Sin visionarios el futuro es gris

“Elon Musk: el arquitecto del mañana” se titula el perfil elaborado por la revista Rolling Stone sobre una de las personalidades más fascinantes e influyentes del hoy y del futuro inmediato. Lo escribió el periodista Neil Strauss. Musk tiene 46 años y millones de sueños. Algunos los concretó (los autos eléctricos Tesla, los cohetes SpaceX), otros forman parte de su batería de proyectos. Musk quiere fabricar trenes de altísima velocidad, quiere establecer una colonia en la Luna, quiere llegar a Marte y quiere hacer tantas otras cosas que el tiempo nunca es suficiente para enumerarlas. Lo extraordinario del artículo de Strauss es el viaje a lo más profundo de la humanidad de Musk que propone. El contraste entre el multimillonario admirado y envidiado, todo un rockstar, y el tipo solitario que sigue lamiéndose las heridas de una niñez traumática mientras no oculta su incapacidad para relacionarse con los demás.

El 1 de febrero se estrenará “Una guerra brillante”. La película cuenta la batalla librada entre Thomas Edison (Benedict Cumberbatch) y George Westinghouse (Michael Shannon) para imponer su propio armado de las redes eléctricas destinadas a iluminar las ciudades. Entre ellos asoma otra figura: Nikola Tesla (Nicholas Hoult). La comidilla de ese episodio histórico pasó por el combate de egos y por el formidable alcance del negocio, pero en el fondo se recortaba el genio y el músculo de tres creadores trabajando al servicio de una sociedad que no llegaba a comprenderlos. O tal vez no hacía el esfuerzo para colocarse a su altura.

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No sólo se trata de tener una visión, también de saber compartirla. Desde la mirada de sus contemporáneos los visionarios suelen ser locos, delirantes, por lo general más inofensivos que peligrosos. Será por eso que más de una vez se llaman a silencio. El mundo no sólo es incapaz de perdonar el éxito, también se solaza poniendo al prójimo en ridículo. Y si algo falta, urgente, ya mismo, es un batallón de creativos capaces de salirse del esquema y pensar en el Tucumán y en la Argentina que vienen. Claro que sugerir la creación de un Ministerio de la Imaginación no suma votos. Pero imaginar y fantasear no son sinónimos.

Fernando Cortés -santiagueño para más datos- era ministro de Economía en tiempos de José Domato. No era sencilla la época, al punto que la provincia terminó intervenida. Pero esa es otra historia. A Cortés se le ocurrió que podía construirse un subterráneo que uniera Yerba Buena con la capital, y cosechó dos clases de reacciones: por un lado risas, por otro la indignación del estilo “¿por qué no se deja de pavadas y se ocupa de cosas importantes?” No, nadie está comparando a Cortés con Elon Musk o Thomas Alva Edison. Y mucho menos sentenciando que un subte debajo del corredor Aconquija-Mate de Luna es viable o que ayudará a solucionar los problemas de conectividad que aquejan a la ciudad. El rescate del episodio pasa por otro lado.

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En Tucumán hay infinidad de artistas. Ese caudal de talento debería traducirse en una ciudad pletórica de murales, de estatuas, de esculturas. Hay margen para planificar una intervención en cada esquina. Lo que falta son canales para que esa creatividad fluya y esa deuda no sólo les cabe a las múltiples expresiones del abrazo de oso estatal -incluyendo la UNT-. También es de un cuerpo social que suele mirar con sospecha y desaprobación cualquier iniciativa que proponga una ruptura. Los creativos, los visionarios, se alimentan de los climas de época y en este apartado Tucumán atrasa. La provincia parece un caldo en el que se cocinan muchos ingredientes -y sabrosos-, pero nadie se anima a destapar la olla.

El del arte y sus consecuencias es un ejemplo trasladable a todos los rincones de la vida provincial. Visionarios se necesitan en todos los ámbitos y niveles. Y no sólo es cuestión de detectarlos; también de escucharlos e interpretarlos. “Hollywood espera al final del arco iris”, dice la canción de Pink Floyd, toda una vuelta de tuerca a las aventuras de “El mago de Oz”. Hay una recompensa ahí, donde parecen terminarse los sueños. La cuestión es animarse a desandar el camino, por más que no aparezcan las maravillas que fue descubriendo Alicia. De eso se trata.

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