Que nadie detone el INT

La Fiesta Nacional de Teatro que se realiza todos los años es mucho más que una maratón con 60 funciones y cerca de 40 elencos, que rota de provincia en provincia. De los grupos participantes, 32 son elegidos en representación de los distritos del país (los que menos actividad tienen envían uno y los que más, tres; Tucumán está en el medio, con dos obras por festival) y el resto, invitados especiales por el Instituto Nacional de Teatro, organizador del encuentro y su principal financiador. El domingo terminó la edición 2017 en Mendoza, un ritual ininterrumpido desde 1985; así atravesó las gestiones de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Mauricio Macri. La justificación es simple: lo inspira el teatro independiente argentino que tuvo épocas mejores y peores, pero que siempre sabe que nada se hace sin sacrificio y sudor. Hasta las vacas que parecen gordas son en realidad esqueletos recubiertos en la actividad no estatal, que sobrevive desde la década del 50 gracias al esfuerzo de sus protagonistas.

La primera capa de pintura de estos encuentros federales (nunca mejor empleada esta palabra) es superficial, y habla de la calidad de las obras presentadas. Como todos los años, quedan en evidencia las asimetrías de desarrollo artístico entre las provincias del país: mientras que las zonas donde hay escuelas universitarias de teatro, larga tradición sobre el escenario y/o gran cantidad de estrenos por año (Tucumán entre ellas, en los tres rubros) mantienen un nivel admirable en comparación con otras regiones, hay distritos donde el crecimiento es tan lento que no se registran casi mejoras. En el sur, las producciones de calidad que llegan suelen ser de la zona cordillerana de Neuquén y Río Negro, por ejemplo, mientras que otros trabajos carecen de la misma profundidad. Una asimetría similar puede marcarse en el NEA, donde Entre Ríos y Chaco sobresalen del resto; y en el NOA, Tucumán marca el camino a buena distancia de sus vecinos (en especial, de Santiago del Estero).

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Esta situación generó debate dentro del INT. La norma escrita indica que no puede declararse desierta la selección provincial para definir el representante a la fiesta nacional. El espíritu original es elogiable, pero el resultado evidencia mucho desnivel. Hay ideas en marcha como la de enviar apoyo técnico de urgencia a las zonas con menos crecimiento, y brindar respaldo específico a las obras seleccionadas para repensarlas antes del encuentro nacional, lo que permitirá corregir errores antes de exponerse a las críticas. También está el proyecto de homogeneizar criterios de selección, para eludir las disparidades marcadas.

Otra discusión está relacionada con el eterno deseo de tener público. Si bien una buena cantidad de funciones en Mendoza estuvieron a sala llena, muchas butacas fueron ocupadas por los propios elencos participantes y los invitados especiales. Un festival es una oportunidad para fidelizar gente para el teatro y conseguir nuevos espectadores, seducidos por una oferta que no se repetirá en corto plazo. Se deberían repensar los espacios de debate, que bien podrían ser articulados con las carreras artísticas o los talleres de cada sitio para hacerlos en sus aulas, una forma de acercarse a los estudiantes y superar la sensación endogámica de que en las charlas sólo están los de siempre.

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Y esto abre el debate al tercer campo de incidencia (por fuera de las funciones y del público): la discusión política hacia el interior del INT y la puja de poder. Hay dos focos claramente definidos en el organismo nacional, que están en tensión constante, sin que se puedan adelantar resultado en un combate sin sangre. Por un lado está el director ejecutivo del INT, el rafaelino Marcelo Allasino, quien tiene, mantiene y potencia su rol identificado con el Gobierno Nacional, desde donde le llega respalda incondicional con la consigna de que refresque, actualice y modifique al organismo en términos de eficiencia, eficacia y transparencia en el manejo de los recursos. Enfrente está su coprovinciano Miguel Ángel Palma, hábil dirigente político que vive dentro de la estructura del INT prácticamente desde su inicio (hace dos décadas), y que logró ser nombrado secretario general (segundo en el orden de importancia, pero sin mando real). Su fuerza viene de los representantes provinciales en cada distrito (incluyendo el tucumano Roberto Toledo), que lo ven como el otro platillo de una balanza inestable.

El fiel está en permanente oscilación y el equilibrio no existe cuando desde la estructura nacional se quiere que las delegaciones provinciales sean simples filiales, mientras que cada oficina local reclama más espacio de acción libre y respeto a las decisiones autónomas que se tomen. Por momentos no se hace arte, sino política pura. No es nuevo: en 2015, el choque entre Guillermo Parodi (director ejecutivo) y la salteña Cristina Idiarte (secretaria general) paralizó el organismo por meses y sembró la desconfianza interna.

En Mendoza, quienes no estaban en las funciones, estaban rosqueando en cafés. Y no eran pocos. Pero lo que parecía que iba a ser un choque frontal de trenes se suavizó en parte y se comenzaron a encontrar tenues líneas de diálogo en los plenarios realizados entre representantes provinciales, nacionales y del Consejo de Dirección, donde participa la tucumana Nerina Dip (también identificada con Palma). Nadie puede asegurar qué va a pasar en el futuro; quizás haya primado la conciencia de que la premisa debe ser preservar el INT en momentos de inestabilidad. Es que su aporte (económico, conceptual y organizativo) es indispensable para la subsistencia del vapuleado teatro independiente, que aún no se recupera del 2016 asfixiante por la merma de público en las salas y el aumento de los costos, especialmente las tarifas de electricidad.

Jugar a la explosión del INT, sea quien sea el que apriete el detonador, sería un acto irresponsable hacia el futuro y un agravio hacia el pasado, a la memoria de todos los teatristas que pelearon por su existencia. En el presente, sería simplemente suicida.

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