Cuando la muerte habla

Cuando la muerte habla

Nueva entrega de John Banville bajo el seudónimo Benjamin Black

LA TRAMA. La muerte auxiliadora se extiende a casi todos los personajes de esta novela. Especialmente, sobre el personaje central: un patólogo. LA TRAMA. La muerte auxiliadora se extiende a casi todos los personajes de esta novela. Especialmente, sobre el personaje central: un patólogo.
02 Julio 2017

POLICIAL

LAS SOMBRAS DE QUIRKE

BENJAMIN BLACK (Alfaguara - Buenos Aires)  

El Palacio Bo de la Universidad de Padua guarda unas palabras rescatadas de la morgue de la antigua facultad de Medicina que traducidas del latín dicen: “Este es el lugar donde la muerte goza ayudando a la vida”. Y esta es la primera sensación, entre otras dos mayores, que transmite esta novela de Benjamin Black, seudónimo que John Banville utiliza en la saga de sus novelas negras.

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Vale meterse en la primera parte para reconocer que el patólogo Quirke y su ayudante desconfían del suicidio de Leon Corless desde el momento que examinan el cadáver. En ese instante, en la morgue, la muerte comienza a ayudar a la vida. La muerte auxiliadora se extenderá a casi todos los personajes (en especial sobre Quirke), que ambientados en una Dublín casi atemporal están sumergidos en la desesperanza y la corrupción.

Varias veces el narrador reflexiona sobre Quirke: “Pero, ¿habría sido capaz de relacionarse con los vivos? Por decirlo de algún modo, hasta los muertos resultaban demasiado para él”. Es que, desde el comienzo, el narrador pregunta: “Abajo, entre los muertos, ¿era allí donde quería pasar su vida?” Así, Black construye empatías entre el lector y Quirke.

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La segunda sensación es la que Quirke y su sombra proyectan desde la amargura y el desencanto. Porque a su edad avanzada será, desde una ajenidad comprometida, el receptor de la ayuda post mortem del cadáver.

Entonces la trama abraza y conmueve. Aquí las cuerdas del relato se hacen paralelas y sin resignar verosimilitud el encordado se tensa. Ambas cuerdas sostienen una enconada vibración que le ponen música a los diálogos interiores de los personajes y a sus psicologías. El combate se libra entre una resignación sorda y el encomio por la verdad y el castigo.

La tercera sensación, la del desenlace, es la que con pluma simple Black desliza a Quirke hacia la aclaración del homicidio, el encuentro con un crepuscular sentimiento y el destello de una sinonimia existencial: amor y vida son lo mismo cuando están juntos. Pasa de la pregunta “¿crees que algo permanece cuando ya no estamos?”, a la certeza de “lo que bien amas no te será arrebatado”.

Estamos ante una novela de sensaciones; de sensaciones conmovedoras. Tal vez intensificadas por mi condición de patólogo que asistió a innumerables autopsias. Esto último no hizo otra cosa que corroborar la máxima latina que se puede leer en la Universidad de Padua: Hic Locus Est Mors Ubi Gaudet Succurrere Vitae (Este lugar es donde la muerte goza de salir en auxilio de la vida).

HUGO JAPAZE

© LA GACETA

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