En la montaña rusa

Y sí. Cada tanto, en ese parque de diversiones llamado Argentina nos subimos a la montaña rusa. Y no es porque nos guste la adrenalina. Sencillamente se lo debemos a la política. No hay víctimas en el poder. Los que dejaron la herencia y los que la asumieron tienen algo en común: el uso de aquel poder. Son los que entregan el ticket de ingreso al parque, cada dos años, en formato de voto. Ninguno puede levantar el dedo acusador. Ambos sabían lo que había debajo de la alfombra o en los rieles de un país que aspira a crecer sostenidamente con una inflación de dos dígitos. En medio de las disputas políticas, está la sociedad, la que paga las cuentas del festival de decisiones económicas que nos llevan a ser los “diferentes” de la vecindad. Chile, Colombia, Perú, Uruguay y Bolivia tienen sus problemas domésticos -también padecen los impactos internacionales, pero en menor escala que en la Argentina-, pero su dirigencia trata de buscar soluciones más que aguzar sus crisis. Además, un dato que no es menor: en ninguna de esas naciones la inflación es de importancia. Esa es la gran diferencia.

La devaluación del peso argentino respecto del dólar es el combustible que echa a rodar al tren de la montaña rusa. Los pasajeros (cada uno de los actores económicos del país) ya se ajustaron el cinturón de seguridad y el martes, inesperadamente, escucharon de boca del maquinista Mauricio Macri que la Argentina se encamina a pedirle un préstamo al Fondo Monetario Internacional (FMI). Cualquiera sea el mecanismo de financiamiento que obtenga el Gobierno, siempre implica un esfuerzo mayor al que se efectúa. La política lo llama ajuste. Y es el costo que paga una administración de Gobierno cuando el rumbo económico pega un viraje. El gradualismo del modelo vigente no ha logrado poner al tren en el valle, pese a que las estadísticas muestran una mejora en la actividad, también en la industria y en los indicadores socioeconómicos. Nadie, absolutamente nadie, esperaba un anuncio de tal característica. El mercado venía castigando a ese modelo gradualista, que obligó al Gobierno -hace casi una semana- a subir las tasas y a redefinir, hacia la baja del déficit primario. Pero no es ni ha sido suficiente. Ningún Estado sobrevive si gasta más de lo que ingresa. La acumulación histórica de déficit fiscal termina pagándola la sociedad con más impuestos, con más inflación (vía emisión monetaria) o endeudamiento. Eso ha pasado antes; está pasando ahora, y seguirá pasando si es que no se hacen las correcciones.

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El discurso oficial no ha calmado aún ni al mercado ni a la población. La devaluación del peso argentino, en todos los momentos de la historia, ha significado también la depreciación de la imagen de una gestión. Eso es lo que tiene que evitar Macri, a poco más de un año y medio de terminar su mandato. La reelección parece una empresa más lejana que lo que se preveía en marzo pasado, cuando Cambiemos reveló que trabajaba políticamente para renovarle el mandato a Macri, a la bonaerense María Eugenia Vidal y al alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta.

En Tucumán, el gobernador Juan Manzur ha decidido callar. No quiere hacer ruido frente a un complicado panorama que se le presenta al país. El martes mantuvo reuniones con algunos de sus pares, con empresarios y con sindicalistas para analizar los probables escenarios que se le presentan a la Argentina a partir de su nueva incursión en el FMI. En esta capital, su compañero de fórmula, el vicegobernador Osvaldo Jaldo, ha reclamado públicamente que sea el propio presidente de la Nación el que convoque a las provincias, sin distinción de banderas partidarias, a una cumbre para diseñar cómo se sale de esta crisis. “A esto no lo van a solucionar con globos amarillos”, deslizó ayer en su contacto con LG Play.

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La apertura del Gobierno a una mesa de diálogo entre los distintos actores políticos es más que una necesidad. Macri tiene los ojos más puestos en las negociaciones de su ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, que en el Congreso, por la cuestión tarifaria. El veto es la llave para cerrar este debate. La Argentina necesita salir de aquella montaña rusa y que el próximo destino no sea el tren fantasma. Hay tiempo para superar este momento que angustia a los argentinos. Pero no será con chicanas, sino con soluciones colectivas.

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