegues de la realidad.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios