Tiros en el pie al cine argentino

Los realizadores audiovisuales tucumanos ganan concursos y premios, pero siguen envueltos en una incertidumbre que les impide saber qué será de su futuro. Los sucesivos éxitos de “El motoarrebatador” hubiesen sido imposibles de alcanzar sin el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) como soporte. Es intachable su triunfo en el reciente certamen Tucumán Cine Gerardo Vallejo, más allá de que alguien opte por otra película que le haya gustado tanto o más que esa: el jurado definió y, en ese sentido es inapelable. Lo cierto es que la producción de Agustín Toscano tiene una proyección internacional que no la hace depender de favoritismos por localías, que nadie se anima a denunciar.

No cambia la opinión aún si hubiese perdido frente a otra producción. El resultado en un certamen es una contingencia que excede lo artístico. Lo relevante es el camino que está haciendo esta producción tucumanísima en su hablar y de alcance global en su temática, y cómo se está instalando en un mundo complejo, con próximo estreno en el español festival de San Sebastián, en la sección Horizontes Latinos.

Por otra parte, ¿qué se hubiese dicho si perdía? Muchas voces se hubieran elevado alegando injusticia y reclamando que no se llevaba el trofeo justamente para que un certamen tucumano no premie a otro.

La mirada debe apuntar para arriba. Y dirigirse al Incaa, que sigue dando noticias poco alentadoras sobre lo que puede venir. Desde el Ente Cultural se pidió un aporte de $300.000 para el Gerardo Vallejo, pero no se recibió ni un peso. No es la primera vez: en los últimos tres años, la Nación no ayudó a Tucumán a solventar la fiesta internacional de cine, que cumplió 13 ediciones; apenas hubo presencia de funcionarios de la administración central y enviados con propósitos más publicitarios que culturalmente efectivos.

Dinero no le falta al Incaa, aunque esté en pleno proceso de ajuste y haya considerables demoras en liquidar y pagar los aportes comprometidos en diferentes concursos de rodaje. Por ejemplo, los ganadores tucumanos de convocatorias hechas a fines del año pasado, como el llamado a filmar cortometrajes por región para productos de televisión y de internet, están recién empezando a recibir a goteo los fondos prometidos. Y sin ninguna clase de actualización, pese a una inflación que hizo explotar cuanto presupuesto se calculó y presentó un año atrás.

Quienes peor la están pasando son los documentalistas de todo el país, que sienten que el suelo se les abre bajo sus pies. En ese sentido, bienvenida sea la puesta en funcionamiento de la sala Hynes O’Connor (Espacio Incaa II) en el Ente Cultural, tal como lo reclamamos desde esta columna semanas atrás porque había quedado en la nada la inauguración hecha con bombos y platillos en diciembre pasado. Una medida acorde con las necesidades de los cinéfilos (muchos o pocos), casi a contrapelo del discurso del achique eterno. Y que para abrir las proyecciones se haya elegido a “Ata tu arado a una estrella”, la cuidada película de Carmen Guarini sobre el director y docente de cine argentino Fernando Birri, tiene un evidente peso simbólico porque es, precisamente, un documental. Una forma de nadar contra la corriente.

Desde las provincias se está tratando de acumular la fuerza suficiente como para torcer decisiones del organismo nacional que conduce Ralph Haiek. Lentamente, responsables de las áreas culturales referidas al cine (no todos los distritos los tienen) se están reuniendo para intercambiar información y coordinar tácticas que deriven en un cambio estratégico. Lo hacen en el marco del Consejo Asesor -órgano no vinculante- y de la Asamblea Federal, que sí puede participar de la gestión concreta.

Uno de los voceros del malestar es, con su estilo poco grandilocuente, el representante tucumano Rafael Vázquez, director del sector audiovisual en el Ente Cultural, quien se queja en público y en privado de las demoras burocráticas que afectan los proyectos en carpeta pendientes de realización (afirma que el trámite que antes demoraba un mes, ahora insume siete). En algún sentido, su propia efectividad e incidencia está bajo la lupa de ciertos realizadores locales: la sanción en la Legislatura de la ansiada y demorada ley tucumana de fomento a la producción de cine, televisión y nuevos soportes es el respaldo más importante que espera conseguir hasta fin de año.

Mientras tanto, la sorpresa de varios funcionarios provinciales reunidos con sus referentes nacionales el mes pasado fue mayúscula cuando se enteraron que el Incaa había invertido $500 millones en un fondo financiero integrado por las hoy denostadas Lebac. No se puede discutir que el patrimonio estaba a buen resguardo y con ganancia financiera segura de ese modo, pero se debe entender que el objetivo de la institución no es conservar su dinero o incrementarlo con herramientas financieras especulativas, sino sostener los proyectos cinematográficos en todo el país, que son logros productivos. Y quien no lo entienda, es que está mirando hacia el lado equivocado.

Otro punto de enorme preocupación entre los cineastas argentinos es la disolución del área de festivales nacionales en el Incaa, que era la responsable de articular el apoyo federal institucional a esas actividades. La Red Argentina de Festivales y Muestras Audiovisuales expresó formalmente su malestar hace casi un mes, con un pedido de explicación sobre los motivos de esa decisión. “La disolución del área pone en peligro una de las pantallas más importantes que tiene el cine independiente a lo largo y ancho del país como lo son los más de 100 festivales y muestras”, alerta este cuerpo.

No se sabe quién asumirá el rol de esa oficina, qué pasará con su personal ni cómo serán los trámites a futuro. Golpear los espacios de proyección es como dispararse un tiro en el pie en la trinchera, porque se afecta la parte más débil de una industria que, aunque asustada, sigue dando productos de calidad.

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