Los desafíos de programar

El desafío de realizar un festival artístico es contemplar numerosos factores y el principal debería ser la definición de a que público va dirigido. Pero no puede el único, ya que también deben tenerse en cuenta las fechas, los precios, los criterios estéticos y hasta las previsiones del clima en caso de realizarse al aire libre.

En Tucumán nos hemos acostumbrado a la confusión en varias fiestas. Particularmente en lo teatral, hubo actividades de alcance nacional y hasta internacional que se organizaron en semanas sucesivas, lo que agotaba físicos, mentes y bolsillos. Como ejemplos se pueden mencionar este año los festivales Víctor García (fue del 16 de junio al 20 de junio) y ARRE (siglas de “Arte Reflexión, Arte Renovación, Arte Regional, Arte Rebelión y Arte Resistencia”, que tuvo lugar entre el 22 de junio y el 1 de julio); y el Mujeres A Escena (realizado entre el 4 y el 12 de agosto) con la gira organizada por el Instituto Nacional de Teatro (ocurrió del 28 de agosto al 2 de este mes). Podrían haberse organizado un poco mejor, cuando el año tiene 12 opciones. Imposible ver todo y menos aún pagar las entradas por más accesible que sean y pese a la evidente recuperación de la taquilla local que se registra desde hace un año. Simplemente no se alcanza con todo; además, la proliferación conspira contra la posibilidad de una elección racional, ya que hay tanto que nos cuesta decidirnos y siempre está la tentación de quedarnos frente a la televisión o de encender la computadora y ver una serie. Y eso sin tener en cuenta las asimetrías existentes entre las propuestas y su circulación escénica por los espacios tucumanos.

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Si algo debe quedar claro es que no se debe programar una sucesión de espectáculos a partir del gusto individual o colectivo de quienes tienen esa misión, que lógicamente está limitado al universo individual en conocimiento, estéticas, preferencias y deseos. Por el contrario, la variedad y amplitud debe primar como consigna, para así contemplar un abanico de gustos y placeres artísticos. Ni siquiera cuando el criterio es temático (como la idea de vanguardia en varios de los eventos teatrales mencionados antes) puede cerrarse sobre sí mismo, sino mostrar la variedad que existe en el seno de esa tendencia.

Por aparte de las actividades puntuales de grupos u organismos, Tucumán se vanagloria (con diferencia marcada respecto de otras provincias) de dos grandes citas culturales presentadas como generales, pero que en los hechos están atravesadas por la ausencia de un criterio rector (sea el que sea, pero se necesita que haya uno). Ni en el Julio Cultural de la UNT (institución golpeada por una crisis económica que signa su desenvolvimiento académico y social) ni en el Septiembre Musical, cuando ya pasamos la mitad de su recorrido, se evidencia una idea que los atraviesen. Por momentos, parece que se apuesta más al juego infantil del mercadito donde lo importante es llenar todos los casilleros con lo que se le ocurra a cada uno en ese momento.

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Sonidos ausentes

La precariedad sonora sorprende en la grilla oficial del Septiembre Musical donde, como es costumbre, lo clásico es protagonista en las salas más importantes el teatro San Martín y la Orestas Caviglia. En las noches tucumanas comunes y corrientes lo que más se escucha es folclore, atento a la cantidad de ofertas de los fines de semana, junto con la música popular de cumbia y cuarteto como referencia en cantidad de fanáticos que llenan hasta a llenar estadios.

En cambio, en la gran fiesta provincial de música (lo que indica que debería abarcar la mayor cantidad de géneros posibles), el folclore figura a cuentagotas, más allá del hallazgo fabuloso del título “¡Qué animales!” para el recital con el que Leopoldo Deza, Topo Bejarano y Nancy Pedro rendirán homenaje al Chivo Valladares, al Pato Gentilini y al Cuchi Leguizamón. Bueno hubiese sido que la originalidad del nombre elegido se filtrara durante todo el mes con más espacio para semejantes compositores y más presencia de la zamba, la cueca, la chacarera y demás ritmos norteños.

En la misma situación en la grilla oficial están el tango (hubo muy poco, y sobre todo concentrado en días sucesivos en la primera semana), el jazz (la justificación puede ser el festival especifico internacional de mayo y el nacional que se programa para diciembre) y el rock argentino, arrinconado a la celebración por el medio siglo de su nacimiento con la visita de Caputecu Machu mañana.

Se podrá intentar justificar la escasez en que estos géneros se multiplican en espacios no convencionales, como museos, el anfiteatro de El Cadillal o casas municipales de cultura, muchas de las cuales carecen del equipamiento de luces y sonido adecuado a un espectáculo de calidad. Quien haya ido a escuchar algún grupo tucumano en el Museo Folklórico lo puede haber confirmado en carne propia, lugar donde no había siquiera un cartel en la puerta anunciándose como sede del encuentro. Alguna vez bien podría tocarles llegar a un escenario de primer nivel, y no tener que trajinar rutas y escenarios precarios. Y sin mencionar al reggae, metal, tropical y uno largo etcétera, casi inabarcable, directamente ausente de todo espacio.

Más todavía en lo referido a nuevas propuestas sonoras que rompan con lo previsible y se arriesguen a músicas distintas que agiten y agoten los sentidos revolucionando lo escuchado antes. Apostar a esa renovación es garantizar el futuro, así como exponerse a que algo desconocido que conmueva en la mullida silla del San Martín implicaría recuperar el espíritu que en 1960 inspiró al primer Septiembre Musical, “una expresión de cordialidad y entendimiento entre los pueblos”. En esa proclama se hablaba en plural porque dentro de una sociedad conviven distintos pueblos en tanto manifestaciones culturales complejas, complementarias, contradictorias, alternativas y definitivamente creadoras de las identidades de sus integrantes colectivos.

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