El Estado compitió contra sí mismo

Distintas especialidades científicas han abordado la teoría de la saturación, aunque con diferentes enfoques. Mientras que para la economía se vinculaba con la producción de bienes y su consumo, el penalista Enrico Ferri la relacionaba con el crimen como fenómeno social, lo que lo llevaba a afirmar que en un medio social determinado se iban a cometer un número exacto de delitos, ya que funcionan como ondas. Saturar de policías podía ser una respuesta para bajar las conductas antisociales.

En el mundo del periodismo, la saturación informativa nace de las nuevas tecnologías y es consecuencia de una sobreoferta de noticias, sin una adecuada valorización profesional de su importancia, relevancia en el ambiente donde el receptor se desarrolla, e impacto social, lo que genera ansiedad. En el plano de la estadística, la saturación teórica se produce cuando el ingreso de nuevos datos no genera ninguna tendencia al cambio en la conclusión a la que ya se arribó. En el mundo de la teoría del color, lo saturado se vincula a la intensidad luminosa y la pureza de lo que se ve. Y en la química, a la saturación se llega cuando una disolución ya no acepta más cantidad de la sustancia que pudo disolver entera.

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Todas estas definiciones pueden aplicarse a lo vivido el fin de semana en Tucumán, y hasta permitirían ser combinadas para abrir una nueva conceptuación: la de la saturación de la oferta artístico cultural por parte del Estado. Las celebraciones comenzaron el viernes por parte de la Municipalidad capitalina con una novedad: se festeja el primer aniversario de la inauguración de un monumento, lo que es insólito.

Los festejos patrios del día de la Declaración de la Independencia tuvieron tal cantidad de propuestas que era prácticamente imposible poder elegir qué ver al no haber una valoración adecuada (saturación informativa). La sensación de que estar en un lugar implicaba efectivamente perderse el espectáculo que estaba en otro, llevó a una insatisfacción no querida por las autoridades que programaron las distintas (nunca mejor utilizado el término) fiestas que hubo. Nación, diversos entes provinciales y municipios, en vez de articular juntos un único y gran festejo (o dos, o tres), terminaron haciendo tantos que optar era perder.

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La sonrisa plastificada de Juan Manzur levantado una empanada famaillense como copa triunfal deportiva luego de varias horas de desfile era indirectamente proporcional al rostro solemne del ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, cuando se quejó de que “la política metió la cola y no es bueno” en la multiplicada oferta a poco más de un mes de las PASO.

En privado, otro funcionario nacional reconoció que se decidió encarar una propuesta en forma autónoma porque era muy difícil articular con las autoridades del lugar cuando lo electoral está primando. Y se justificó diciendo que eso ya había ocurrido el año pasado con el Bicentenario (aunque menos intenso) y antes también, como si no existiene continuidad histórica del Estado. Conclusión: no se aprendió de la experiencia negativa de hace 12 meses ni de lo ocurrido en gobiernos de otros signos políticos.

Lo concreto es que hubo una sobreproducción de bienes (al decir de la economía) simbólicos, en este caso, que produjo consecuencias en cuanto al consumo a cargo del público, mientras que ya no había lugar para disolver más en la relación espacio-tiempo del domingo. Al mismo tiempo, la cantidad ya no modificaba el resultado (estadística) en tanto respuesta de los espectadores, mientras que hubo tanto propuestas estética y artísticamente puras e intensas, como las que surgieron de fusiones y mixturas.

Bien se puede decir que el domingo fue el día en el que el Estado compitió contra sí mismo. Y siempre que esto ocurre, se gasta más. Mucho en este caso, aunque a los artistas locales les den migajas (cuando les dan; el año pasado reclamaron que se les pague aunque sea $ 6.000 por presentación, una migaja que ni siquiera se respetó).

Enumerar los hechos de saturación sería quedarnos cortos en el relato de la confrontación entre actos oficialistas y opositores. Pero en este punto, hay que mencionar que dentro del propio marco de las autoridades de la Provincia hubo una competencia insólita: el domingo, a la misma hora y ambos con entrada libre y gratuita, en el teatro Mercedes Sosa actuaba el Ballet Buenos Aires y en el San Martín, el pianista Nelson Goerner. Los dos espectáculos apuntaron al mismo espectro de público que tuvo que ir a uno solo, mientras rogaba que la física encuentre pronto la forma de desdoblarse. Fue más grave que la puja entre manzuristas/alperovichistas contra macristas/canistas. La falta de articulación se dio entre dos entes que están distanciados apenas dos cuadras, pero a años luz en cuanto a la posibilidad de congeniar agendas.

Una guerra convencional

Los teóricos de la guerra convencional hablaban de la importancia estratégica del control del espacio físico para vencer en una confrontación. Esta idea fue perdiendo terreno desde Vietnam, con el ejército de Võ Nguyên Giáp golpeando y saliendo para desgastar a los militares norteamericanos, y explotó en mil pedazos con el surgimiento de Al Qaeda y su concepto de confrontación mundial global con atentados (el ISIS mezcla lo viejo y lo nuevo al atacar en cualquier sitio, pero tratar de controlar un territorio específico).

Si se lleva lo bélico a la política, este fin de semana se demostró cuánto atrasan nuestros dirigentes. La ocupación del espacio público (abierto o cerrado) fue un lugar de confrontación entre la Nación y la Provincia, demostrado en la cantidad de escenarios que se montaron hasta agotar la existencia de tablones. Por suerte, no fue un episodio de guerra físico sino simbólico. Quizás lo mismo haya causado heridos, daños colaterales y destrucción generalizada, porque siempre se debe recordar que cuando los ejércitos se retiran, la ruina que dejaron comienza a aparecer.

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