Las últimas calesitas libran su batalla en la era digital

Las últimas calesitas libran su batalla en la era digital

La Municipalidad retiró una de las históricas del parque 9 de Julio. Cada vez quedan menos y la mayoría sólo trabaja los fines de semana. Pero los dueños, herederos de una tradición de décadas, no están dispuestos a rendirse.

LA MÁS LLAMATIVA. Es una de las que quedan en el parque. Tiene dos pisos, de estilo veneciano, caballitos estilizados y luces al tono. LA MÁS LLAMATIVA. Es una de las que quedan en el parque. Tiene dos pisos, de estilo veneciano, caballitos estilizados y luces al tono.

Así como la selección natural va descartando especies de la flora y de la fauna, las calesitas también parecen transitar el camino de la extinción. No en el resto del mundo, porque las ciudades rivalizan en una carrera por contar con el más espléndido de los carrouseles. Pero sí en Tucumán. Cada vez hay menos calesitas y cada vez son más acotados los días y horarios en los que funcionan. Pero hubo un tiempo en el que los espejos eran sonrisas, y la sortija, un aparato de amor.

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Las topadoras barrieron con todo en un rincón del parque 9 de Julio. Los motores de los kartings y la música de la calesita son un retazo en la memoria de miles de tucumanos. “Hace cosa de 40 años yo andaba en esos autitos y la calesita siempre estuvo al lado”, apunta Rafael Vece, un entusiasta coleccionista de recuerdos ciudadanos. La decadencia de la zona transitó inexorable. Llegó un punto en que la pista era más de motocross que de kartings, hasta que día dejó de funcionar. La calesita, anclada en el pasado, no se aggiornó, apenas amparada por un poco de algodón de azúcar. Por eso la Municipalidad decidió meter mano y parquizar la zona. Ya no queda nada.

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“Vivo al frente, así que cuando los chicos quieren subir golpean las manos en la puerta, salgo y la pongo en marcha”, explica Carlos Behrens. A la calesita instalada en la plaza de Villa Mariano Moreno él la construyó con sus manos, aplicando los conocimientos adquiridos durante años como mécanico del rubro. Son más de las 20 de un miércoles y en la zona no hay nadie, apenas Milagros -la hija de Behrens- posando como estrella para las fotos. “Esto se pone bueno el fin de semana”, indica Carlos, pero no deja de subrayar lo complejo que puede resultar el negocio. “Mirá -dice señalando el techo de la calesita-. Tengo que cambiar esa lona y me cuesta 8.000 pesos”.

Carlos sostiene que la suya es la única calesita de barrio del Gran San Miguel de Tucumán y que durante sábados y domingos lo “invaden” chicos llegados desde diferentes puntos de Las Talitas. La vuelta cuesta $ 25, pero hay una promoción de tres por $ 50. El motor, activado por una turbina, resiste el traqueteo. Hay 10 lugares a bordo, incluyendo tractorcitos de los comprados en jugueterías y un pequeño caballito blanco. Desde las chapas interiores saluda Peppa Pig.

Por la calesita de Behrens pasaron muchísimos chicos de Villa Mariano Moreno. Él dice que se la cuidan, por más que hoy concurren a la plaza con otros fines (y se lleva los dedos a la nariz). “Los hacía subir gratis”, apunta Carlos, llegado desde Chaco allá por 1993 y hoy con una familia netamente tucumana. Para la foto se sienta sobre los tablones y muestra un perfil, puro orgullo.

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“Hablen ahora porque las sortijas son pocas”, dicen que les dijo el fiscal Carlos Stornelli a varios empresarios involucrados en el cuadernogate. “Mi cliente no va a subirse a esa calesita”, respondió uno de los abogados. “Las sortijas ya no se usan más”, recalcó Dante Olivetti, zanjando la cuestión. ¿Por qué? “Los chicos se amontonan en el borde para sacarla y ninguno quiere ir a las filas del medio. Es un problema”, informa Dante. Él administra la calesita de la plaza Urquiza; su hermana, Karina, se ocupa de la que funciona en la Plaza Decididos de Tucumán, frente al Hospital de Niños.

TRADICIONAL. El de la plaza Urquiza es un carrousel. Según su dueño, eso se debe a que tiene más de una fila de lugares para los chicos. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO. TRADICIONAL. El de la plaza Urquiza es un carrousel. Según su dueño, eso se debe a que tiene más de una fila de lugares para los chicos. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO.

Dante cuenta una historia subyugante. Su bisabuelo -o tatarabuelo- era Tony Firulete, actor de circo con todas las letras. Su mamá, Enriqueta, y su tía Betty fueron trapecistas, contorsionistas y caminaban por el alambre. El apellido Armengol, del que es uno de los herederos, es una escarapela que lleva satisfecho.

“A veces ves la calesita llena y la mitad está viajando gratis. A los chicos de la calle no les cobro -enfatiza Dante-. Antes subían nenes de 10 u 11 años, ahora eso es imposible, son todos chiquitos. Cambiaron los hábitos”, apunta resignado. Su tarifa es de $ 25 por vuelta y la promo, de cinco por $ 100. Reniega por el vandalismo, pero no deja de aceptar que en los últimos tiempos las cosas están un poco mejor en la Urquiza: “hay más luz, y anda un placero”.

Otra calesita emblemática es la del parque Avellaneda, propiedad de César Arraya, un ex dirigente de San Martín que formó parte de la familia Olivetti-Armengol y se quedó con los juegos de la avenida Mate de Luna. Antes de echar raíces en Villa Mariano Moreno, Behrens trabajó durante años con todos ellos. El círculo es lo suficientemente cerrado como para que todos se conozcan.

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EL CORTE. Una casa con calesita propia, la envidia de quienes van y vienen de San Javier. Fabián Garvich dice que hay bebés en la familia, así que pronto volverá a funcionar. LA GACETA / FOTO DE JOSÉ NUNO. EL CORTE. Una casa con calesita propia, la envidia de quienes van y vienen de San Javier. Fabián Garvich dice que hay bebés en la familia, así que pronto volverá a funcionar. LA GACETA / FOTO DE JOSÉ NUNO.

El sueño del carrousel propio se cumplió en El Corte. Frente a la comisaría emerge “la casa de la calesita”. “Cuando la compramos la calesita ya estaba. Ahora no está funcionando, pero hay bebés en la familia así que pronto la vamos a echar a andar”, cuenta Fabián Garvich. Su mamá aporta que es un diseño francés. Es la envidia de quienes van y vienen a San Javier; un carrousel de colores -por lo general tapado con una lona verde- en el medio del jardín. Fabián no deja de ligar su vida con la casa y con la calesita. “Me acuerdo de que al lado, en lo de Maurín, había un serpentario -apunta-. Vivíamos sacando las víboras que se pasaban a la propiedad”.

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Calesita viene de calesa, un carruaje semidescubierto que tiraban dos caballos. El carrousel es una parada militar que consistía en una ronda de la caballería, por lo general ante el rey o las principales autoridades. En España le dicen tiovivo.

Antes de Webber y Rice estuvieron Rodgers y Hammerstein, quienes compusieron una extraordinaria comedia musical llamada “Carrousel”. Dire Straits incorporó un fragmento en su clásico “Tunnel of love” y Alan Clark tocó como los dioses “El vals del carrousel” en “Alchemy”, uno de los mejores discos en vivo de la historia del rock. Hoy el reggaetón y la cumbia mataron a Pipo Pescador, “La gallina turuleca” y, Dios se apiade, María Elena Walsh en esos parlantes todo terreno que el calesitero maneja a discreción.

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La calesita más linda de Tucumán está en el parque 9 de Julio, en el patio de juegos que se da el sorprendente lujo de contar con ¡dos carrouseles! Pero el veneciano, de dos pisos, es una belleza que opaca al resto. La propietaria, Mariana Murilla, maneja también el trencito y es la dueña del itinerante Hollywood Park.

Es la más bonita, pero también la más cara. Una vuelta cuesta $ 40. Vale la pena la experiencia de subir a alguno de los 16 estilizados caballos, entre molduras, fluorescentes de colores y 20 pinturas -10 en el centro y 10 en el techo- que recrean los puentes y canales de Venecia.

También es una preciosura el flamante carrousel inaugurado en la pista de salud de Aguilares. Es obra de Felimana Luna Park, empresa cuyo dueño, Federico Amado, llegó a Tucumán para la inauguración. Se lo veía emocionado. “Hace más de 50 años que fabrico calesitas”, detalló. La aguilarense está adornada con pinturas que recrean la vida en la región, con énfasis en la industria azucarera.

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Dos en el parque 9 de Julio (con una hermanita recientemente perdida), una en la plaza Urquiza, otra frente al Hospital de Niños y una quinta en el parque Avellaneda. Más la de Villa Mariano Moreno son seis entre la capital y el conurbano. La oferta se adivina exigua para semejante universo. Pero si de demanda se trata, el hecho de que la mayoría apenas funcione durante los días de semana indica lo contrario.

“Él sólo quiere mirar la calesita de los sueños que se fueron y ya no volverán”, cantaba Charly García. Tanta nostalgia se resume en la certeza de que a fin de cuentas girar, tanto girar, es apenas un efecto. Hay que escuchar “Adela en el carrousel” para comprenderlo.

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