La oposición se vuelve invisible

La oposición se vuelve invisible

Va pasando la gestión y se va acercando un nuevo período electoral. Cambiemos en este lapso no ha conseguido una voz unívoca que perturbe al oficialismo. Manzur tiene un riesgoso doble discurso ante la Nación. El puente.

La oposición se vuelve invisible

Los funcionarios aprendieron el discurso que les dictó el gobernador y lo repiten a como dé lugar. No dudan un segundo y hasta cuando no deben repiten la frase. “No tenemos plata. La Nación no nos envía fondos”. Esa fue la oración que utilizó el más novel de los hombres del gabinete de Juan Manzur. Con ese argumento, Carlos Driollet, secretario de Lucha contra el Narcotráfico, trató de justificar todo lo que no se hace en su área. Una exageración innecesaria.

Los políticos enrolados en la oposición al peronismo en la provincia apelan a una lógica similar. Cada vez que el oficialismo consigue imponer sus pensamientos, sus ideas o sus proyectos, aparece un representante público y repite lo mismo: “no tenemos el ‘número’. Ellos tienen más votos”. ¿Cuál es la novedad? Eso lo sabíamos todos desde el mismo día de los comicios. Una vez que se conocieron los resultados existía una notable minoría de la oposición, que iba a tener que usar la imaginación y la creatividad para hacer sentir su voz. Más aún para exigir que se los escuche y para hacer que tengan sentido (y peso) sus ideas, proyectos y valores.

Como la misma liviandad con que Driollet justifica lo injustificable, la oposición se esconde tras un relato gastado.

Curiosamente, ha sido Tucumán una provincia donde muchos actores políticos se han destacado cuando han estado en minoría. Era esa debilidad la que les daba fortalezas para diferenciarse, para crear contradicciones, para arriesgar posiciones y hasta para dejar mal paradas a mayorías que se desesperaban por lograr acuerdos con ellos.

Cayeran simpáticos o no, ha habido políticos como Gumersindo Parajón, aquel radical que ponía nervioso a los principales popes aún cuando su voto unitario terminaría aplastado por 39 a 1. Algo parecido trataba de hacer el peronista disidente (de la mayoría) Osvaldo Cirnigliaro; y también forzó contradicciones otro peronista renegado como Alejandro Sangenis. Sólo este trío de políticos que recientemente se apoyaban y confiaban en su fuerza, en su verba o en su apasionamiento por la política. Hay muchos más. En el apuro, este teclado no encuentra tranquilidad para detenerse en otros locos de la política capaces de domar mayorías que se mostraban indómitas.

Los opositores de hoy se invisibilizan. En la Legislatura actual el liberal Alberto Colombres Garmendia se conforma con negociar algunas posiciones, escribir e-mails y con ser uno de los principales referentes del PRO. Nada que sume ni que articule la construcción de una oposición creativa y desafiante con sueños de poder. Entre los radicales, el andar pausado y lento de Eudoro Toto Aráoz ha rescatado de la fábula aquellas anécdotas de la liebre y la tortuga. Aráoz, sin grandes resultados ni estridencias, a veces supera a veloces liebres como Luis Brodersen, quien terminó exhausto antes de llegar a la meta. Sus denuncias por el dinero que cobraban los legisladores se derrumbaron como un puente alperovichista. En poco tiempo lo convencieron de que no podía tirarse contra sus pares y calló y también cayó como legislador.

En el mundo radical, José María Canelada y su inseparable coequiper Adela Estofán de Terraf tejen y destejen en las redes sociales, cuál Penélope, sin lograr que sus discursos y proyectos para reforzar instituciones se corporicen.

El trabajo individual de Fernando Valdez, atribulado por los e-mails, los WhatsApp y las cuestiones de la seguridad, no alcanzan para que la oposición se constituya en una sólida pared infranqueable para el oficialismo. En el mismo individualismo, aunque con más confusión se sientan en sus bancas Raúl Albarracín y Luis González. Sentado en su banca queda el egregio Rubén Chebaia, sumido en los vahos de un pasado de gloria efímera.

Después están los peronistas como Silvio Bellomío y Christian Rodríguez, quienes andan confundidos por el cambio de discurso de su líder Domingo Amaya. En la misma franja está Alfredo Toscano, un peronista que aún no entiende por qué debe ponerse campera amarilla, ni siquiera cuando se lo explica su jefe Germán Alfaro. Este panorama de confusión e individualismo es el que prima en la construcción de la oposición. No es descabellado que así sea porque el diputado José Cano, la senadora Silvia Elías de Pérez, Amaya y Alfaro no han podido construir un frente opositor. Se han quedado con la agrupación electoral. Así, los principales actores de la oposición se hacen invisibles y en esa invisibilidad el oficialismo les saca terreno. Mucha ventaja. La suficiente como para construir un discurso unívoco que se afianza en un proyecto hacia 2019, algo de lo que no puede presumir Cambiemos.

En la Casa Rosada saben de estas cuestiones y las entienden perfectamente. Se desilusionan porque no han podido concebir ni siquiera un discurso. La senadora y el diputado intentan, más por sueños propios que por convicciones, defender el proyecto nacional, pero a sabiendas de que no encuentran el correlato para soñar con ser el poder en 2019. Por eso el Presidente, cuando analiza lo referido a Tucumán, no lo tiene como un bastión a pintar de amarillo.

Tiene encuestas en la que los principales referentes no miden lo que debieran para “llegar”. Cambiemos no ha sabido cambiarse a sí mismo en la provincia y 2019 se le escurre como el agua en las manos. Hay quienes ya piensan en construir otro polo de poder, donde los típicos interlocutores pasen a retiro y aparezcan nuevos actores. La frustración es tal que más de uno elucubra que, para llegar al poder, deberían consolidar lo conseguido y trabajar para obtener una que otra intendencia más y algunas bancas también. Ninguno cree en sentarse en el sillón de Lucas Córdoba. La política necesita de locos apasionados que arrastren y contagien ilusiones y hasta ahora eso es un activo del oficialismo.

La oposición ha perdido legisladores que ayudó a llegar, pero que eran peronistas disfrazados a los que Manzur les sacó la careta y se los llevó, como Stella Maris Córdoba o como Eduardo Bourlé.

Y hay un radical al que muchos radicales acusan de peronista; y al que los peronistas no reconocen como “compañero”, pero le guiñan el ojo. El legislador Ariel García navega en aguas procelosas y en tempestades, ensañado con sus correligionarios y condescendiente con el poderoso presidente de la Cámara, Osvaldo Jaldo. El mismo que alguna vez juró en su cargo de diputado nacional en honor “al mejor gobernador de la historia de Tucumán, José Alperovich”, un hombre al que él ni siquiera valora, ya que ni habla con el senador.

El puente de la realidad

Manzur, a diferencia de sus opositores, se ha vuelto más visible de lo que querrían algunos peronistas y las propias autoridades nacionales. En el ministerio del Interior, como en otros sectores de la Casa Rosada, debe haber un blanco con la cara del gobernador de la provincia. A más de uno de los inquilinos de ese poderoso palacio los ha sacado de quicio.

El discurso de “aquí estoy para ayudar a la Nación”, pero “no voy a permitir que se le toque un peso a Tucumán” no es fácil de interpretar para la Nación. Desde hace días buscan interlocutores para entender y para convencer al gobernador tucumano. Manzur disfruta de verse en las marquesinas porteñas, pero puede quedar entrampado en su propio discurso cuando finalmente llegue la hora de que el Congreso vote el presupuesto. O, en todo caso, va a quedar como un mandatario que no manda a sus compañeros en el Congreso. En los pasillos de Balcarce 50 especulan que las presencias de los embajadores de Estados Unidos y de Israel en Tucumán fueron mensajes y señales de fortaleza que pusieron en alerta a los funcionarios nacionales.

El gobernador, además, se siente poderoso porque, de alguna manera, sus amenazas de luchar por los fondos que llegaban con las retenciones que se hacían a la exportación de soja tuvieron algunos rindes al recibir del Ejecutivo Nacional la promesa de pagar algunos millones hasta diciembre. Sin embargo, en el frente interno ha vuelto sentir el cimbronazo de la obra pública tucumana. El, aunque ahora mire para otro lado, era el vicegobernador de Alperovich, a quien se le derrumbaron más de un decena de puentes. Esta semana volvió a caerse otro, como una muestra más de la debilidad en la inversión de la Provincia en infraestructura. Algo que ya se está discutiendo en los Tribunales a raíz de las trapisondas que se hacían en el Instituto de la Vivienda durante la gestión Alperovich-Manzur.

Si hay un área de la Justicia que puso incómodo a los poderosos de la provincia esa es la Cámara en lo Contencioso Administrativo. Ante la invisibilidad de la oposición y su falta de fuerza política, más de una vez esa institución judicial fue maltratada y mal vista por el peronismo. Tanto que el ex camarista Salvador Ruiz hizo mutis por el foro y se jubiló en cuanto pudo. Su lugar quedó vacante. El gobernador Manzur, que venía designando morosomente a los magistrados para ocupar los sillones vacíos, tuvo una celeridad tan inesperada respecto del fuero administrativo. Tanto que llamo la atención en el Palacio de Tribunales cuando esta semana eligió a Juan Ricardo Acosta, quien cumplía funciones en el Subsidio de Salud, para que ocupe el lugar del que huyó Ruiz.

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