Los transas buscan familias para que les vendan drogas los fines de semana

Los transas se han transformado en los principales generadores de empleos en algunos de los barrios más humildes

“Y de algo tengo que vivir”, dijo Norma. La mujer de 38 años, separada y madre de tres hijos (de entre 5 y 11 años), es uno de los engranajes de ese monstruo llamado narcomenudeo que está empecinado en destruir con sus filosas garras todo lo que tocan. “Me dan hasta $3.500 para que venda droga los fines de semana. No es siempre, pero dos o tres veces por mes”, explicó en una entrevista con LA GACETA. Casos como este se repiten cada vez más en los barrios de la periferia, donde los transas, aprovechándose de la crisis social que se vive en esos sectores, buscan métodos para burlar a las fuerzas que los persiguen.

Los vendedores de drogas se han transformado en los últimos años en uno de los principales generadores de empleos en esos caseríos donde el hambre, la exclusión y la marginalidad son moneda de todos los días. Contratan a personas para que traigan la droga desde el norte del país, las escondan, las vendan, las custodien y guarden sus armas. Les pagan con dinero (que es mínimo, si se tiene en cuenta las fabulosas ganancias que consiguen) o con favores, ya sea entregando el dinero que necesitan para comprar un remedio o haciéndose cargo de un servicio de sepelio, o enfrentando los gastos de los festejos de los días del Niño, de la Madre o del Padre en los lugares donde ellos ejercen su dominio, ayuda que no consiguen del Estado.

Los investigadores de las fuerzas de seguridad reconocieron que esta es una de las alternativas que están utilizando los transas para evitar ser descubiertos. “Para conseguir una orden de allanamiento es necesario probar una transacción, es decir, sacar fotografías o filmar a una persona comprando una dosis. Ya es difícil hacerlo, imagínese si cambian los puestos de venta”, explicó un pesquisa.

Esta nueva estrategia de venta es el nuevo obstáculo, no el único que enfrentan las fuerzas. En lo que va del año los agentes antinarcóticos encontraron otros. Son cada vez más los transas que, copiando el estilo rosarino, acondicionan domicilios para que los adictos ingresen a un inmueble, compren y la consuman a la droga en el lugar para que nadie los pueda filmar o fotografiar. Se sospecha que a Priscila Paz, la joven que fue secuestrada y asesinada hace casi dos meses, la tuvieron oculta en un fumadero del barrio Ampliación Elena White cuando los policías la buscaban en ese lugar.

Desesperación

“No le voy a mentir. No me gusta hacer esto, pero no tengo otra. No tengo trabajo y nunca accedí a un plan. Si salgo a ‘cartonear’, con suerte gano $800. Es mucha diferencia y además no me muevo de la casa. Los tengo controlados a los chicos”, indicó Norma, que pareciera estar curtida por los golpes que recibió en la vida.

La mujer huyó de su casa del interior de la provincia cuando quedó embarazada de un joven de ciudad que no le caía bien a su familia. En pareja, con el fruto del esfuerzo, construyeron una humilde casa en un barrio que está a poco menos de 20 cuadras de la Plaza Independencia (su nombre se mantiene en reserva para proteger a la testigo). “Nos conformábamos con poco, es decir, que él tenga trabajo para poder comer y pagar la moto que él usaba. Hace unos cinco años se fundió la empresa donde él era pintor y comenzaron los problemas”, indicó.

Para ella la situación se agravó cuando él, ante la falta de trabajo, “se unió a la mala junta del barrio”, explica. Primero comenzó a consumir “alita de mosca”, después empezó a ser detenido por robos, continuó vendiendo la moto y las pocas cosas que tenía en la casa.

“Cuando empezó con el paco se perdió totalmente. Un día volví a casa después de ‘cartonear’ y no estaba nuestra cama. Mis hijos me contaron que se la había llevado. Era para comprar droga”, contó.

La mujer relató que no sabe nada de él desde hace poco más de dos años. “Me decían que lo veían limpiando vidrios en la zona de la plazoleta Mitre, lejos del barrio, pero no sabemos nada de él. Los chicos no preguntan por su papá, porque saben que los adictos se terminan muriendo en algún momento”, detalló.

“No tengo miedo de que mis hijos hagan lo mismo porque vendo papelitos. Los que me dan la droga me dicen que nunca iré presa porque no tengo quién se quede a cuidar a mis hijos y que ellos siempre me ayudarán con abogados y todo eso. Tampoco creo que los chicos empiecen a tomar porquerías porque yo estoy en la casa y controlo que vayan a la escuela, estudien y que no se junten con gente mala”, concluyó.

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