Terremotos a la tucumana

Cada vez que la Tierra se sacude y nos llegan las imágenes de la devastación renace la inquietud: ¿eso puede pasar acá? “Eso” es una ciudad mexicana azotada por un sismo que, entre muchas otras cosas, invita a recordar lo pequeños y efímeros que somos. Terremoto es sinónimo de Cuyo en el imaginario nacional. No está tan lejos, ¿no? Que un edificio se desplome sobre nuestras cabezas no suena tan inverosímil como un tsunami o la erupción de algún volcán activo y enojado, fenómenos propios de geografías más lejanas. De una u otra forma, la naturaleza es rigurosa a la hora de desarmar las pretensiones antropocéntricas que supimos construir. Y si no viene de adentro vendrá de afuera, con forma de meteorito, tormenta solar o alguna otra delicia que la burocracia cósmica nos tenga preparada.

Lo que conviene subrayar en estas ocasiones es que Tucumán sufre sus propios terremotos, y no son aleatorios sino precisos y anuales, casi de relojería suiza. Se llaman inundaciones. La diferencia -y este es un buen tema para analizar- es que en las áreas de alto riesgo sísmico, ya sea en México, Japón o la capital sanjuanina, están preparados. Saben que en cualquier momento las placas tectónicas bailan una bachata infernal y hasta el edificio mejor construido puede venirse abajo. Están listos para actuar, rápido y con eficacia, para acotar los márgenes del desastre. Después están los imponderables, lo imprevisible, como la historia de las personas atrapadas bajo los escombros a lo largo y a lo ancho del DF mexicano. Cuando la tragedia lleva nombre y apellido salta del terreno de la estadística y de la academia al de la más pura humanidad.

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Así como en esas zonas rojas saben que tarde o temprano regresará el inquilino indeseable con traje de sismo, en Tucumán somos conscientes de que con las lluvias volverán las inundaciones. Lo que varía año a año, de la mano de la intensidad de los aguaceros, es el nivel de inmersión que nos toca. No tendremos ese “cinturón de fuego” que cruza océanos y continentes como un jinete del apocalipsis, repartiendo terremotos, pero sí podemos exhibir un “cinturón de agua” que deben ceñirse Río Chico, Simoca, Alberdi, La Cocha y Graneros al compás de las tormentas.

La ventaja comparativa que implica saber cómo, cuándo y dónde se producirá el golpe -en este caso una inundación- sirve en la medida en que funcione un sistema preventivo, que en el caso de Tucumán es una deuda histórica porque comprende sistematización de cuencas, movimientos de suelos y reubicación de pueblos. Eso cuesta muchísimo dinero y nadie lo invirtió, ni la Nación ni la Provincia; ni peronistas de centroderecha, ni peronistas de centroizquierda, ni radicales (¿alguien se acuerda del megaproyecto de obras públicas que iba a “derramar” De la Rúa?), ni bussistas ni, en este caso, el fantasmal Plan Belgrano macrista. De allí lo absurdo -mejor dicho perverso- de criticar el voto de los vecinos de La Madrid. Con el criterio del dedo acusador, la localidad completa debería votar en blanco. No es el caso.

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Pero no nos desviemos del tema. Apenas las lluvias digan presente las calles y avenidas de la capital recuperarán la condición de ríos. El municipio sinceró el costo de la nueva red de desagües pluviales, imprescindibles como solución de fondo: a valores de marzo pasado eran 3.500 millones de pesos. A la red, que incluye los peligrosísimos canales conectados con Tafí Viejo y Yerba Buena, hay que armarla de nuevo. Lo que tenemos es obsoleto. Mientras tanto, sabemos que San Miguel de Tucumán va a inundarse dentro de un puñado de meses. Lo que darían los mexicanos por conocer con la misma exactitud cuándo padecerán el próximo terremoto.

Nadie tiene el certificado de inmunidad comprado y sellado. Por donde no hay sismos pasan los huracanes. Más allá las sequías provocan hambrunas y más acá el derretimiento de los glaciares trastoca los equilibrios biológicos. Matan las olas de calor y matan las olas de frío. Podemos tenerlo cartografiado, escaneado, estudiado al detalle, pero el planeta siempre se saldrá con la suya. Claro que hay casos y casos. Si la catástrofe está marcada en el calendario nadie puede hacerse el sorprendido.

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