Gardel, un cantante pop

Gardel, un cantante pop

Cuando se habla de tango, en Argentina y en toda América, la referencia obligada es Carlos Gardel. Sin embargo, su reclutamiento a las filas de esa música es un hecho circunstancial, casi una exigencia de mercado. Gardel fue un cantante pop; tal vez no el primero, pero sí el más popular y difundido de la música argentina. Un Gardel de comienzos del siglo XXI (un Gardel contrafáctico) posiblemente cantaría rock

29 Julio 2018

Por Rogelio Ramos Signes

PARA LA GACETA  -  TUCUMÁN

Es comprensible que para un tanguero acérrimo sea muy duro reconocerlo; pero Carlos Gardel cantó tangos porque ese estilo musical estaba de moda.

El mercado discográfico de los años 20 y 30 era bastante reducido, si se lo compara con los múltiples medios de difusión que tenemos hoy. El alcance de la radio, en cambio, y la propalación de música grabada, tanto en bailes como en todo tipo de reuniones, sí era algo verdaderamente masivo. Esa es la época en que Gardel realizó sus grabaciones: desde 1913 hasta su muerte, en 1935.

En el período que va de 1913 a 1918 Carlos Gardel grabó unas cuantas canciones como solista de folclore (estilos, valses criollos, zambas, vidalitas) y algunas más haciendo dúo con José Razzano. Pero es a partir de 1918 que tiene acceso a la popularidad, reiniciando una carrera con nueva imagen y llegando a grabar alrededor de 700 canciones. De esas 700, aproximadamente un 70% es tango, el baile de moda de la época, al que Gardel, por su particular modo de componer y de cantar, le quitó algo de su carácter bailable, popularizando aquello de tango-canción.

Más de 100 temas folclóricos grabados en una época de gran popularidad del artista nos dan una idea de cuáles fueron los gustos de Gardel. Pero como estamos hablando de un cantante de moda, y como ha conseguido ese triunfo casi imposible de gustarle a personas de diferentes generaciones y de irreconciliables escalones sociales, es que llegará a grabar de todo. A los 500 tangos y a las 100 canciones folclóricas (entre estilos, cifras, zambas, milongas sureras, tonadas, chacareras, rancheras, gatos, vidalitas, tristes y triunfos) debemos sumarles una docena de shimmys (baile de moda en los Estados Unidos de aquellos tiempos) y fox-trots (recordemos Rubias de New York, el más famoso) y también una superficialidad conocida como camel-trot, y fados, y rumbas (entre ellas la conocida Sol tropical). Y como ningún ritmo popular del mundo le fuera ajeno al más popular de nuestros cantantes, grabó canciones francesas y canzonetas italianas y una serenata y un pasillo colombiano y una balada rusa (Ignacio Corsini, otro héroe del tango de entonces, seguía la misma línea); y varias habaneras y muchos pasodobles y hasta una jota aragonesa (¿quién no recuerda Los ojos de mi moza, que fue una de sus canciones más celebradas?). Y como no tuvo limitaciones para elegir el material que grabaría, llegó a alternar las conocidas letras de su eterno acompañante Alfredo Le Pera con algún poema de Lord Byron. Aunque también, lamentablemente, grabó La gloria del águila (es decir, el tango español Comandante Franco, sobre los héroes del avión Plus Ultra). Pero era recién 1927 y la historia posterior apenas se insinuaba.

Si hoy, por televisión o en ambientes estudiadamente rantifusos, innumerables cantantes tangueros interpretan algunas de estas exóticas canciones como si cantaran auténticos tangos, el mérito (o la culpa) es de Carlos Gardel. Sólo él y su carisma son responsables de que circunspectos señores (malevos de peluche, en el fondo) canten un fox-trot o una jota, sin hesitar, con una mano en el funyi, y la nuez de Adán jugando a las escondidas bajo un pañuelo que debería ser de seda… Él mismo, ajeno a esta relectura de los tiempos, se definió como artista de music-hall en una grabación; asumiéndose como parte de una troupe de artistas argentinos actuando en salas europeas.

El mejor oxímoron

La figura de Gardel (como la de todo mito, en definitiva) hace ya mucho tiempo que emigró de su imagen meramente musical, o cinematográfica, para convertirse, según los gustos o conveniencias, en una referencia literaria, en un fantasma pictórico, en un personaje de historietas, en una ilusión sociológica o en un parámetro de mercado. Seccionado, disecado y estudiado desde todos los ángulos imaginables (menos el musical) el francesito argentino de padre desconocido, el contradictorio casanova misógino, el popularísimo conservador que trocaba “enes” por “eres” (para nada francesas), se nos presenta cada vez más como un capricho de no sé quién sobre tierra de nadie. Un oxímoron; pero el mejor de todos, sin lugar a dudas.

Ha llegado a decirse (grafología mediante) que si nos guiáramos por su letra “d” minúscula, estaríamos ante alguien que, de no haber triunfado en áreas de la canción, habría hecho una gran carrera en el terreno literario. Pero, si nos dejáramos llevar por el trazo seguro de su letra “G” mayúscula, estaríamos ante un genio de las artes plásticas (de no haber triunfado en áreas de la canción, por supuesto). Pienso en lo sinuoso de su letra “s” y tiemblo; en lo erecto de su letra “l” y corro al analista... Es que ya nadie está seguro ni en su propio cuero.

¿Pero quiénes hicieron su fama imborrable como cantante, en un momento en el que casi todos cantaban de idéntica manera? Creo que eso deja en segundo plano lo verdaderamente importante: el gran compositor que fue. Sus melodías son conocidas en todo el mundo: El día que me quieras, por ejemplo, es una de las canciones más grabadas del planeta, con traducciones que no siempre respetan la letra de Le Pera; y Por una cabeza, en su versión eminentemente instrumental, es la quintaesencia del tango bailado.

Lo cierto es que Charles Romuald Gardés (o Carlos Gardel, o El Morocho del Abasto, o el Mago, o El Zorzal Criollo, o El Mudo, o El Mármol que Canta; como usted prefiera) salvado milagrosamente del incendio empezó a rondar entre nosotros, que no llegamos a conocerlo, cantando cada día mejor y, como quien dice, a puro espíritu. El más argentino de nuestros cantantes; el que grabó en marzo del 35 Amargura (Cheating muchachita / heartless mariposa / still I see you smiling / so beguily in my glass); el hombre que fue, es y será sinónimo de nuestra canción ciudadana, ingresó en mis preocupaciones sin que me diera cuenta. Yo, producto amamantado a la sombra del rock (a fuerza de Chuck Berry, Elvis Presley, Del Shannon o Los Beatles) tuve el placer de ser su anfitrión.

A lo lejos, muy a lo lejos (estamos en una isla de lesa fantasía) alguien grita “¡El avión! ¡El avión!”.

Es un simple chiste de humor negro.

© LA GACETA

Rogelio Ramos Signes - Escritor.

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