Los cuidacoches se integran al paisaje de Yerba Buena

Los cuidacoches se integran al paisaje de Yerba Buena

De la mano de la expansión comercial en el casco viejo y en la avenida Perón, cada vez son más los jóvenes que ofician de “trapitos”. ¿Quiénes son? ¿Por qué la calle les resulta una alternativa? Historias al calor de una ciudad que no para de crecer.

CONOCIDO. Un clásico en la calle Pringles: desde hace años, Ángel Casasola cuida y lava autos en esa cuadra.  LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.- CONOCIDO. Un clásico en la calle Pringles: desde hace años, Ángel Casasola cuida y lava autos en esa cuadra. LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA.-

Ángel tenía cinco años cuando llegó a la Sala Cuna. No se acuerda por qué acabó ahí. Después, a los nueve años, ingresó al Hogar Eva Perón, otro albergue del Estado. Se escapaba cada vez que podía. Entonces, una tía asumió la tenencia y lo sacó formalmente. Pero antes de que cumpliera 15 años volvieron a encerrarlo. Esa vez terminó en el instituto de menores Julio Roca. Y esa vez, a diferencia de las anteriores, permaneció un tiempo en ese edificio de ventanas con barrotes. Hasta que salió. Cambió, dice él. Y regresó al mismo lugar en el que ha andado siempre: la calle Pringles, entre Florida Sur y San Lorenzo, cerca de la plaza central de Yerba Buena.

Porque si no estaba encerrado, Ángel siempre estaba ahí. Como ahora. De chico (desde los cuatro años) vendía mentitas, esos caramelos que vienen en cajas. Un poco más grande, pedía plata. Y hoy cuida y lava autos.

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Son las 8.30 y el sol apenas se insinúa. Los automovilistas -mujeres, sobre todo- van llegando. Ángel Casasola -19 años y un chaleco de color naranja fluorescente- les pregunta: “¿señora, ¿lo cuidamos? ¿Lo lavamos?”. Interroga en plural porque a su alrededor se aglutinan otros muchachos.

No obstante, él es quien lleva la batuta. “Angelito es el mejor -dice Ariel Silvestre, otros 19 años y otro chaleco fluorescente-. Mirá cómo labura mi amigo. La gente lo busca. Él nos da para que laburemos todos. Por ahí, le regalan ropa. Vé a quién le anda y la reparte”. Mientras habla retuerce una rejilla. En su pronunciación casi no suenan las eses. También los demás reproducen el argot bien tucumano.

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Tiempo atrás, la presencia de cuidacoches en las calles yerbabuenenses podía resultar inimaginable. Solían deambular únicamente los viernes y sábados por las noches, en las cercanías del boliche Recórcholis. Pero en los últimos meses han ido extendiéndose hacia otras cuadras, en el casco viejo y en la avenida Perón, principalmente. La apertura de locales, clínicas y oficinas en esos sectores ha puesto más autos en la vía pública. En consecuencia, ellos han visto la oportunidad de hacerse de unos pesos.

Además de quienes trabajan de manera fija, aparecieron los cuidacoches estacionales. Puede vérselos los fines de semana afuera de las iglesias o de clubes. Pero ese crecimiento les genera preocupación a los “permanentes”. “El otro día ha venido un señor diciendo que nos iban a sacar a los trapitos. Y que vamos a una reunión para que cobremos con el ticket”, cuenta Ángel.

La tarifa para estacionar la dispone el cliente. Ellos cobran “la voluntad”. El lavado, en cambio, va desde los $ 60 hasta los $ 100. Pero aquí también es el cliente quien acaba decidiendo, pues suelen pedirles rebaja. Baldes de esos que se usan en las obras; esponjas; trapos y detergente constituyen sus herramientas. A veces, Ángel compra caucho para darles brillo a las alfombras. Y se ayuda con una aspiradora manual que le ha regalado una clienta (aunque no absorbe ni una ramita).

Desde temprano, él vigila el estacionamiento en esa cuadra. De a poco va llegando el resto. Por momentos puede haber hasta una veintena de cuidacoches repartiéndose el trabajo en el casco viejo. La jornada termina antes de las 14. A esa hora vuelven a sus casas. En general, viven en los alrededores del Camino de Sirga y San Martín o en las diagonales Norte o Sur. Comen algo, juegan al fútbol y regresan en busca de otros pesos. Suelen sacar un promedio de entre $ 300 y hasta $ 600 diarios, cada uno.

La estadía de Ángel, sin embargo, no acaba en las tardes. Ha conseguido empleo como sereno en una obra en construcción, situada ahí mismo. Así que de noche duerme en un edificio a medio levantar. Y cada amanecer lo encuentra, otra vez, en la calle Pringles. Eso lo ha salvado, aclara él. El trabajo. Y Zaira. Ella también viene a ser su salvación, añade. “Estoy queriendo juntar un poco de plata para construir. Yo tengo mujer. Tengo mujer y está embarazada. Ahora ando bien en la vida. Para mí, andar bien es tenerla a ella. Es jugar al fulbo. Es tomar una gaseosa con los amigos. Es lavar autos. Con eso estoy tranquilo”.

- ¿Y cuando estabas mal cómo era?

- Era chico. Y andaba en la calle, pidiendo. Y después empecé con la mala junta. Me metía esas pastillas y ya quería estar drogándome. Perdía la cabeza. Robaba. Andaba por entero. Hacía daño. Hacía cosas que nunca debía haber hecho. Había dejado de venir aquí. Y cuando venía, hacía problemas.

- ¿Y te da miedo volver a eso?

- No voy a volver. Voy a tener un hijo. Ahora va a estar él.

Hay segundos en los que el tráfico de la calle Pringles se detiene y sólo queda una postal. Ahí está Ángel, agachado sobre un balde. Su biografía es parecida a la de los otros trapitos. La mayoría no ha terminado el secundario. Han tenido que procurarse el sustento desde que aprendieron a caminar o hablar, prácticamente. La mayoría anduvo en la calle. Y a la mayoría, esa calle le ha dado algún prontuario, tal vez.

Protagonistas

A los 37 años, Cristian Camaño se quebró el brazo y perdió el empleo en una gomería. El lavado de autos, que para él era una changa, se le volvió la única fuente de ingresos. “A ellos los veo decentes. Antes tenían una vida de pendejos. Eran moqueros. Ahora se han vuelto responsables. Pero no hay muchas opciones para estos chicos. No pueden estudiar porque tienen que trabajar”, dice.

Estudiar. Eso es lo que quiere David Morales. Quería, se corrige. Antes soñaba con terminar el secundario y con “ser alguien”. Pero acabó aquí; de cuidacoches y vendedor de bolsas de consorcio. Igual, no se queja (”la gente nos conoce y nos trata bien”). Anda con los paquetitos y con un celular, del que se oye el chingui-chingui de la música.

“Cariló” -otro de los muchachos- no quiere dar su nombre. Pero pide que LA GACETA consigne que ellos son educados. Que sólo van a trabajar. A alimentarse. El más lenguaraz es Mario Casasola, el hermano más chico de Ángel. Ante la pregunta del diario, responde que no recaudan ni trabajan para nadie (”la ayudo a mi mamá”). Otro de los hermanos, Roberto Carlos, añade que los viernes obtienen las mejores ganancias (”hay baile en Recórcholis”). Nelson Martínez ha estado callado, enjabonando un auto. Con la tarea terminada se acerca a la ronda. Cuenta que él trabaja poniendo césped brasileño. “Cuando no hay laburo, vengo aquí para changuiá”, apunta.

Es tarde. Las personas ya están de regreso. Los chicos salen disparados, a pararse junto a los coches. Antes de irse, Ángel dice que quiere algo lindo. Como ser doctor o tener un lavadero (”para darles trabajo a los changos. Y para que a mi hijo no le falte nada”). Si es varón, se llamará Esteban. Pero sea niño o niña -piensa- ese hijo lo mantendrá “despejado”; le dará un objetivo.

La Municipalidad planea regular el estacionamiento público

Lisandro Argiró es el secretario de Gobierno de Yerba Buena. Lo primero que declara es que se trata de un tema complicado (”hay distintas voces y distintas situaciones”). Luego coincide con lo expuesto en este artículo sobre la expansión de los trapitos en el paisaje urbano (”se fue dando un aumento”). Y en tercer lugar revela que desde el jueves posee en su escritorio el resultado de un censo realizado por la Secretaría de Política Social del municipio. En ese informe, se estima que alrededor de 30 cuidacoches se desempeñan de manera fija. Es decir, de lunes a viernes y en las mismas cuadras.

El relevamiento arroja otras precisiones. Los domingos, cuando esos trapitos habituales no trabajan, aparecen otros. Y ocupan otros puntos, como los alrededores de clubes e iglesias. En la avenida Perón el movimiento es distinto al del casco viejo, debido a que la actividad no disminuye ni durante las siestas ni durante las noches. Quienes trabajan ahí provienen del barrio Colonia Castillo o de San José, principalmente.

El censo se elaboró al cabo de una reunión conjunta de la que participaron concejales y responsables de las secretarías de Política Social, Seguridad Ciudadana y de la Dirección de Tránsito y Transporte. Tras la elaboración de ese registro, el Gobierno local planea implementar un programa piloto de estacionamiento municipal.

Para eso, han enviado un proyecto al Concejo Deliberante, en el que solicitan que se modifique el artículo de la Ordenanza Fiscal Anual referido al cobro del aparcamiento. El monto se encontraba desactualizado, explica Argiró. Una vez que eso ocurra, planean elevar la tarifa a unos $ 12 la hora. Y, fundamentalmente, incorporar a los actuales cuidacoches al sistema de cobranza.

“La idea es hacerles entrevistas, capacitarlos y darles herramientas. Recibirían un fijo y un porcentaje de la recaudación. Tendrán pecheras y un carnet con su nombre, apellido y la zona en la que han sido habilitados”, explicó Argiró. El relevamiento -prosigue- ha sido la etapa inicial del plan, a fin de saber quiénes y cuántos son. Además, creen haber detectado un caso de cuidacoches que trabajan para un recaudador. “A quienes realicen una actividad ilegal le vamos a caer con todo el peso de la ley”, declara. Por último, apunta que esta gestión no ha regulado todavía la actividad. Y, en consecuencia, no ha entregado ni pecheras ni talonarios.

la mirada de los vecinos
“Nos cuidan los autos todos los días. Nos reciben con un saludo. Nos ayudan con los paquetes. No hemos tenido ningún problema con los chicos de la calle Pringles. Ya nos hemos acostumbrado a verlos”. (Roxana Kirschbaum)
“El trabajo dignifica. Así sea por dos monedas, me parece excelente que trabajen. Que ganen su plata. Trabajando, se abren puertas”. (Carmen Argañaraz)
“Los chicos son muy respetuosos. No exigen plata. Cuando tengo cambio, les doy. Y si no, no. No vienen corriendo a pedirte un pago. Ni están encima del auto. Ni te ponen presión. Para Semana Santa, estaban vendiendo ramos de olivos en la puerta de la parroquia Nuestra Señora del Valle. Me reconocieron, y me saludaron. Siempre saludan”. (Flavia Valdez de Terán)
“Son educados. Tienen un trato muy amable con la gente. Los conocí el día en que me caí en la calle. Corrieron todos a alzarme. La gente les tiene confianza. Por eso, lavan muchos autos; les dejan las llaves. Una vez les regalé un rastrillo para que mantengan esa cuadra limpia. Y ellos barren. Cada tanto, limpian todo. También les regalé una pelota, porque los veía que estaban jugando con una de trapo”. (Luciana Müller)
“El 9 de abril, a las 12.30, en Pringles y      Florida, estacionó una motito. El robusto individuo que la conducía -sin bajarse- recibió la visita de seis trapitos simultáneamente. A ojos de cualquiera, recibía de cada uno de ellos un fajo de billetes controlando que cada uno se quede con una parte del mismo. Y sin mediar palabra se alejó. ¡Qué tal!”. (Luis Vides Almonacid, fragmento de un carta al director publicada en LA GACETA)
“La Municipalidad debe hacer algo para regular la actividad”. (Carlos Castro)
“En Yerba Buena, casi no hay cocheras privadas. Los que vivimos aquí estamos acostumbrados a dejar los autos en las calles. Entonces, ante el crecimiento de los cuidacoches, sería oportuno que se implementen controles que garanticen la seguridad”. (Luis Rodríguez)
“Siempre hay algún pícaro que agrupa a los cuidadores y les saca un porcentaje por ser el supuesto contacto con la Municipalidad”. (Enrique Suárez)
> La mirada de los vecinos

“Nos cuidan los autos todos los días. Nos reciben con un saludo. Nos ayudan con los paquetes. No hemos tenido ningún problema con los chicos de la calle Pringles. Ya nos hemos acostumbrado a verlos”. (Roxana Kirschbaum)


“El trabajo dignifica. Así sea por dos monedas, me parece excelente que trabajen. Que ganen su plata. Trabajando, se abren puertas”. (Carmen Argañaraz)


“Los chicos son muy respetuosos. No exigen plata. Cuando tengo cambio, les doy. Y si no, no. No vienen corriendo a pedirte un pago. Ni están encima del auto. Ni te ponen presión. Para Semana Santa, estaban vendiendo ramos de olivos en la puerta de la parroquia Nuestra Señora del Valle. Me reconocieron, y me saludaron. Siempre saludan”. (Flavia Valdez de Terán)


“Son educados. Tienen un trato muy amable con la gente. Los conocí el día en que me caí en la calle. Corrieron todos a alzarme. La gente les tiene confianza. Por eso, lavan muchos autos; les dejan las llaves. Una vez les regalé un rastrillo para que mantengan esa cuadra limpia. Y ellos barren. Cada tanto, limpian todo. También les regalé una pelota, porque los veía que estaban jugando con una de trapo”. (Luciana Müller)


“El 9 de abril, a las 12.30, en Pringles y      Florida, estacionó una motito. El robusto individuo que la conducía -sin bajarse- recibió la visita de seis trapitos simultáneamente. A ojos de cualquiera, recibía de cada uno de ellos un fajo de billetes controlando que cada uno se quede con una parte del mismo. Y sin mediar palabra se alejó. ¡Qué tal!”. (Luis Vides Almonacid, fragmento de un carta al director publicada en LA GACETA)


“La Municipalidad debe hacer algo para regular la actividad”. (Carlos Castro)


“En Yerba Buena, casi no hay cocheras privadas. Los que vivimos aquí estamos acostumbrados a dejar los autos en las calles. Entonces, ante el crecimiento de los cuidacoches, sería oportuno que se implementen controles que garanticen la seguridad”. (Luis Rodríguez)


“Siempre hay algún pícaro que agrupa a los cuidadores y les saca un porcentaje por ser el supuesto contacto con la Municipalidad”. (Enrique Suárez)



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