¿Qué percepción tienen los argentinos de un “empresario”?

¿Qué percepción tienen los argentinos de un “empresario”?

 reuters reuters
19 Enero 2018

De Juan Pablo Cannata y Maximiliano Reina, investigadores del Cecap de la escuela de posgrados en comunicación de la universidad Austral.-

De acuerdo con el informe “Discurso social sobre empleo público y privado en la Argentina: contrastando al círculo rojo”, elaborado por el Cecap (Centro de Estudios en Comunicación Aplicada) de la Escuela de Posgrados de la Universidad Austral, la visión de “un empresario” discrepa notablemente entre la percepción que posee el mundo directivo y los segmentos sociales medios y bajos que representan el universo de los sectores “trabajadores”.

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De hecho, a fines de 2017, se publicó el ranking Merco (Monitor Empresarial de Reputación Corporativa), realizado por el instituto español Análisis e Investigación, que califica la reputación de empresas y empresarios, privilegiando la valoración del “círculo rojo”.

El ranking se compone por la selección de 100 corporaciones que 532 directivos hacen de las empresas más prestigiosas. Luego, expertos y ciudadanos valoran cada una, y de allí surgen las posiciones: las cinco mejores de 2016 fueron Arcor, Google, Unilever, Toyota y Cervecería y Maltería Quilmes.

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Conjuntamente, se propone un ranking de empresarios: en este caso, sólo se consulta a ejecutivos y directores de grandes compañías. En el podio se ubicaron Luis Pagani, de Arcor; Paolo Rocca, de Techint, y Marcos Galperín, de Mercado Libre. Organizaciones argentinas que se han expandido internacionalmente, con líderes innovadores y de probada trayectoria. Acompañan el modelo de país que impulsa el Gobierno de Cambiemos, comprometido con una revolución del sector privado a partir de nuevas reglas que favorezcan la inversión y la competitividad global.

En contraste, del estudio realizado con 22 grupos focales en diferentes lugares del país por el Cecap, emerge una representación del empresario más cercana a Leonardo Fariña que a Marcos Galperín. Los atributos pueden resumirse en frases como “el empresario va por la plata, no por el bienestar de nadie”; o “a ningún empresario le interesa el pueblo”.

El “empresario” como sujeto social no activa significantes positivos en el discurso de los trabajadores. Se recrimina su ambición por el dinero y su objetivo irreductible atado a la ganancia. El lucro es vivido como una incorrección social: despilfarro de todopoderosos antes que un dinero ganado con el propio sudor. No encontramos la imagen de empresario como inversor, desarrollador de oportunidades, generador de valor y recursos, ni pagador de impuestos.

En la percepción general, el empresario es un maximizador privado sin proyección social ni solidaridad. En tiempos en los que innovadores privados y una ola de “emprendedores” destacan en el escenario público, ninguno de esos elementos positivos es atribuido a los “empresarios”. Ni la innovación, ni el desarrollo, ni la generación de trabajo o la competitividad del país. Sólo aparecen la renta personal, la ventaja propia y el beneficio individual.

El empresario se imagina por lo que gana, no por lo que aporta; por lo que privatiza para su goce individual, no por lo que socializa al conjunto. El foco de atención evade los beneficios potenciales que puede generar una organización privada, y se concentra en el imaginario del empresario como sujeto acumulador, desinteresado por la situación general del país.

Esta dualidad de representaciones acerca del sujeto “empresario”, que polariza entre el ambiente propio del establishment y los niveles medios y bajos-altos, resulta de interés para reflexionar sobre los cambios institucionales que promueve el Gobierno de Macri.

Los datos llevan a pensar que el discurso centrado en el “aporte empresario”, las “inversiones extranjeras” y el protagonismo del sector privado, se escucha en estos públicos como significante problemático, que activa dudas, desconfianza, sospecha. La narrativa optimista de los sectores empresarios puede entrar en caja de resonancia en el propio círculo rojo; pero, según nuestro estudio, atravesar esos límites requiere traducir los argumentos y encontrar las palabras “puente” o “password”, que permitan acceder a la aceptación positiva de los estratos sociales medios y bajos.

Estos hallazgos podrían funcionar como rampas que facilitaran saltar la grieta y permitir un debate democrático de mayor calidad, que supere las limitaciones expresivas de los discursos extremistas de paradigmas ideológicos contrapuestos.

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