Una fiesta con desfiles, locro y torta por el centenario de la escuela 141 en El Puesto

Una fiesta con desfiles, locro y torta por el centenario de la escuela 141 en El Puesto

Durante ocho horas, los docentes, los padres y los propios estudiantes protagonizaron una celebración inolvidable. Un locro “pulsudo” se sirvió al mediodía para más de 400 personas. Historia y nostalgia se unieron durante una jornada especial en el este tucumano.

CEREMONIA. Tres ex alumnos desfilan alrededor del patio central de la escuela, mientras los chicos esperan su turno para interpretar una canción frente a la torta gigante del centenario. LA GACETA / FOTOS DE JORGE OLMOS SGROSSO.- CEREMONIA. Tres ex alumnos desfilan alrededor del patio central de la escuela, mientras los chicos esperan su turno para interpretar una canción frente a la torta gigante del centenario. LA GACETA / FOTOS DE JORGE OLMOS SGROSSO.-
20 Agosto 2017

El alumno más antiguo de la escuela tiene 80 años, peina canas y camina lento, pero mantiene un sentido del humor que contagia. Dice que durante los primeros años toda la escuela era apenas un pequeño espacio de dos aulas y una cancha de fútbol. Allí fue donde empezó a jugar a la pelota con sus amigos y compañeros fuera del horario de clases. Después, con el paso del tiempo, se convertiría en un excelente futbolista que brilló en Atlético Tucumán. En la fiesta del centenario de la escuela 141 de El Puesto, le entregaron una distinción a Hugo Ginel por ser el alumno más antiguo. “En mi época de estudiante, en primero y segundo grado, caminábamos más de dos kilómetros para venir a la escuela y en el trayecto juntábamos 10 palitos de suncho, que es un árbol de la zona, y con eso aprendíamos a contar”, recuerda.

La escuela vive una semana histórica por los 100 años de su fundación. Frente al mástil, los alumnos de segundo grado interpretan, en lenguaje de señas, la canción “Cambiar al mundo”. En un escenario montado al aire libre en un extremo del patio puede leerse “Un siglo brindando saberes”. En las galerías, a los costados, los padres de los chicos se aglomeran para ver a sus hijos desfilar, actuar, y homenajear al establecimiento. Todos quieren una foto de recuerdo, mientras un grupo de madres venden tartas dulces y empanadillas para recaudar fondos.

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Detrás del patio, en un espacio de tierra, Ramón Cajal (48 años) controla la cocción del locro a fuego lento. Hay cuatro ollas gigantes de color amarillo. La comida se servirá al mediodía. “Esto alcanza para 400 personas”, dice Ramón, mientras mira de reojo las ollas sobre las brasas. Manuel Monte (57 años) le ayudó desde muy temprano con los preparativos. “Un día antes se pone en remojo el maíz -explica Manuel- y el fuego lo prendimos a las 5 de la mañana”.

Del trabajo a la fiesta    

A unos cinco kilómetros de distancia, en una estación de servicios, Diego Alberto Pérez (58 años) dice con orgullo que nació en El Puesto y que estudió en la escuela 141. En esa época solo había primaria (en 2009 se creó el nivel secundario). “Cuando salga de trabajar -dice Pérez, mientras carga combustible en el auto de un cliente-, me voy directo para la escuela, porque hoy estamos de festejos en mi querido pueblo”.

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Al escenario sube el poeta del lugar. Viste camisa a cuadros y chaleco gris. En el lado izquierdo del pecho lleva un prendedor que también usan todos y que anuncia los 100 años de la escuela. En el patio, una mujer vestida con los colores de la patria desfila bajo el sol del mediodía. Ella es profesora de danzas folclóricas y no quería perderse la celebración.

En la víspera, José Ricardo Marcos (65 años) había ayudado a picar los ingredientes para el locro. Ahora, en la escuela, colabora mezclando ingredientes.“Hemos empezado un día antes -explica sonriente- para llegar a tiempo”. En las ollas al fuego hay 20 kilos de carne, 20 de chorizos, 20 de mondongo, 10 kilos de tripa, 25 kilos de batata, 25 de cebolla, 4 repollos y, para darle consistencia, varias decenas de kilos de zapallo amarillo.

La agenda oficial de actos sigue su curso en el patio, mientras los cocineros controlan la cocción del menú. Las maestras reúnen a los chicos de jardín de infantes. Desde el escenario, la docente Ana María Navarro, anuncia una suelta de globos a cargo de los más bajitos. Uno al lado del otro, cada uno con sus globos, los alumnos comienzan la ceremonia, pero unos cuantos se entusiasman tanto que se niegan a soltarlos, con la idea de llevárselos a casa.

Aulas de adobe

Hilda Noraly Jaimes de Cajal, la directora de la escuela, hizo editar una revista por el momento histórico del centenario. “Fue un trabajo que requirió tiempo y esfuerzo -resaltó-, y el compromiso de todo el equipo docente de nuestra querida escuela”. En una reseña, la docente recordó que el 18 de agosto de 1917 la escuela se abrió con apenas 28 estudiantes, en un local de dos piezas de adobe y techos de paja.

En aquel tiempo, la mayoría de los niños provenía de las familias de obreros que trabajan en el ingenio San Antonio de Ranchillos. En 1931, debido al incremento de la población estudiantil se alquiló un local con cuatro aulas, al lado de la ubicación anterior. En los años siguientes comenzó el auge de la industria azucarera, lo que provocó un aumento de obreros y pequeños productores y se resolvió construir un nuevo local escolar. Pero en la década del 60 todo se derrumbó a causa del cierre de los ingenios.

Todo eso es historia, y la fiesta del centenario continúa en el patio. En el mástil dejan una canasta con una ofrenda floral en homenaje a quienes contribuyeron para la construcción del edificio. Luego dos maestras dejan una mesa con mantel blanco en el centro del patio, frente al mástil. De inmediato se colocan dos tortas gigantes: una de ellas tiene la forma del edificio escolar. La degustación está prevista para la tarde, porque la celebración será en horario corrido hasta las 18.

“La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo” puede leerse en una pared del salón. Es mediodía y los padres de los alumnos comienzan a acomodar los tablones debajo del tinglado. Se acerca la hora de disfrutar el menú criollo. “Por la forma en que se están preparando -dice sonriente José Marcos-, aquí no va a quedar ni una gota de locro”.

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