La madre de todas las devaluaciones

La madre de todas las devaluaciones

Desde hace tres o cuatro generaciones se viene diciendo que en este mundo se está perdiendo el valor de la palabra.

En los comienzos de la humanidad organizada socialmente, lo único que poseía el hombre como instrumento válido de intercambio era la palabra.

Toda interacción cotidiana entre seres se fundamentaba únicamente en la lengua.

De allí provienen frases como “te doy mi palabra”, “palabra de honor” o simplemente el “te juro” o “sí juro”.

El juramento oral valía más que cualquier documento escrito, además lo antecede, porque ponía en juego el honor, la honra y nuestro valor mismo como seres humanos.

Te doy mi palabra, te la entrego, pongo mi verba en tus manos. La palabra es una ofrenda, una promesa, un juramento, un pacto, un compromiso, un voto, un acto de fe.

Sólo los seres traicioneros o despreciables faltan a su palabra. También los débiles o sojuzgados. Los había y los hay. Aunque siempre hubo en el mundo ruines y mentirosos, romper un juramento causaba más rechazo y repugnación antes que ahora, según advierten los abuelos desde hace un tiempo a esta parte.

Y damos fe. Porque algunos hemos tenido la fortuna de haber sido testigos presenciales del final de una época en que no siempre se usaban pagarés para honrar una deuda o una promesa.

Hoy sería impensable, un acto de ingenuidad supina.

Un ángel tocó el timbre

Durante sus últimos años de vida, mi padre tomó algunos préstamos para enfrentar inconvenientes financieros. Unos meses después de su muerte, un hombre tocó el timbre de mi casa y se presentó. Dijo que mi padre había cancelado su deuda con él poco antes de morir pero que nunca había pasado a retirar los documentos que había firmado, y que entonces venía a devolvérmelos.

Esa vez pensé que así debía personificarse la honestidad, con el rostro de ese hombre misterioso que surgió de la nada. Los creyentes dirían que se me apareció un ángel.

El valor de la palabra es lo que define a una persona. Es el reflejo de su ser interior. Porque lo que alguien expresa es la síntesis de sus diálogos internos.

Es por eso que el político, como sujeto social, causa tanto rechazo en la sociedad actual, al contrario de lo que ocurría hace alrededor de un siglo. Porque la política ha vaciado de contenido y de sentido a la palabra. Sólo está repleta de promesas incumplidas.

“En política vale todo”, suele decirse, que es igual a decir todo vale lo mismo, o nada.

Embusteros de sobra

La devaluación de la palabra no es exclusividad de la política. En el ranking del embuste también hay empresarios negreros, remarcadores y evasores. Hay religiosos abusadores. Hay deportistas dopados, sindicalistas corruptos y periodistas mentirosos. Hay amantes infieles, ventajistas y avivados de toda calaña.

Porque cuando es la palabra la que se devalúa, lo que en realidad se está devaluando es el valor de la confianza. Y sin confianza todo se desmorona. Y la sociedad argentina, y mucho más la tucumana, atraviesan por una enorme y profunda crisis de confianza desde hace años.

La confianza es lo único que ha hecho posible la existencia de reinos, imperios, países, organizaciones sociales y económicas, alianzas estratégicas, expediciones históricas.

Sociedades se le llama a empresas, clubes o a colectivos más amplios con intereses comunes que se basan en la confianza.

Sin confianza el hombre no hubiera llegado a la Luna, inventado los antibióticos o trasplantado un corazón.

Cuando la palabra se devalúa toda la sociedad se cae a pedazos. Aquí es donde los líderes tienen mayor responsabilidad que el vecino común a la hora de recuperar la confianza y el valor de la palabra, del pacto, del acuerdo.

El problema es que nuestros líderes no vienen estando a la altura del problema. Sólo dicen lo que hay que decir para conservar el poder o para llegar a él. Si mañana hay que afirmar todo lo contrario, lo hacen sin ningún problema y sin sentir vergüenza.

Sería extenuante y agotador citar ejemplos, porque cuando revisamos los archivos comprobamos que prácticamente para toda afirmación de un dirigente argentino existe su propia contraparte que sostiene lo contrario. Las excepciones son tan escasas que resultan irrelevantes.

Depreciados de punta a punta

La devaluación de la palabra no sólo viene depreciando a la moneda argentina desde hace décadas, sino también a las instituciones públicas y privadas, a esa letra muerta que son las leyes incumplidas y las constituciones violadas en forma recurrente.

Poderes legislativos que funcionan como una caja negra sin fondo, poderes judiciales que no imparten justicia o ejecutivos que no ejecutan.

Las sucesivas crisis de confianza nos tienen a los argentinos atrapados en una encerrona, donde la verdad en política no es un activo sino un costo que se paga caro, porque pareciera que el que mejor miente siempre gana.

Vivimos en una sociedad que no incentiva la honestidad, sino al contrario, la castiga. El honesto paga más impuestos, hace largas colas, se sienta en el último asiento, trabaja el doble, consigue los peores cargos y siempre llega tarde al reparto de privilegios.

Hasta en la educación, la base de todo progreso, hemos trastocado los principios elementales y premiamos por igual al que estudia que al que no toca un libro. Incentivamos el menor esfuerzo y así no hay futuro posible, más en un país cuya crisis perenne exige el doble de esfuerzo, no la mitad.

Como en el principio de Arquímedes, ocurre lo mismo en todos los órdenes de la vida. Cuando un valor sale, ingresa otro con volumen equivalente. Si introducimos un kilo de caos en un recipiente, saldrá un kilo de orden. Donde crece una maleza no crecerá una flor o donde duerme un gato no dormirá una rata.

No podría ser diferente respecto de los valores éticos y morales. Cada cargo que ocupa una persona corrupta deja de ser ocupado por una honesta.

Y en donde las ideas y las palabras han ido perdiendo fuerza, credibilidad y confianza, han ganado espacios el dinero y los intereses mezquinos, principales valores de la política actual.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios