“Los excesos del partido de Lula partieron a Brasil en dos”

“Los excesos del partido de Lula partieron a Brasil en dos”

La académica de Minas Gerais disertó en Tucumán. “Bolsonaro representa al antipetismo, no al pueblo”, dijo la profesora.

HUÉSPED DE LA FACULTAD DE DERECHO. La académica brasileña Vieira Maia en una pausa en sus actividades en la Universidad Nacional de Tucumán. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo HUÉSPED DE LA FACULTAD DE DERECHO. La académica brasileña Vieira Maia en una pausa en sus actividades en la Universidad Nacional de Tucumán. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo

Aunque se doctoró con una tesis sobre la oralidad en el proceso civil, y vino a compartir e intercambiar conocimientos sobre esa cuestión jurídica tan en boga, la profesora Renata Christiana Vieira Maia dice que dedicó buena parte de su tiempo en Tucumán a tratar de explicar lo inexplicable: el fenómeno “Bolsonaro”. Es que la estancia de la catedrática de la Universidad Federal de Minas Gerais en esta ciudad coincidió con el desarrollo de la campaña del balotaje que hoy disputarán Jair Messias Bolsonaro (Partido Social Liberal) y Fernando Haddad (Partido de los Trabajadores -PT-). Y a Vieira Maia sencillamente le ha resultado imposible abstraerse de ese hecho político tan singular y relevante para la región, que ella define como un choque de petistas y antipetistas.

“Los excesos del partido de Lula han partido a Brasil en dos”, lamenta la catedrática. E indica que durante las gestiones del Partido de los Trabajadores la corrupción fue demasiado lejos, pero que su exposición mediante un movimiento judicial inédito no generó ni autocrítica en el sector afín al ex presidente preso ni una alternativa política potable. Para esta docente universitaria, que sólo fala em portugues, Bolsonaro “es más de lo mismo”.

-Los argentinos observamos con admiración los avances de Brasil en la lucha anticorrupción. ¿Se ve igual hacia adentro?

-Hubo un empoderamiento de la Justicia y de la Policía Federal, y, en el fondo, una revalorización de la Constitución de 1978. Las facultades de Derecho del país cumplieron un papel muy importante al trabajar para que haya una masa crítica de alumnos y profesionales involucrados en el análisis y el cuestionamiento del sistema. La formación de hoy está orientada a plantear interrogantes: queremos que los actores fundamentales del Estado de Derecho piensen por sí mismos y gestionen los cambios que necesita Brasil.

-¿Cómo lograron ponerse de acuerdo en esta dirección?

-Sucedió paulatinamente. Aumentó el número de universidades públicas y privadas, y la educación permitió ampliar el rechazo a la corrupción. La corrupción es un mal que nadie quiere...

-¿Cómo es eso? La corrupción estaba por doquier y, de repente, ¿nadie la quiere?

-Estaba por todos lados, pero no se hacía nada porque no había investigación. Teníamos policías y fiscales débiles, y un Poder Judicial pasivo. Las reformas que revirtieron esa situación de vulnerabilidad institucional más las leyes de de la delación premiada (o imputado arrepentido) modificaron el panorama de impotencia. Fueron “tiros por la culata”: los políticos terminaron sancionando normas que limitaron su impunidad. A partir de esas delaciones, fue posible investigar y probar la corrupción. El momento significativo de este proceso fue el caso “Mensalao”, que complicó a varios diputados del PT durante el primer Gobierno de Lula. Los investigadores demostraron que los políticos denunciados habían recibido propinas y retornos, y, a partir de ahí, la lucha anticorrupción ya no se calmó.

-¿Es un movimiento imparable y duradero, o sólo una ola pasajera?

-Yo siento que la mayoría de la sociedad brasileña está en contra de la corrupción, pero hay que ver qué pasará en el futuro. Casi todos los políticos envueltos en escándalos quedaron afuera del poder en las elecciones de este año, por ejemplo, la ex presidenta Dilma, que compitió en mi estado, Minas Gerais. Pero ahora también estamos viendo el fenómeno de Bolsonaro. Es un candidato irracional, reaccionario, militarista, misógino, homofóbico, violento, truculento, prodictadura... La exposición de la corrupción y tantos años de gobierno del petismo han llevado a esto. En Brasil hubo un movimiento judicial impresionante que produjo un escenario político inexplicable. La lucha contra la corrupción es siempre necesaria y debe continuar, pero no alcanzo a percibir mejoras en el plano político porque Bolsonaro es más de lo mismo y porque el Partido de los Trabajadores no ha hecho una autocrítica. Estamos, en esencia, en una polarización PT-antiPT.

-¿Qué siente frente a esa opción?

-Me pregunto cómo haremos para votar. Y es obvio que los excesos del petismo partieron a Brasil en dos y que quien aparece como el candidato favorito en el balotaje (de hoy), Bolsonaro, representa al antipetismo, no al pueblo brasileño.

-¿En qué medida el voto a Bolsonaro se explica por la inseguridad, además de por la corrupción?

-No lo veo así. Todo el discurso de Bolsonaro apunta a la corrupción. La ciudad de Río de Janeiro, que está sometida a una intervención federal, es una de las más afectadas por la delincuencia, pero resulta que el ex gobernador, Sergio Cabral, también está preso. El concepto de Bolsonaro es que la corrupción se llevó los fondos destinados a la salud, la educación y la seguridad. Y el ejemplo es la criminalidad de Río de Janeiro. Pero, cuidado, porque esa mirada jerarquiza a la policía militar, y a un proceder que justifica la eliminación del principio de inocencia y del conjunto de los derechos humanos. Siempre hubo corrupción en Brasil, pero el PT la llevó a un punto extremo y muy violento. El discurso petista era el mismo que el de Bolsonaro. Cuando llegó al poder, Lula también decía que iba a acabar con la corrupción. Y la expandió.

-Usted dice, entonces, que hay razones para sospechar que Bolsonaro será un Lula con otro signo ideológico...

-Sí. Bolsonaro fue diputado durante 27 años y tiene un patrimonio millonario. Sus cuatro hijos están en la política: todos viven de ella. ¿Cuál es la diferencia?

-Se ve a Bolsonaro al lado de ciertos cultos poderosos. ¿Esta cercanía le resulta novedosa a usted?

-Sí. Bolsonaro se dice evangélico y su relación con esa religión activó la reacción de la Iglesia católica. Sus mensajes cuestionan la agresividad de Bolsonaro y la cristiandad de su discurso.

-¿Religión y Estado están más cerca hoy de lo que estaban hace algunas décadas?

-En Brasil nunca hubo esa ruptura. Un ejemplo: la imagen de Cristo sigue presidiendo la sala de reuniones del Supremo Tribunal Federal. Si tenemos un Estado laico, entonces, ¿por qué la cruz?

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