Que nadie se meta con el rugby

Le pidieron a Roberto Guareschi, maestro del periodismo, una definición sobre la ética profesional. El auditorio conformado por un grupo de editores esperaba una extensa disertación sobre el tema, tal vez una clase, pero Guareschi lo expuso en dos palabras: “no mentir”. Con la misma simpleza podrían sintetizarse las enseñanzas que el rugby transmite. ¿Para qué complicarse la vida si, básicamente, esa esencia puede resumirse en la formación de personas de bien? De eso se trató siempre el rugby, lo que no quiere decir que haber pisado una cancha garantice la pureza de espíritu. El rugby puede funcionar como escuela de vida, pero en la vida no todos se sacan un aprobado y eso no es por culpa del rugby.

Las islas capaces de mantener a sus pobladores al margen de la realidad son una fantasía. Acostumbrado a percibirse como un bastión inmaculado, reservorio de determinados valores condenados a desvanecerse en el resto del cuerpo social, al rugby lo desacomodan episodios contrarios a su razón de ser. Ese desconcierto suele provocar dos efectos: una defensa cerrada, netamente corporativa, ante la mínima posibilidad de sentirse atacado; y respuestas que por lo general no están a la altura de la gravedad de los hechos.

Por estas horas las tintas están cargadas contra el tenor del festejo de Los Tarcos tras la conquista del torneo Regional. No es sencillo determinar qué motiva a un rugbista a tirar al fuego la copa que acaba de obtener tras una temporada en la que se rompió el alma entrenando y jugando. Es, a fin de cuentas, una decisión personal. Llamativa y antipática, pero personal. En cuanto a las dedicatorias y al lenguaje, no dejan de formar parte de un contexto complejísimo, del que el rugby no es inmune. Y de ese contexto forman parte las redes sociales: si no se hubiera viralizado un video que explicita todo esto el tema no habría salido de las fronteras del club. Pero salió, y la institución se vio obligada a emitir un comunicado para pedir públicas disculpas.

Pero Los Tarcos es el árbol y lo que merece revisarse es el bosque. Por un lado recrudece la lógica binaria de la reacción: por un lado los que censuran y repudian (el tono del festejo), por el otro los que justifican (ese festejo) y califican de hipócritas a los demás (seguros de que en otros clubes pasa lo mismo pero no hay celulares filmando). Pero al mismo tiempo todos estrechan filas ante la mínima posibilidad de que salga mancillado el “espíritu del rugby”. Y nadie se mete con el rugby, sino con las personas que ocasionalmente obran en su nombre. Este es un tema central, porque a la gente del rugby le gusta percibirse como una gran familia en la que todo queda puertas adentro y los de afuera son de palo. Pero no, no es una isla ajena al devenir ciudadano.

Como toda construcción cultural, el rugby está sujeto a las tensiones del tiempo que le toca vivir. Hay que tenerle mucho amor al juego y al club para calzarse la ropa de árbitro cada fin de semana. Las agresiones de las que son víctimas los referís demuestran la profundidad del problema y por eso no hay docencia que alcance para erradicarlo. Energúmenos hay en todos los ámbitos y cada vez están más radicalizados. Esa tensión convive con la nobleza que el rugby predica desde la raíz y que apunta al valor del juego en equipo, a la solidaridad y al respeto. Insultar al árbitro, dentro o fuera de la cancha, es un acto que va a contramano de la naturaleza del deporte pero se mantiene en sintonía con lo que experimentamos a diario en la calle. ¿Quién dijo que es fácil?

Esa construcción cultural que es el rugby propone aristas de toda clase. Una muy valorable en Tucumán es la capacidad que tuvo y tiene el rugby para perforar las diferencias sociales. No todos los clubes tienen el mismo perfil, claro, pero la provincia bien puede enorgullecerse del carácter inclusivo que el rugby mantiene desde hace décadas. En cuanto al machismo incrustado en su naturaleza hay todo un camino por recorrer. Por caso, hay clubes tucumanos en los que sigue estando mal visto que las mujeres jueguen al rugby y los varones jueguen al hockey.

Los clubes mantienen su condición de asociaciones civiles sin fines de lucro y eso les asegura un rol preponderante en el tejido social. Quiere decir, a la vez, que forman parte de la vida pública. La Unión de Rugby de Tucumán no es otra cosa que la mesa a la que se sientan esos clubes. Es bueno no perder de vista que la Unión es un todo formado por partes heterogéneas, muchas veces discordantes. No todos actúan igual, no todos piensan igual. Lo valioso a esta altura de la historia, en una época de cambios vertiginosos en los que cada vez cuesta más sincronizar entre generaciones, es saber mirar para adentro. Es también el más incómodo de los ejercicios, porque mucho más sencillo es acordar que los enemigos están afuera. Y no es el caso.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios