La plaza Alberdi se convirtió en un anticuario a cielo abierto

La plaza Alberdi se convirtió en un anticuario a cielo abierto

La plaza Alberdi alojó ayer a la tarde una feria de anticuarios, la primera experiencia de este tipo en un espacio público de la ciudad. Se instalaron 10 puestos, en una suerte de prueba piloto. La mayoría de los puesteros tienen sus casas de antigüedades, pero también hubo quienes revolvieron cosas viejas en casa y se sumaron a la propuesta. LA GACETA le pidió a cada uno de los puesteros que eligiesen una pieza, solo una, la que consideren “la joya de la abuela”.

 la gaceta / fotos de analía jaramillo la gaceta / fotos de analía jaramillo
06 Noviembre 2017

Floretes de utilería, usados por el actor Armando de Oliva. El par de floretes que ofrecía Sergio Díaz Barrera son un pedazo de la historia artística y cultural de Tucumán. Fueron usados en obras de teatro y giras por los pueblos por el tucumano De Oliva, catapultado a la fama por el popular radioteatro “El León de Francia”, una típica novela de “capa y espada”. Nelly Martino, de 63 años, escuchó el relato de Díaz Barrera y no pudo evitar la emoción: “nos pegábamos a la radio a la siesta, a las 15. Yo lloraba, todas las siestas lloraba, con ‘El León de Francia’. Te ponía la piel de gallina escuchar los efectos, los sonidos del galope de los caballos... era el mejor momento del día”, rememoró la clienta.


Tractor de juguete marca Atalaya, de la década del 60. “El trabajo del anticuario consiste en escarbar. Hay gente que te trae cosas para vender, pero lo mejor se encuentra escarbando. A veces voy en el auto, miro que están demoliendo una casa y me bajo para ver si hay algo que tenga valor. Muchas veces la gente piensa que es basura, que no vale nada, pero nosotros tenemos el ojo para saber si algo tiene o no valor. Algo así fue la historia con este tractorcito marca Atalaya, industria Argentina, lo rescaté porque estaba a un paso de ir a la basura”, contó Julio García. Anécdotas de rescates tiene varios, pero la primera que le viene a la mente es esta: “de nuevo, me bajo del auto porque veo movimiento en una casa, estaban sacando cosas. La señora estaba esperando un fletero y le pido permiso para ir hasta el fondo. Ella insistía en que no había nada, todo basura. Pero insisto y me encuentro con una moto vieja, destruida ya. ‘Ah sí -me dice la señora- era de un primo que la dejó porque se pinchó la goma trasera y nunca más la buscó’. La moto llevaba 30 años ahí y la señora ni se acordaba”, narró.

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Juego de pala y cepillo de mesa. “Es un juego de la década de 1920, no era algo exclusivo ni de lujo, sino de uso cotidiano para quitar las migas de pan de la mesa”, contó el anticuario Cristian Giordano.

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Moto MV Agusta, modelo Deva 235, de 1957. “Esta era la moto de mi suegro. Estaba literalmente tirada en un gallinero, destruida. Tardamos cinco años para restaurarla como está ahora, principalmente por la dificultad de conseguir repuestos originales”, contó con orgullo Marcelo Pacheco, restaurador y propietario de esa moto italiana. En su puesto había unas 10 máquinas restauradas, de distintas épocas, pero él eligió la MV Agusta porque fue uno de los proyectos más desafiantes de sus seis años como restaurador. “Tiene un motor de 235 CC, monocilíndrico. La casa MV Agusta salió varias veces campeona del mundo con el piloto Giacomo Agostini”, destacó.


Facón caronero de platería criolla. Según el anticuario Gustavo Guerra, se trata de una pieza de origen sureño, probablemente de La Pampa. “El facón caronero se llama así porque iba en la carona, una parte de la montura, y era usado para distintas tareas. En general eran fabricados artesanalmente, pero este lleva el punzón (la firma del orfebre) Cuenca. “Es una pieza especial por el trabajo que tiene, por el material y por la antigüedad, que nos remonta a la época de los gauchos”, apuntó Guerra, conocido entre los coleccionistas como “Indiana”.


Pescante de sulky de la década del 70, con fileteado artístico restaurado por César Carrizo. “Soy de Simoca, no puedo elegir otra cosa que no esté vinculada al sulky”, explica Ricardo González, pero en su puesto las miradas se van directo a los teléfonos antiguos, todos reparados y funcionando. “En el pescante del sulky, ubicado en el lado de los pies, se colocaba la patente. En la década del 70 la Municipalidad de Simoca decidió que iban a tener patente, entonces todo el que entraba a la villa desde las zonas rurales tenía que pagar el impuesto y tener su patente”, cuenta el anticuario.


Soplete de plomero, década del 30. Los antiguos plomeros cargaban estos sopletes de bronce entre sus herramientas, para fundir el plomo de las cañerías. “Funciona con bencina y un poco de alcohol para calentar. Es necesario bombear para que salga con presión la llama”, explicó Julio Sosa, anticuario especializado en objetos de bronce. En su puesto, como sorpresa de la tarde, se vendieron una máquina de escribir de 1913 y algunas cámaras fotográficas antiguas.


Prendedor húngaro. “La joya de la abuela, ni más ni menos”, describe Rosalía Demeter. La de ayer fue su primera experiencia como vendedora de antigüedades. Se enteró de la feria y le pareció buena idea desprenderse de algunas cosas que tenía en su casa. “Abrimos la baulera y sacamos un montón de cosas. Juegos de porcelana, un encendedor a bencina con forma de lápiz labial... vendimos varias cosas”, dijo, contenta con la experiencia.


Pedirle a un coleccionista de monedas y billetes que elija una y solo una de las piezas que atesora, es mucho pedir. A Miguel Langa, numismático de alma y pasión, le cuesta mucho decidirse pero finalmente saca de una de sus carpetas una moneda de plata que lleva el sello de Fernando VII de España y el año 1819. “Es una moneda del Virreinato del Perú, acuñada en Potosí. Es la moneda que se usó en nuestro territorio y se la ve desgastada por el uso, describió.

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