30 Septiembre 2018

Carlos Duguech - Columnista invitado

Los memoriosos saben bien que ese perrito está escuchando la voz del amo que sale del “gramófono” de la RCA Víctor. Tanta es la fidelidad del aparato a cuerda según el fabricante, que el perro, con su natural y sensible capacidad de audición, se siente más que satisfecho.

Esto viene a cuento para mejor entender por qué Argentina no ratificó el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares que fue votada en Nueva York, en la sede de la ONU el 7 de julio de 2017, por 122 miembros a favor. La iniciativa fue de ICAN, una ONG que abarca cientos de otras organizaciones no gubernamentales y que tienen sede en 101 países. Por su Campaña contra las Armas Nucleares mereció el Nobel de la Paz de 2017 que cada año otorga el Comité Noruego.

Argentina no suscribió el tratado pese a que votó afirmativamente en la Asamblea convocada al afecto, en la sede del organismo internacional.

Llama la atención este posicionamiento argentino habiendo ratificado (25/08/1993) el Tratado para la Proscripción de las Armas Nucleares en la América Latina y el Caribe (“Tratado de Tlatelolco”) y el controvertido Tratado sobre la No Proliferación Nuclear (TNP) el 13/01/1995. Hay que remarcar además, que previo a esa ratificación y desde que se abrió a la firma ese tratado (01/07/1968), nuestro país expuso en reiteradas oportunidades las observaciones sobre el TNP, al punto que lo consideraba discriminatorio. En verdad lo es porque diferencia estados que poseen armas nucleares y aquellos que no las poseen, generando así una notoria diferencia a favor de quienes no abandonan sus arsenales nucleares y aún los incrementan.

En un libro que guardo con cuidado, “El desarme de los desarmados” y que llegó a mis manos por indicación de su autor, Julio César Carasales (fallecido en el año 2000), embajador de carrera, estudioso de los asuntos nucleares y de defensa, se da cuenta muy documentadamente sobre las razones para sostener que ningún país no poseedor de armas nucleares (entre ellos Argentina) debe suscribir y/o ratificar el TNP. Porque, en suma, mantiene a sus promotores y a los poseedores originarios de arsenales nucleares con el privilegio de seguir poseyéndolos por mucho tiempo, indeterminado casi. Y son los que a su vez integran la “mesa” de cinco patas permanentes (desde 1945) en el Consejo de Seguridad (CS) de Naciones Unidas, ¿Y qué más?: pues que tienen el privilegio (ellos solos) del poder de veto de las resoluciones del CS.

Para entrar en vigencia el histórico Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TSPAN) se requiere que 50 países lo ratifiquen. Hasta ahora 16 lo hicieron. Argentina ni siquiera lo firmó. En el discurso del presidente Macri ante la Asamblea General de la ONU se refirió a que nuestro país en el año 2020 ejercerá la presidencia de la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación, que se hace cada tanto. Esperar hasta entonces sin ser uno de los cincuenta países que le darán fuerza operativa al TSPAN, es convalidar sumisamente que el TNP siga siendo el principal modo de evitar la “proliferación” horizontal (“sólo los que están armados con bombas atómicas seguirán armados”).

Las muy buenas relaciones con Trump -es decir con los Estados Unidos de Trump- “nos” somete a ser simpáticos con él. Y Macri sigue al pie de la letra lo que en un tiempo se llamaron “relaciones carnales” (con Menem y Di Tella). Hoy serían relaciones de “padre e hijo”, o de amo y esclavo, en una dialéctica que claramente nos perjudica como país soberano. ¿Soberano o sólo uno de los eslabones de la cadena del ejercicio del poder de un país líder, poderoso, en lo político, en lo económico y en lo militar?

En una palabra, somos por ahora, el perrito que escucha y acata sin ladrar lo que le dicta el aparato RCA Víctor.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios