Vindicación de la paciencia

Existe en China una ciudad llamada Hangzhou, en donde la vida transcurre de manera singular. Allí -según cuentan los que la visitaron- hay más escuelas que comercios, la gente es exageradamente amable y la naturaleza está presente en cada rincón con una armonía prodigiosa. Ubicada a 170 kilómetros de Shangai, Hangzhou fue en otros tiempos una de las diez urbes más grandes del mundo, y su puerto fluvial estuvo entre los tres más concurridos de China. Marco Polo dijo de ella a finales del siglo XIII que era la ciudad más bella y elegante que había visto. Pero lo más singular es que, a pesar del avasallamiento tecnológico que está soportando China, en Hangzhou sobrevive una costumbre milenaria que asombra: los hombres -sobre todo los ancianos- suelen pasar largas horas escribiendo con agua en el piso de los parques y en las veredas de las plazas. Concentrados y casi etéreos, trazan con un pincel de esponja delicados poemas que se evaporan momentos después. Son, de alguna manera, ideogramas efímeros cuya belleza radica justamente en el trabajo que requiere su escritura. A menudo, estos sabios chinos reflexionan sobre la vida y hasta resuelven problemas durante ese momento de escritura mágica. ¿Por qué? Pues porque esta costumbre les permite ejercitar una virtud bastante devaluada en estos tiempos: la paciencia.

Hoy, cada vez más personas viven con la ansiedad de conseguir resultados inmediatos. De hecho, hay toda una generación -conocida como “millennials”- que creció en un mundo de recompensa instantánea. Por ejemplo: si se quiere comprar algo, basta con hacer un click en Mercado libre y, llegará en un par de días. Si alguien quiere ver una película, ya no tiene que esperar al estreno, la puede conseguir antes en la red. ¿Y una serie de televisión? La tiene al instante -completa- por Netflix o algún otro servicio de streaming con el que se puede ver todas las temporadas sin necesidad de esperar semanas por el capítulo siguiente. Incluso hay personas que se saltan temporadas enteras para ver el final de “Downton Abby” o “Stranger Things”. ¡Recompensa instantánea! ¿Y si quieren salir con alguien? No hay problema todo se consigue al instante, porque ya casi no existe el flirteo. No se requiere esa habilidad para hacer relaciones. No es necesario aprender los mecanismos sociales de supervivencia. Todo se puede conseguir de manera inmediata. Todo. Excepto la satisfacción laboral y la fortaleza en las relaciones. Para eso no existe una app. Porque se trata de procesos lentos, serpenteantes, incómodos y desordenados. Hay muchos jóvenes talentosos y trabajadores, que comienzan sus carreras con mucho impulso, pero cuando sus amigos les preguntan cómo va todo, suelen contestar: “creo que voy a renunciar. No estoy logrando un impacto”. ¡Y sólo llevan meses en el trabajo! Esto es justamente lo que plantea el escritor y gurú inglés Simón Sinek en su libro “La verdad sobre los millennials”. Dice, por ejemplo: “lo que tiene que aprender esta joven generación es la paciencia. Porque todas las cosas que de verdad importan (como el amor, el éxito laboral, la alegría o la autoestima) toman tiempo. El viaje es arduo y difícil. Y si no buscan ayuda y aprenden las habilidades necesarias, terminarán cayendo del sendero. De hecho, es alarmante el incremento del número de suicidios o de jóvenes con depresión o con problemas de drogas. ¡Inaudito! Todo por no saber ejercitar la paciencia. Y, si seguimos así, el mejor escenario será una población entera creciendo y yendo por la vida sin encontrar nunca la alegría. Pasarán por el mundo diciendo que todo está bien, pero no se sentirán nunca felices. ¿Y como va el trabajo? Va bien. Igual que siempre”.

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La precipitación no es el camino, sugiere Sinek. Claro. Se entiende: en estos tiempos de urgencia, hay que hacer. La publicidad, las series de TV, los programas... todo nos lleva a esa recompensa inmediata de la que habla el escritor inglés. No se tiene en cuenta que la paciencia es la ciencia de la paz. “Quien tiene paciencia obtendrá lo que desea”, pregonaba Benjamín Franklin. Y es cierto: amanece por la maduración de la noche y por la fuerza del día, no porque cerremos o abramos los ojos. Por eso, no es adecuado precipitar el fruto, la fructificación exige un determinado trato con el tiempo. Como lo hacen los abuelos de Hangzhou.

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