Historias detrás del deporte: "Madres Coraje"

Historias detrás del deporte: "Madres Coraje"

Ver que a un hijo lo golpean en el ring; vivir la incertidumbre de saber si llegó después de atravesar el desierto en moto; observarlo manejar un auto a casi 200 kilómetros por hora o que reciba una patada en la boca y se vuelve a poner de pie, son situaciones que cinco madres afrontan con sus hijos deportistas. Sus pulsaciones se elevan al máximo, como así también las satisfacciones.

EMMA GOMEZ MITIEFF Y EMMANUEL GUEVARA.- EMMA GOMEZ MITIEFF Y EMMANUEL GUEVARA.-
15 Octubre 2017

Las motos ponen a prueba la resistencia de ambos

Emma Gómez Mitieff tuvo que hacer el traspaso, como también lo hizo su hijo Emmanuel Guevara, del enduro al Dakar. Ambos tuvieron que reforzarse: mamá, en lo emocional; el hijo, en lo deportivo. Emma tuvo que acorazar el corazón para que la ansiedad y la angustia no lo hieran. Su hijo tuvo que equipar “dakarianamente” a la Kawasaki KLX 450 Rally. “No pensaba que el mundo Dakar era tan duro. Las carreras de enduro son de día, en un circuito que más o menos uno puede verlo correr”, describió una parte de la transformación. Pasa que a Emmanuel se le puso una meta desde aquel 2009 cuando el Dakar, el rally más duro del mundo, llegó al país. “Sabemos que nadie se lo va a sacar de la mente”, reconoció la mamá.

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Emma va practicando de a poco cómo soportar la angustia que implicará la participación de su hijo en el Dakar 2018. Serán 14 días de enero al límite de las pulsaciones pensando que Emmanuel cruzará por caminos de altísima dificultad, a más de 100 kilómetros por hora, por las entrañas de tres países, acechado por otros pilotos de motos que tienen las mismas ganas de ganar que él.

“Lo único que quiero es que llegue”, contó con la voz quebrada mientras esperaba el arribo de su hijo al frente de Casa de Gobierno cuando completó el Desafío Ruta 40. Emma ya estaba practicando. En esa ocasión Guevara se retrasó, hubo un poco de incertidumbre y preocupación aunque el piloto ya había pasado por el último puesto de control. “Fue un tema mecánico”, rememoró Emma que si bien no perdió la calma aguardando a su hijo, sí dejó entrever que ejerce un autocontrol supremo sobre sus emociones. “Una carrera de tantos días, tan larga y lejos… es una incertidumbre que hace que una esté con el teléfono todo el día para ver dónde está, si alguien lo vio, si llegó. Miro la lista de clasificación, no para saber el puesto sino para saber si llegó. Y cuando aparece es un alivio”, reconoce la madre del futuro “dakariano”.

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“Quizás a la familia no le cuenta mucho, pero lo escuchás contándole a otros las cosas que pasa. Uno dice: ‘¿cómo puede ser? Estuvo al filo de la muerte’. Ese tipo de cosas son las que te vienen a la mente durante una carrera”, contó Gómez Mitieff.

Un corazón que late a más de 400 kilómetros por hora

El de Mabel Melhem es un caso especial en el automovilismo argentino: sus tres hijos corren en el Turismo Nacional, Clase 2. Bernardo, Juan y Pablo Ortega transitan los autódromos más exigentes de Argentina a unos 130 kilómetros por hora, por lo menos. Tomando como referencia la última fecha que se disputó en Viedma, el auto que alcanzó la velocidad más alta llegó a los 149,45 kilómetros por hora. Para tener mayor dimensión de lo que soporta la dama de 55 años se podría decir que su corazón late a 448,5 kilómetros por hora cada vez que sus tres hijos están en pista.

“Todos me hacen la misma pregunta: ‘¿cómo hacés?’. Se compadecen de mí”, cuenta entre risas Mabel la reacción de las otras madres cuando se cruzan en las carreras.


“Generalmente los acompaño, pero no me hace bien”, confesó Mabel. “Lo hago porque ellos me lo piden y yo soy consciente de lo que están por hacer: un deporte de riesgo y extremo. Es algo que tengo que disfrutar porque ellos lo disfrutan”, contó.

Lo que suena a una obligación para Mabel, es tolerada por la misma seguridad que le transmiten sus tres hijos. “Lo hacen con mucha pasión y con mucho profesionalismo”, apuntó.

A veces es tanta la combinación de ambas actitudes que le genera una sensación particular. “Tienen un nivel de concentración que a mí me llama mucho la atención: son mis hijos, pero en ese momento es como si no lo fueran. Están absortos por lo que están por hacer; son profesionales al 100 por ciento”, destacó.

A veces duele, pero es feliz

“Una cosa es que te golpeen a un amigo, a un hermano, pero otra cosa es que te golpeen a un hijo… es como que te golpeen el útero”, comparó Beatriz Ranieri. La mamá de La Puma Rita Cazorla sufre con orgullo al costado de la línea de cal de Cardenales, club al que representa la destacada jugadora de rugby.


“Estoy más atenta a lo que le pasa a ella que al juego. A veces, se lleva una patada en la boca y pensás: ‘una persona no puede levantarse después de eso’”, describió una de las tantas situaciones de juego. A Beatriz no le cabía duda que su hija se destacaría en algún deporte y que elegiría el trabajo difícil. “En el voley era igual. No es la que va a correr libre, a la que van a cuidar; es ella la que cuida. Piensa más en el equipo que en ella”, reflexionó la mamá de cuatro hijos.

Beatriz sintió el impacto del cambio de deporte, sobre todo visualmente. “Que juegue al rugby fue peor todavía porque de verla raspada en las rodillas solamente, ya la veía golpeada entera”, relató con tono anecdótico.

No hubo mucho que discutirle a Rita cuando decidió que el rugby sería su deporte de cabecera porque, según su mamá, usa la misma astucia de la cancha en su discurso. “Todo lo plantea inteligentemente. Es muy pensante y más inteligente que mi marido y yo. Sabe plantear las cosas de un modo en que no te está preguntando, te está explicando con fundamentos lo que ya decidió”, describió Beatriz a su hija.

Si bien al principio pudo haber algo de duda en la elección, los hechos le demostraron a Beatriz que la decisión de su hija fue acertada. “Soy anticuada, de pueblo, siempre pensé que el deporte no la iba a llevar a ningún lado. Hoy conoce medio planeta gracias al rugby. Es La Puma con más años en el equipo: 12 consecutivos. Todo eso es como un pago a su esfuerzo, a los golpes y a las lesiones. El rugby le dio más contención que lesiones”, reconoció con satisfacción. Y aunque sienta el golpe en el útero cada vez que Rita juega, hay un calmante eficaz. “Jamás practiqué deportes, por eso me resulta difícil entender la satisfacción de ella, pero la comparto y soy inmensamente feliz cuando está jugando”, reflexionó la mamá “puma”.

Puro vértigo

“Yo practico cross country, así que se lo que es subirse a la bici”, cuenta Patricia Gutiérrez Falcón. “Pero jamás haría lo que hace mi hijo”, reconoce al instante. ¿Qué hace su hijo? Diego Mena practica descenso, es uno de los riders que compite en la categoría Pro, la más veloz de la Copa Tucumana. “Dieguito” se larga desde la cima de los cerros, comandando su bicicleta. Las bajadas, en algunos tramos casi verticales, se hacen en terrenos con piedras, entre árboles de gran porte.


“La primera vez que lo acompañé fue en el circuito de ‘La Virgen’. Me paré en la largada y sentí un vértigo tremendo”, recordó Patricia. Si bien mamá es también una ciclista de montaña, su modalidad, la de cross country, a diferencia de la de su hijo, privilegia más la resistencia que la velocidad. Además largan todos juntos y no individualmente como lo hace Diego. “Empecé a juntar coraje y muy de a poco, a superar los miedos”, reveló. Mena fue campeón en Elite en 2013. Desde entonces siempre fue por más y apostó todo en la categoría más competitiva. “Desde que está en Pro, se exige al límite y tuvo todos los accidentes que no sufrió hasta ahora”, comentó Patricia. “No le diría que haga otro deporte”, reconoció Patricia.

Mena está en pleno proceso de recuperación por una lesión. Mamá le pone sabiduría a la situación para que el deportista tome la mejor decisión. “Pienso que en la vida hay un abanico de posibilidades y es a lo que yo lo invito: a que redirija su pasión, quizás en el mismo deporte con otro ritmo. Siempre tuvo algo con la altura y las bajadas por eso es que la pasión y la alegría que tiene cuando termina una carrera es indescriptible”, resaltó Patricia.

“El Zorrito” ganó la pelea

El intento de persuasión fue vano: Julia Carreras no pudo evitar que su hijo se convirtiera en boxeador. “A los 17 años me dice: ‘quiero ser como mi hermano’. Me hago la que no lo escucho”, recuerda. Hacer oídos sordos a lo que Nahuel dice tiene un motivo: no quiere sentir dos veces lo que ya soporta con Cristian Coria, su vástago mayor. “El Zorrito”, pese a las recomendaciones, no dudó en su elección. “Es el deporte que eligió. A él le gusta. Hay que aceptarlo”, explicó Julia. “Cuando estoy viéndolo tengo ganas de subirme al ring. Defender a mi hijo para que no lo golpeen”, relató.


“Las hermanas son las que van con él. Yo no, porque me siento tan nerviosa que me puede pasar algo”, contó la mujer de 55 años que apoya con ondas divinas. “Le pido a La Virgen, a Dios y a todos los santos que le vaya bien cuando pelea”, explicó Julia.

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