Contar cadáveres
11 Abril 2018

Carlos Duguech - Analista internacional

Contar cadáveres es una tarea para el final. Un tristísimo trabajo, consecuencia de una claudicación del poder. Del poder del Estado. De los Estados.

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La “guerra civil” en Siria tiene connotaciones que esmerilan su naturaleza de cuestión interna gravísima. Los siete años prefiguran las siete copas de la ira del Apocalipsis. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos da una cifra que estremece sobre el número de víctimas: 511.000 personas. Tantas historias de vida cercenadas en los mayores. Tantos quebrados sueños de vida inocente. Hay 354.000 personas identificadas: la tercera parte son civiles no combatientes. Y hay casi 20.000 menores de edad y 12.500 mujeres.

La expresión “guerra civil” está escrita entre comillas a propósito de remarcar que se olvida con alarmante frecuencia la intromisión de Rusia, de Estados Unidos y de una coalición de segundones que esperan que les indiquen dónde tirar, dónde bombardear, dónde aplastar casas y habitantes, dónde gasificar y derramar las “siete copas” de la ira química del modernísimo Apocalipsis.

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Otro mundo

Para quienes queremos interpretar lo que viene ocurriendo en Siria desde marzo de 2011, nos resulta difícil aplicar los conceptos de democracia del modo cómo se considera, en general, en Occidente. Si partimos de la base que el antecesor de Bashar al Assad (en el poder de Siria desde hace 17 años) fue su padre, Hafez al Assad, con casi 30 años como presidente, podemos darnos cuenta de ese hecho singular en un país árabe que no es una monarquía: ¡una familia en Siria (padre e hijo) en la cúspide del poder y por casi medio siglo!

Desde esta plataforma, y teniendo presente la confesión religiosa (alauita, rama del musulmán chiita; minoritaria, aunque enclavada en el poder y en el sistema militar que le da apoyo), el régimen es a todas luces dictatorial. Esto a pesar, inclusive, de la expectativa de la “Primavera de Damasco”, de hace prácticamente dos décadas, que prometía apertura y libertad de expresión, en el contexto de un socialismo diferenciado de su clásico concepto.

Nadie, pero asfixian

Las armas químicas son elaboradas por expertos en buscar y combinar elementos en laboratorio que permitan lograr una sustancia que genere gas con capacidad para asfixiar a las personas y matarlas. Crueldad y perversidad de origen y de destino.

El sábado último se consumó un bombardeo con armas químicas en Duma, donde se concentraba el último foco en poder de los rebeldes. Diversas ONG en Siria manifiestan que fue el accionar de las fuerzas leales al presidente Al Assad.

Otra vez el entrecruzamiento de acusaciones, defensas, y el “nosotros no fuimos”. La Rusia aliada del oficialismo sirio señala que son acusaciones de los EEUU y algunos aliados para justificar una probable incursión en territorio sirio de las fuerzas estadounidenses. Nadie se hace responsable. Nadie “reivindica” el bombardeo. Y hasta hay quienes sostienen, agencias noticiosas de por medio, que ni siquiera existió. La Verdad, esa débil e indefensa institución, sigue herida de muerte, agonizando.

¿Y la ONU?

Deliberando y “negociando” votos en el Consejo de Seguridad, donde dos de los principalísimos actores no sirios, no árabes (los países de Trump y de Putin) tienen poder casi absoluto en tanto miembros permanentes y con “derecho a veto”. ¿Y los civiles no combatientes, entre ellos mujeres y niños? Engrosando, a su turno, la fila casi interminable de muertos, mutilados, heridos, abandonados. O en el ”mejor de los casos”, exiliados y refugiados. ¿Cuántos desde hace siete años? 5 millones de seres humanos desesperados, que lo perdieron casi todo por ahora, menos sus pobres y humilladas vidas. Refugiados lejos de sus pueblos, de sus casas, de sus comunidades de amigos y familiares.

Es la guerra. Es la violencia que se está ejerciendo por los fundamentalistas, sedicentes religiosos musulmanes, embanderados de muerte y odio, en nombre del peor de todos los dioses ¡el de un olimpo de fuego y sangre!

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