La (e)lección de Nuestro Teatro

Hay elecciones que tienen la importancia de la coyuntura y otras que trascienden en el tiempo. Este domingo coexistieron ambas: la política de cada ciudadano concurriendo a las urnas y decidiendo qué clase de representantes quiere para el Congreso de la Nación y el aniversario de un hecho cultural que signó el teatro de la provincia.

Está claro que una votación tiene consecuencias e importancia. De ella dependen muchas cosas que marcarán el futuro inmediato de una gestión, de los gestionantes y de los gestionados. La consolidación cruzada de Mauricio Macri y de Juan Manzur en los campos nacional y provincial tendrán repercusiones obvias y afectarán a todos los habitantes. Pero hay vida más allá de las urnas y hay otras decisiones que desafían a los Gobiernos de turno y se perpetúan en la memoria de los pueblos.

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Hace 50 años, un grupo de tucumanos eligió apostar y arriesgarse, jugar con la palabra elección que significa “escoger o preferir a alguien o algo para un fin”, en la primera acepción del Diccionario de la Real Academia Española de Letras. El mismo 22 de estos comicios, pero en 1967, se abrieron las puertas de Nuestro Teatro, la sala emblemática independiente de la provincia por dos décadas hasta que fue demolida en 1985. Escogieron un lugar para que sea su casa, su contención, su vientre y su sembradío.

Hasta ese momento, los teatristas locales deambulaban por espacios que estaban relacionados con diversas instituciones preexistentes, como salones de colectividades (la Sociedad Francesa, por ejemplo, que revivió en distintos momentos e incluso con varios nombres en sus salas; o la Española, con sus reminiscencias andaluzas), peñas culturales (El Cardón, principal pero no únicamente) y reductos varios (el subsuelo del desaparecido bar Colón, frente a la plaza Independencia, sorteando tacos de billar y piezas de dominó), más allá de otras aventuras de la época.

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Por este motivo, bien puede decirse que la sala de Entre Ríos 109 significó la emancipación simbólica definitiva de los actores y directores de otras identidades y, en paralelo, la consolidación de una propia. También fue la aventura de lanzarse sin red al vacío, en tiempos en que la agitación social iba en una espiral creciente, como se vivió en esos años. La sala a la que se accedía por una estrecha escalera había sido antes una fábrica de miel de caña, que le perteneció a los abuelos de Rosita Ávila, quien todavía vive en esa dirección. Allí se soportaron amenazas, intimidaciones y se sintió el miedo en primera persona en los tiempos de plomo; y además se respiró libertad, alegría, risas y emociones de niños, que se lanzaban al placer de subirse a un escenario en “La gata Patacha” para la diversión de todos, sin saber que años más tarde serían protagonistas del teatro local. Y de adultos que se asombraban con puestas que rompían con la formalidad de los elencos estables, y generaban una sinergia creativa que derivó en formar en la provincia uno de los polos teatrales más importantes del país.

Si el teatro es el campo de la advertencia hacia los tiempos sociales más oscuros, de la denuncia de lo que se obliga a callar y de la resistencia ante la presión, el colectivo que lideraron Rosita y Oscar Quiroga y alrededor del cual giró buena parte de la colectividad artística local, regional y nacional que llegó por estas tierras lo cumplió a rajatablas. Por ello es quizás lógico que su desaparición como espacio haya prácticamente coincidido con el retorno de la democracia. Había que contar otras historias, desde otro lugar.

En este mes también se festejaron otros cumpleaños, más modestos pero también significativos. Y ambos con 15 años, la cabulera niña bonita de las quinielas, la que todos miran y la que recibe halagos. Tanto El Pulmón, de Carlos Alsina, como La Gloriosa, de Noé Andrade y Pablo Gigena, respiran el mismo aire que hace medio siglo insufló los pulmones de Nuestro Teatro, y se pueden reconocer como herederos de una tradición de sensibilidad social, rebeldía política e insatisfacción artística y cultural, aunque cada uno desde su propia experiencia. El tiempo, la continuidad, la coherencia y la voluntad de resistir y crear harán que en 35 años se escriba también de ellos. Es que Nuestro Teatro le sacó una letra a elección para transformarse en una lección.

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