Peripecias del profesor Barbati

Peripecias del profesor Barbati

Cesante del Colegio Nacional de Tucumán en 1866, por hacer política, en Buenos Aires le iría bastante mejor

PASCUAL BARBATI. Su retrato aparece entre los de quienes integraban la Comisión Popular de lucha contra la fiebre amarilla, en 1871. PASCUAL BARBATI. Su retrato aparece entre los de quienes integraban la Comisión Popular de lucha contra la fiebre amarilla, en 1871.

No hemos podido encontrar fechas ni lugares de nacimiento y de muerte de Pascual Barbati. Su rostro -semblante lleno, anchos bigotes y pera- se divisa un tanto borroso en el conjunto de pequeños retratos ovalados con el que se quiso conservar, para la historia, el rostro de los miembros de la Comisión Popular de lucha contra la fiebre amarilla, en 1871. Pero algo se sabe de su actuación como docente, parte de la cual transcurrió en San Miguel de Tucumán.

En el Nacional

Acababa de crearse, por decreto del 9 de diciembre de 1864 del presidente Bartolomé Mitre, el Colegio Nacional de nuestra ciudad. Abrió sus puertas el 1 de marzo de 1865. El rector era don Benjamín Villafañe, figura venerable en la historia reciente: secretario de La Madrid en la Liga del Norte, emigrado en Chile y en el Perú, ex gobernador de la provincia, ex senador nacional. El colegio tenía un elenco de profesores muy pequeño en esos comienzos. Además del rector, lo servían apenas tres catedráticos: José Ignacio Aráoz y Córdoba (Aritmética y Geometría); Aníbal Piedrabuena (Latín y Castellano); el presbítero Miguel Moisés Aráoz (Historia y Geografía). La asignatura Francés estaba a cargo de Villafañe.

Publicidad

A fines de agosto, el presbítero Aráoz -luego obispo de Berissa- dejó su cátedra y lo reemplazó el profesor Pascualino Barbati. Así lo designa, en lugar de “Pascual”, el trabajo de Rodolfo Cerviño, “Del Colegio San Miguel al Colegio Nacional. Dos etapas de cultura en Tucumán” (1964), de donde tomamos todos los datos de esta etapa.

Algo de política

En 1866, Barbati publicó un pequeño libro, titulado “Manual de la Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Era un texto escolar, redactado en forma de preguntas y respuestas. Apunta Cerviño que, de esta manera, Barbati progresaba intelectualmente. Pero al mismo tiempo, narra, “decide mezclarse en política, a fin de tentar también el progreso económico que, en su condición de profesor, no obtendría nunca”.

Publicidad

Con ese propósito, resolvió fundar un “club” político, como se los llamaba entonces. Esto alarmó de inmediato al ministro general de Gobierno, José María del Campo. Se dirigió al rector Villafañe y, a tiempo que le informaba sobre las actividades de Barbati, advertía que “estaba doblemente inhabilitado para actuar en política, por su carácter de extranjero y por su situación de empleado nacional”.

Rápidamente, Barbati se disculpó ante el rector. Argumentó que, en realidad, su nombre se incluyó “por error” entre los miembros del comité. Pero, pasado un tiempo, el movedizo italiano volvió a las andadas, y Villafañe se dio cuenta de que no tenía más remedio que expulsarlo del Colegio.

Cesantía y adiós

Pero, relata Cerviño, para no hacerlo de frente, decidió “tramar una conspiración”. Reunió a los profesores y les informó que, estando en cama en su casa, “entró uno de nuestros alumnos internos, a decir que tenía una revelación que hacerme”. Decía que, según ese alumno, Barbati había preparado una agresión contra su persona, que consistía en “entrar en su habitación disfrazado y atizarle una paliza”. Por cierto que los profesores resolvieron, unánimemente, la cesantía del catedrático de Historia y Geografía.

El italiano se alejó entonces de Tucumán, cuando iba terminando 1866. Tres años más tarde, en Buenos Aires, se presentaba al Senado de la Nación. En una formal nota, pedía la protección del Congreso para editar un “Compendio de Historia Moderna”. Solicitaba que el cuerpo se suscribiera “a un número de ejemplares proporcionales al número de alumnos que se educan en los diferentes establecimientos de la República”.

En el Senado

El pedido pasó a una comisión. Esta consultó al ministro de Instrucción Pública, quien les dijo que no podía servir como texto la obra de Barbati, “en razón de haberse adoptado otra que consideraba ventajosa sobre la propuesta”. Además de informar esto, la Comisión proponía que, “como un estímulo”, se le comprasen libros hasta el valor de 1.000 pesos.

La cuestión dio lugar a extensos diálogos en la sesión del 24 de julio de 1869. El senador Federico Corvalán (Mendoza), miembro informante de la comisión, recordó que Barbati había notado que “faltaba un texto para la enseñanza y se puso a redactarlo, desde tres o cuatro años atrás”. Y que el Gobierno de Buenos Aires lo había ayudado económicamente, logrando que las escuelas de su dependencia lo adoptaran “como texto de lectura”.

Decía que, cuando consultaron al ministro, les informó que ya estaba fijado “un texto francés, que tenía la ventaja de ser continuamente mejorado por las nuevas ediciones que se hacían, ventaja que no se podía conseguir respecto del texto del señor Barbati”. Pero, como “un auxilio o recompensa”, proponía que la Cámara “se suscribiese por 500 ejemplares, para distribuirlos en las provincias”.

Riesgo de cárcel

Se había tenido presente que Barbati estaba “en situación menesterosa”, pues, decía Corvalán, “creo que ha llegado hasta la prisión, por falta de recursos para pagar la edición”. De allí la propuesta de que la suscripción llegara a los 1.000 pesos.

Tomó la palabra el senador Ángel Navarro (Catamarca). Dijo que apoyaría el dictamen “siquiera para que en el extranjero no suene mal que, en la República Argentina, el autor de una obra de educación ha sido llevado a la cárcel porque no tiene con qué pagar la edición”. A la hora de votar, el senador Joaquín Granel (Santa Fe) propuso que se doblara la suma, ya que 1.000 pesos “eran insuficientes para librar al autor de su deuda, teniendo en cuenta que la edición importaba más de 25.000 pesos”.

Como Navarro agregó que no eran 25 sino “40 y tantos mil”, Granel añadió que la obra de Barbati era mejor que las vigentes en las escuelas. Así se lo habían informado personalidades como el rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor Juan María Gutiérrez, y el general Bartolomé Mitre. Subrayaba, además, que el libro había sido aprobado en la Municipalidad de Buenos Aires y su Departamento de Escuelas.

Mitre define

Intervino luego el general Mitre, senador por Buenos Aires. Dijo que la obra de Barbati “no tiene verdaderamente gran mérito literario”, pero sí está en “las condiciones que la experiencia ha aconsejado a su autor”. Expresó que el texto de Historia Moderna de Druy, “por los desarrollos en que entra y algunos esclarecimientos que le faltan”, no se hallaba al alcance de las escuelas. La experiencia de Barbati, “especialmente en Tucumán” , le hizo “conocer estas diferencias” y lo llevó a escribir el libro.

A juicio de Mitre, era “la única obra que, en un pequeño número de lecciones muy cortas, muy comprensibles y con tablas analíticas y cronológicas para el auxilio de la inteligencia de los niños, ha conseguido, en veintiocho ó treinta lecciones, reunir todo lo que de más capital e importante hay en la historia moderna”. Puesta en manos de los escolares, estos “no tendrán un conocimiento completo de la historia, pero sí una idea general de la historia universal”. En suma, decía “este libro merece ser atendido, y yo he de votar con mucho gusto el gasto que se propone”.

Al fin, se acordó otorgar a Barbati la suma necesaria para la adquisición de 4.000 ejemplares, lo que equivaldría a 2.000 pesos.

Heroísmo en 1871

El “Compendio de Historia Moderna” de Barbati se editó ese año 1869, estampado en la Imprenta de “La Nación Argentina”, de Buenos Aires. Debajo del título, se leía: “Revisado, aprobado y adoptado por las autoridades competentes, para el uso de las Escuelas Públicas”. Poco se sabe de la actuación posterior de Barbati, salvo que en 1871 integró -lo que es por demás honroso- aquella comisión de vecinos porteños, cuya heroica tarea fue decisiva en la lucha contra la terrible epidemia de fiebre amarilla.

Después, su rastro se pierde. No se sabe si se quedó o si regresó a su tierra. Para concluir, a Pascual Barbati le fue bastante mejor en Buenos Aires que en Tucumán. Entre nosotros, el intento de actuar en política le costó la cesantía. En Buenos Aires, su solicitud de ayuda económica ocupó importante espacio en la Cámara de Senadores de la Nación, y Bartolomé Mitre le brindó tanto sus elogios como su resuelto apoyo. De más está decir que, en la actualidad, los dos libros que escribió Barbati tienen el carácter de rarezas bibliográficas.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios