Los censores del falso progresismo

Los censores del falso progresismo

Los censores del falso progresismo

“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata. Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista. Cuando vinieron a buscar a los judíos, no pronuncié palabra, porque yo no era judío. Cuando finalmente vinieron a buscarme a mí, no había nadie más que pudiera protestar”. Esta es una de las tantas versiones que existen sobre un poema original del pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984). Quizás la más difundida es una adaptación de otro alemán, Bertolt Brecht, en donde se modifican algunos adjetivos, como judíos por católicos, sindicalistas por obreros, o socialdemócratas por intelectuales.

No es casual que haya decenas de versiones, ya que el espíritu del texto aplica a cualquier acto de discriminación, censura o persecución. Podemos sustituir adjetivos según la época, el país, la cultura o la ideología, ya sea la dominante o la oprimida. Peronista, kirchnerista, macrista, radical, oligarca, militar, guerrillero, homosexual, transexual, heterosexual, abortista, antiabortista, artista, periodista, budista, machista, feminista, abogado, ingeniero, evangelista, pañuelos verdes, celestes, negros, amarillos limón, amarillos patito o adoradores del mate amargo y así hasta el infinito.

En menos de un mes, la Universidad Nacional de Tucumán censuró dos ponencias por razones ideológicas. El 26 de julio, la decana de la Facultad de Derecho, Adela Seguí, suspendió la disertación que el pediatra Abel Albino había previsto dar en el auditorio de esa unidad académica. En aquella ocasión, la excusa fue que “atento a lo sucedido en el día de ayer en el Congreso y al repudio de la comunidad científica los dichos del doctor Albino pueden inducir a errores a la población en general…”

En su ponencia durante los debates preliminares en el Senado, Albino incurrió en errores médicos gravísimos respecto del contagio del virus del HIV y fue el pretexto ideal para sacarse de encima a un antiabortista acérrimo, en línea con el pensamiento mayoritario que rige en la Casa de Juan B Terán. Demagogia pura, disfrazada de correctitud política. Grave.

Ahora, el rector José García cedió a las amenazas de sectores afines al kirchnerismo y suspendió el espectáculo que el actor Alfredo Casero iba a presentar hoy en el Teatro Alberdi, que paradójicamente se titula “De qué no se puede hablar”.

Públicamente, el rectorado argumentó: “Esta decisión se funda en la postura histórica de nuestra Universidad referida a los derechos humanos y en defensa de las políticas de memoria, verdad y justicia”.

La semana pasada, en una entrevista, Casero había puesto en duda la autenticidad del último nieto recuperado, víctima del robo de bebés sistemático que se llevó a cabo durante la última dictadura.

La declaraciones del actor, abiertamente anti K, desataron la ira de mucha gente, principalmente en agrupaciones de Derechos Humanos, sectores de izquierda y kirchnerismo residual.

El empalagoso eufemismo que utiliza la UNT para camuflar un alevoso acto de censura previa, no sólo ilegal sino inconstitucional, esconde la verdadera razón por la que se levantó el show, admitida puertas adentro del rectorado por varios funcionarios: el temor a que se produjeran incidentes durante el espectáculo, adentro o afuera del teatro.

Otra vez ganó la violencia

Doblemente grave lo que hizo García, ya que no sólo censuró a un actor, por más repudiable que fuera su posición ideológica, amparándose en la postura histórica de la UNT -con seguridad, esa postura histórica no es la censura- sino que cedió a las amenazas de violentos radicalizados.

Un pésimo precedente para futuras ponencias o espectáculos “polémicos” o con posiciones ideológicas extremas, ya que cualquier grupo en desacuerdo con un artista o un disertante podrá amenazar con un escrache y será suficiente para que el rector suspenda el acto.

Más peligrosos fueron los argumentos que se escucharon y leyeron en los foros y redes sociales.

“Es por ofender lo más sagrado: nuestra memoria”; “Es mi teatro, mi guita, yo decido quién actúa”; “Lo clausuraron porque nadie quiere escuchar a ese payaso”; “No es censura, es justicia”; “Que vaya a hacer teatro para las viejas de Recoleta”; o “Hay que ponerles límites a todos los que hablan idioteces”.

Hay que ponerles límites… Esto se escuchó demasiado el jueves y ayer y nos remonta a lo peor de la historia argentina, a uno de los momentos más crueles y sangrientos, etapa de la que luego de más de 40 años el país aún no ha podido recuperarse totalmente.

Palabras más, palabras menos, los detractores de Casero esgrimen los mismos argumentos con que los militares bajaban del escenario a los artistas. Fascismo por donde se lo mire y sin atenuantes.

También se habló de “apología del delito”. Consultamos a varios abogados, incluso filokirchneristas, y todos coinciden en que no existe apología del delito en poner en duda la identidad de un nieto recuperado. Repudiable, horrendo, asqueroso, pero jamás puede ser tipificado como un delito.

Varios de los que bajaron a Casero exigen públicamente “pena de muerte a los violadores” e incurren de forma palmaria en apología del delito, ya que la pena de muerte en Argentina es lisa y llanamente un homicidio.

También deberían prohibir que Gustavo Cordera pise las tablas del Alberdi, ya que con su machismo y su misoginia alienta los femicidios. A los funcionarios universitarios de Cambiemos es poco probable que les agrade que el grosero de Fito Páez actúe en sus escenarios. Hay que estar atentos. Ojo que si viene Cacho Castaña es probable que los pañuelos verdes incendien la sala: “si la violación es inevitable, relájate y goza”, había dicho el cantante porteño.

Cientos de miles de presos

Aquí en Tucumán no habría lugar para encarcelar a todos los seguidores de Antonio Bussi, un hombre condenado por genocidio. Eso sí es apología del delito. Para empezar, debería estar preso su hijo, por defender públicamente a su padre. Y también a los discípulos de Mario Firmenich o de Roberto Santucho, que mataron a un montón de civiles inocentes.

Y así podemos estar días y días armando listas negras ideológicas bando por bando, que son muchos, hasta que, como decía Niemöller, no quede ninguno.

“Toda censura es peligrosa porque detiene el desarrollo cultural de un pueblo”, sostenía Mercedes Sosa. Toda. No la que me conviene a mí. Porque el sofismo maniqueo siempre nos aportará argumentos supuestamente válidos para callar a cualquiera, incluso al payaso de la tele, que a veces hace gestos medio pedófilos, ¿vio?

La mayoría de los constitucionalistas, como el reconocido Néstor Sagües, coinciden en que de todos los derechos, el único que puede reputarse como absoluto, es decir que no admite ambigüedades, es el derecho a la libertad de expresión sin censura previa.

A los artistas podemos dejar de aplaudirlos, dejar de mirarlos, dejar de escucharlos. Ignorarlos rotundamente. Pero lo que no podemos volver a hacer jamás es bajarlos del escenario. Nunca Más.

En 1982, cuando aún gobernaba la dictadura en Argentina, el rosarino Juan Carlos Baglietto publicó un disco llamado “Actuar para vivir”. La letra del primer corte decía lo siguiente:

“La censura no existe, mi amor,

oh, oh, oh, oh, oh, oh.

La censura no existe, mi amor,

oh, oh, ah, ah.

La censura no existe, mi amor,

oh, oh.

La censura no existe mi amor.

La censura no existe, mi…

La censura no existe…

La censura no…

La censura…

La…”

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