Un amor chino de película

Un amor chino de película

 la gaceta / foto de guillermo monti (enviado especial) la gaceta / foto de guillermo monti (enviado especial)

Afirmar que el Mundial da para todo implica quedarse corto. Hay que adentrarse en esta Babel multicultural para comprender realmente qué significa eso de “da para todo”. La capacidad de asombro parece agotarse cuando un falso Messi desfila por el centro de Moscú y la gente se desespera por acercarse, tocarlo, saludarlo y lanzarlo por el aire. Reza Parastesh, el iraní clonado con ADN rosarino, superó la idea de los 15 minutos de fama que Andy Warhol pronosticó para las figuras descartables que construyen los medios. Gracias a las redes sociales, el bueno de Reza puede lucrar mucho más con el parecido. La noticia no es él, sino lo que genera. Increíble.

Pero el tema es la capacidad de asombro y, a veces, historias más chiquitas e inspiradoras son las que abren la puerta para creer que sí, que todo es posible. A un costadito del bullicio, una parejita disfruta pasando inadvertida. Están bebiendo con la mirada esa fiesta que de tan delirante parece propia de un set de filmación. A veces da la sensación de que todo esto es un montaje, de que un director gritará “¡corten!” y todos se quitarán camisetas y disfraces para regresar a sus vidas. El Mundial de la calle está guionado por Alex de la Iglesia, maestro de la desmesura.

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La parejita, tranquila, se ve feliz. Son orientales y llaman la atención por las camisetas albicelestes. Los dos tienen gorritas azules “Champion”; los dos usan lentes; los dos exhiben pantalones negros de jogging; él va con una mochila, ella con una carterita. Posan por la foto y, sin decir una palabra, levantan los pulgares. La camiseta de él muestra un par de firmas. ¿Y entonces?

La charla es por medio de un inglés bastante rudimentario, así que a la hora de especificar los nombres, él toma la lapicera y escribe Zheng Lizhen. “Soy yo”, dice. Y después anota Zhang Beijin. “Es ella”, dice, serio. Y la abraza con ternura. ¿De dónde vienen? De Shanghai. La imponencia de Moscú no los asombra. Si aquí hay 12 millones de habitantes, en su ciudad son casi 25 millones. No hay congestión de tráfico ni marea humana que a los chinos les mueva un pelo. Lo que los apasiona es otra cosa. ¿Por qué la camiseta, Zheng? “Porque amo Argentina”, afirma. ¿Viviste allá? “No”. ¿Fuiste de turista? “No”. ¿Es por Messi? “Messi es genial, pero no”. ¿Viene de familia? “En cierta forma sí, porque mi papá es fanático de Argentina y me enseñó muchas cosas, pero no del todo”. ¿Es por los colores? “No, bueno un poco sí”. Pero entonces, ¿por qué? Después de un breve silencio, Zheng afirma: “no me preguntés por qué. Yo amo Argentina. Hay cosas en la vida que no pueden explicarse, ¿no?” Zhang le regala una sonrisita. Se toman de la mano y se van. La capacidad de asombro, en un Mundial, jamás puede terminarse.

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