
MÉDICOS EN EL RECUERDO. Amador Lucero (a la izquierda, de sombrero) presentó la primera tesis doctoral sobre cardiopatías infantiles.

Por Manuel Riva
“Tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la desesperación, el miedo, la muerte y el tránsito de una existencia llena de la más absurda superficialidad a un abismo de dolor. Veo a los pueblos lanzarse unos contra otros y matarse sin rechistar, ignorantes, enloquecidos, dóciles, inocentes”. Estas palabras expresadas por uno de los protagonistas de “Sin novedad en el frente”, de Erich María Remarque, son un reclamo antibelicista contra la Primera Guerra Mundial que había devastado a Europa. Pero el conflicto, que produjo alrededor de 30 millones de víctimas entre civiles y militares, generó desarrollos en las ciencias médicas y avances en radiología, injertos de piel y en las cirugías, entre ellas la cardíaca. Aún con la guerra en marcha, nuestro diario, en septiembre de 1918, reflejaba algunas de estas cuestiones en la sección “Notas científicas”. Allí se expresaba: “la guerra actual ha permitido realizar progresos extraordinarios en cirugía. La necesidad ha obligado a efectuar intervenciones que nunca habríamos intentado en tiempo de paz. Teníase que salvar numerosas vidas, y como por otra parte los medios a elegir no eran muchos, se abandona todo temor, que había que cumplir y que no podía llevarse a cabo de ninguna otra manera. La cirugía de las partes del cuerpo menos accesibles y también las más delicadas, se ha enriquecido con un número considerable de hechos, que han demostrado la posibilidad de lo que hasta entonces era considerado como una quimera. Las conquistas más recientes de la ciencia en concepto de asepsia, de anestesia, de radiología y de fisiología experimental se pusieron a disposición. Se ha podido intensificar en alto grado la cirugía del corazón, que durante mucho tiempo fue considerada como ‘noli me tangere’ (no me toques) del arte de curar”. El cronista reconocía los avances en las ciencias médicas y destacaba la imagenología, al poder instalarse equipos portátiles de rayos X en ambulancias que recorrían los campos de batalla para realizar diagnósticos más precisos. También se destacaba la incorporación de reglas de aseo para evitar la proliferación de virus y bacterias, entre ellas el empleo de guantes para los cirujanos que si bien, ya existían, su uso se extendió en aquella época.
En el artículo se rescataba la información que venía desde Francia, aún previa al conflicto. Hacia fines del siglo XIX se planteaba que “frente a una herida del corazón, el cirujano demostró que la sutura podía ser practicada de un modo rápido y con éxito en animales”. La crónica recordaba los debates sobre la extracción de elementos extraños del cuerpo, “los autores se niegan a dar un consejo cuando se trata de un cuerpo extraño. Es evidente que ello es debido a que su extracción ha sido seguida a veces de muerte súbita. Por otra parte, algunos enfermos han continuado viviendo con cuerpos extraños que no han sido extraídos”. El cronista decía que aquel era el estado de la cirugía cardíaca “hace unos 30 años”. A continuación pasaba a recordar que en 1906 “la primera sutura del corazón (por herida de arma blanca en ventrículo derecho) fue practicada en Francia en 1898. El operado vivió cinco días, falleciendo de bronconeumonía” y agregaba que “pese a algunos éxitos las operaciones no se generalizaron y se mantenían como excepcionales”. Unos meses después, en Francia también, otro cirujano realizó una intervención quirúrgica por primera vez en el caso de un herido con arma de fuego pero en la que el paciente murió durante la operación. La noticia destacaba que apenas habían pasado 17 años desde aquellas primeras acciones y se había avanzado mucho. En ese período no sólo se habían mejorado aquellas primeras técnicas “sumamente difíciles”, sino que se habían ampliado al rastreo y recuperación “de proyectiles, no precisamente incluidos en el músculo cardíaco, sino libres en las cavidades”. El informe señalaba que “de 128 suturas del corazón determinaron 8 muertes y 47 curaciones”.
Otro de los temas expuestos fueron las complicaciones postoperatorias y las muertes. Más allá de las propias del corazón estaban las infecciones, y expresaba: “estas son las culpables de la mayoría de los casos”. Los autores de la época recomendaban una “escrupulosa asepsia a los cirujanos que practican estas intervenciones. Por urgente que sea la indicación de operar, no debe hacernos olvidar las precauciones de limpieza meticulosa sin las cuales se va en busca de un fracaso más o menos tardío”.
En nuestro país
Dejando un poco de lado la noticia de 1918 pasaremos a recordar algunos aportes en cuestiones cardiológicas en nuestra provincia y en nuestro país. La cardiología argentina, puede decirse, comenzó a principios de siglo, en 1901, cuando el profesor Abel Ayerza describió el cuadro de insuficiencia cardíaca asociada con cianosis, que denominó “cardíacos negros”.
En 1912, uno de los discípulos de Ayerza, Francisco Arrillaga, publicó el considerado primer libro cardiológico argentino: “Esclerosis secundaria de la arteria pulmonar - Cardíacos negros”. Aún en esa época, la discusión cardiológica era sólo una inquietud académica. Recién cuando el profesor Bernardo Houssay (que recibió el premio Nobel en 1947) trajo al país, en 1912, el primer electrocardiógrafo puede considerarse que nace la cardiología en Argentina.
Algunos años antes, en 1893, el doctor Amador Lucero, había escrito su tesis doctoral “Cardiopatología infantil”. Lucero era puntano pero de pequeño llegó a nuestra provincia. Se recibió en el Colegio Nacional y estudió medicina en Buenos Aires. “Vuelto a esta provincia fue diputado a la Legislatura, ministro de Lucas Córdoba, diputado nacional. Después, en Buenos Aires, se dedicó al periodismo, tareas que desarrolló junto a su actuación de calificado médico forense, que le dio celebridad. Era un espíritu múltiple. Fue también un famoso crítico musical y un agudo crítico literario. Murió repentinamente en 1914, a los 44 años”, destaca sobre él Carlos Páez de la Torre (h).
Paterson
Otra figura importante dentro de la cardiología, según explica el doctor Adolfo Poliche, fue William Cleland Paterson que fue director del hospital del ingenio Esperanza, adonde había llegado en 1894. En 1897 trajo a nuestro país la primera máquina de rayos X que fue instalada en el ingenio, propiedad de los hermanos Leach, de origen inglés. Apenas habían pasado dos años del descubrimiento de Röntgen. Paterson fue el primer médico que se instaló en Jujuy y por 16 años el único de los departamentos San Pedro, Ledesma y Santa Bárbara. Con justicia, es considerado el padre de la patología regional argentina, ya que fue el pionero y promotor de esta disciplina en el país. Paterson fue el primer oculista en Jujuy y cofundador de la Universidad Nacional de Tucumán. A principios de la década de 1910 actuó en Tucumán. Asumió la dirección del Laboratorio de Bacteriología de la provincia en 1912, como reemplazante de su fundador, el doctor Pedro García. Allí estuvo hasta 1916. Tres años antes, el fundador de nuestra Universidad, doctor Juan B. Terán, lo había convocado para integrar el Consejo Superior. La primera clase que se dictó en nuestra universidad, el 11 de mayo de 1914, estuvo a su cargo, y se desempeñó al frente de la cátedra de Bacteriología. Este médico nacido en 1871 y que estudió en Edimburgo y Glasgow también desarrolló una bebida muy famosa en aquellos años: el recordado “tónico Paterson”.
MÉDICOS EN EL RECUERDO. Cleland Paterson (segundo desde la izquierda) trajo al país el primer equipo de radiología.
Tesis doctoral de riesgo
Más atrás aún, casi podríamos decir en la prehistoria de la cardiología, otro tucumano fue protagonista. Estamos en 1842. Un estudiante tucumano iba a presentar su tesis “Influencias que ejercen las tiranías en las enfermedades del corazón” para alcanzar el título de médico en la universidad porteña; gobernaba el país Juan Manuel de Rosas.
Ante el tenor de la presentación el doctor Claudio Mamerto Cuenca, relata Páez de la Torre (h) en su artículo “Tesis doctorales de riesgo”, advirtió sobre el riesgo que corría al estudiante, que decidió cambiar de tema para presentar una con el título “Diabetes”, con la que pudo doctorarse sin inconvenientes.
El personaje era José Exequiel Colombres, nacido en Tucumán el 10 de abril de 1818, quien regresó a la provincia donde se desempeñó como médico. En 1845 contrajo matrimonio con Zoila Gutiérrez, hija del gobernador Celedonio Gutiérrez, líder federal de la provincia. Esto hizo que se suavizarán las asperezas. Cuando Gutiérrez cayó, tuvo que exiliarse y su yerno lo acompañó. Colombres fue senador nacional, miembro de la Sala de Representantes y presidente de la Municipalidad.
Los rayos X
Wilhem Röntgen descubrió los rayos X en 1895 (por ello recibió el Nobel en 1901) y abrió una amplia ventana de posibilidades al mundo. El 16 de enero de 1896, el New York Times publicó una radiografía de la mano de su esposa. Poco tiempo después todo el mundo estaba maravillado de las fotografías que mostraban la estructura ósea humana.
RAYOS X. El descubrimiento de Röntgen abrió la ventana a una nueva visión del cuerpo humano y mejoró los diagnósticos médicos.
Ya en febrero de 1896 se utilizaron rayos X en medicina para observar los huesos rotos: la primera observación de una fractura en el brazo de un paciente se llevó a cabo en el Dartmouth College en los EE.UU. Muy pronto, se encontraron otras aplicaciones, incluyendo el escáner de equipajes por los funcionarios de aduanas.
Los rayos X cobraron realmente prestigio durante la Gran Guerra. Marie Curie, junto con su hija Irene, estableció una red de centros médicos radiológicos para el diagnóstico de fracturas y enfermedades pulmonares entre los soldados. Además, había vehículos con aparatos de rayos X (llamadas “Les petites Curie”) cubriendo los campos de batalla. Curie escribió un libro sobre esto: “Radiología en la guerra” (1921). Para ello se aprovechó del invento del español Mónico Sánchez, que lo había patentado en 1911.
La versatilidad del aparato venía dada en sus pequeñas dimensiones y peso, mientras un equipo fijo superaba los 400 kilogramos, el portátil apenas llegaba a ocho. Estos equipos fueron instalados en más de 60 ambulancias del ejército francés.
El electrocardiógrafo
El electrocardiógrafo fue un invento de Willem Einthoven en 1903, que lo hizo merecedor del Premio Nobel de Medicina de 1924. Einthoven nació el 21 de mayo de 1860 en Semarand, Isla de Java (actual Indonesia). Su familia era descendiente de judíos españoles huidos a Holanda en tiempos de la Inquisición, a finales del siglo XV.
ELECTROCARDIÓGRAFO. Los primeros equipos eran como este.
En 1879, ingresó como estudiante de medicina en la Universidad de Utrech, contratado por el ejército, que le financió los estudios con el compromiso de servir como médico militar en las colonias. Su aparato constaba de un hilo o alambre conductor que pasaba a través de un campo magnético. Por tanto, una corriente que fluyera a través de él lo obligaba a desviarse perpendicularmente a las líneas de fuerza magnética. Esto permitió reflejar las variaciones de potencial eléctrico del corazón y conseguir así el primer electrocardiograma.
Este primer aparato requería cinco personas para poder ser utilizado y pesaba 270 kg. Los pacientes ponían sus extremidades en grandes frascos con una solución conductora y eran examinados, mientras el registro tenía lugar en el distante laboratorio.







