Sangre tucumana del presidente Piñera

Sangre tucumana del presidente Piñera

Una de sus tatarabuelas era nacida en esta ciudad, hija de un militar chileno y de su esposa tucumana

LA CASA DE GARMENDIA. Se alzaba frente a la plaza Independencia, en la ochava noreste de las hoy 24 de Setiembre y Laprida. Así se veía esa intersección en una foto de 1870. LA CASA DE GARMENDIA. Se alzaba frente a la plaza Independencia, en la ochava noreste de las hoy 24 de Setiembre y Laprida. Así se veía esa intersección en una foto de 1870.

Como es sabido, hace pocos días fue elegido presidente de la República de Chile, por segunda vez, el doctor Miguel Juan Sebastián Piñera. Pero no es muy sabido que, para Tucumán, ese nombramiento tiene curiosas connotaciones. Porque sucede que el flamante primer magistrado chileno posee sangre tucumana, y que ella aparece subiendo cuatro generaciones de su ascendencia. Así lo informan las referencias que tomamos del árbol genealógico que confeccionó don Francisco Javier Carbone Montes, disponible en internet.

Tucumán, 1817

La historia respectiva empieza allá por los tiempos de la guerra de la independencia, cuando San Miguel de Tucumán ocupaba un sitio central en la estrategia antirrealista. En el elenco de oficiales del Ejército Auxiliar del Perú -conocido como “Ejército del Norte”- que mandaba el general Manuel Belgrano, revistaba el coronel Francisco Antonio Pinto (1753-1858). Era un chileno distinguido, abogado y militar que se incorporó a la fuerza patriota en 1816, y en ella permanecería hasta 1820. Le tocó dirigir el primer periódico que se estampó en Tucumán, en 1817, en la flamante imprenta que trajo Belgrano a la ciudad: el “Diario Militar del Ejército Auxiliador del Perú”.

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Sucedió que Pinto se enamoró y se casó ese año 1817 con una tucumana, doña María Luisa Garmendia-Alurralde, hija del español José Ignacio de Garmendia y de la tucumana Elena de Alurralde. La casa de Garmendia estaba en la ochava noreste de las hoy 24 de Setiembre y Laprida. Eran las segundas nupcias de doña Elena. Antes había estado casada con don Juan José de las Muñecas, y era madre del famoso cura guerrillero, doctor Ildefonso de las Muñecas.

La triple boda

Con Garmendia tuvo doña María Luisa siete hijos. Las mujeres eran otra María Luisa, María de la Cruz y Crisanta. Entre los varones estaban Pedro, quien fue gobernador de Tucumán en 1841, y José Ignacio, diputado por Tucumán a la Constituyente de 1826.

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Sucedió que las tres niñas Garmendia-Alurralde se casaron con otros tantos oficiales del Ejército del Norte: no sólo María Luisa con Pinto, sino también María de la Cruz con el coronel italiano Emidio Salvigni, y Crisanta con el coronel porteño Gerónimo Helguera (de donde nacería numerosa descendencia, prolongada hasta hoy). Una insistente tradición, no confirmada siempre por los documentos, quiere que Belgrano haya apadrinado estas nupcias, y hasta se sostiene que se bendijeron las tres en una sola ceremonia.

Los Pinto en Chile

Nos detendremos en el caso de Pinto. En 1820 pidió su baja militar en las Provincias Unidas y marchó a Chile, con su esposa María Luisa y su primera hija, Luisa, nacida en Tucumán. Se alistó en la expedición del general José de San Martín al Perú. Como jefe de Estado Mayor de la expedición del general Rudecindo Alvarado a Puertos Intermedios, se batió en los desastres de Torata y Moquehua. Fue luego ministro de Relaciones Exteriores y presidente de Chile de 1827 a 1829. Senador nacional más tarde, miembro del Consejo de Estado y Comandante General de Armas, entre otras dignidades, el ya general Pinto falleció en 1858. Con la tucumana Garmendia había tenido varios vástagos.

Uno de sus hijos, Aníbal Pinto-Garmendia, sería igualmente presidente de Chile, desde 1876 hasta 1881. Una de sus hijas, Enriqueta Pinto-Garmendia, se casó con el general Manuel Bulnes, quien sería también presidente de Chile, en 1841-1846 y 1846-1851. Doña Enriqueta tuvo fama de mujer de vasta cultura y se convirtió en una figura emblemática de la alta sociedad chilena.

Hasta Piñera

Pero nos interesa la hija mayor, Luisa Pinto-Garmendia, única tucumana, hermana de Aníbal y de Enriqueta. Se casó con un destacado político, don Ricardo Ariztia-Urmaneta, miembro del Congreso de la vecina república. Una hija de ese matrimonio, doña Josefa Ariztia-Pinto, se casó a su vez con don Nicanor Rozas y Rozas. Hija de ambos fue doña Josefina Rozas-Aristia, esposa de don Miguel Ángel Echenique-Correa. La hija de ambos, doña Magdalena Echenique-Rozas, formó su hogar con el diplomático José Piñera-Carvallo. Y fueron los padres de don Miguel Juan Sebastián Piñera-Echenique, actual presidente de la República de Chile. Sintetizando su vinculación con nosotros, resulta que una de sus tatarabuelas nació en Tucumán, hija de chileno y de tucumana.

La genealogía, obviamente estudiada con estricta sujeción a los documentos, ofrece no pocas referencias curiosas, como es la de este caso. Manuel Mujica Láinez, en un recordado prólogo de 1959, ha trazado un cuadro literario de la genealogía. Escribió que “los genealogistas son grandes viajeros y empeñosos exploradores”, que realizan maravillosos viajes sin abandonar el sillón de un escritorio abarrotado de papeles.

La genealogía

“Etapa a etapa -dice- guiándose a menudo por itinerarios inciertos y vagos, que es menester corregir de continuo para no perderse, remontan los ríos de la sangre. Mientras los nombres desfilan a su vera, ellos siguen su andanza por los ancestrales ríos que se bifurcan, que multiplican sus brazos, que crecen hacia arriba, hacia las fuentes, hacia el misterio del origen de los linajes, abriendo sus cursos como ramas de árboles enormes, que en lugar de savia se nutren de la misma sangre familiar”.

Y así, “por esos caminos va el genealogista, el explorador, el que añade nombres a su cuaderno de apuntes a medida que transcurren las jornadas. A veces tiene que cruzar monótonos paisajes, que se suceden incoloros, a los lados de la imaginaria embarcación que lo lleva por los ríos de la estirpe. A veces súbitamente el paisaje se ilumina y se enriquece y se exalta, como si el viajero hubiera llegado a una ciudad rumorosa. Porque basta que un nombre de resonancia singular haya surgido en los azares del viaje, a través de los documentos, para que esa espléndida aparición ennoblezca y decore el panorama entero”.

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