Lleva 2.037 jueves rondando en la plaza de Mayo

Lleva 2.037 jueves rondando en la plaza de Mayo

Mirta Acuña sigue buscando a sus familiares.

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30 Abril 2017
BUENOS AIRES.- Mirta Acuña de Baravalle, de 92 años, repite el mismo ritual desde hace 40 años. Los jueves, saca de una bolsita de celofán el pañuelo blanco cuidadosamente doblado que lleva el nombre y la fecha de desaparición de su hija embarazada. También guarda allí el prendedor de Madres de Plaza de Mayo línea fundadora y el cartel plastificado con la foto de Ana María y la de su yerno detenido desaparecido. Toma tres colectivos para atravesar el conurbano, desde su casa en el partido de San Martín hasta el centro porteño. Con esas insignias se dirige a cumplir con la ronda alrededor de la Pirámide de Mayo.

Hoy se cumplen 40 años desde que lo hizo por primera vez junto a otras madres, el 30 de abril de 1977.

“Sufrimiento que perdura”

Baravalle es una de las 14 fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. “A la cabeza y los huesos los sigo teniendo bien y cuando cumplo años, los tiro a la basura para el que quiera los recoja” , dice sonriendo y levantando sus hombros. La mujer que junto con Haydée García Buelas, sobrevive a ese grupo de madres que, empujadas por Azucena Villaflor, hicieron visible el reclamo por sus hijos en pleno estado de sitio impuesto por la dictadura de Jorge Rafael Videla.

Las desapariciones de su hija embarazada de cinco meses y de su yerno Julio César Galizzi, el 27 de agosto 1976, fueron golpes casi letales que Baravalle enfrentó sin tiempo para duelos. Junto a su esposo, recorrió comisarías, hospitales, organismos oficiales e iglesias hasta que se unió a ese puñado de madres desesperadas que llegó a la Plaza de Mayo y gestó el movimiento de resistencia pacífica contra la dictadura.

Como madre y abuela de desaparecidos, también formó parte de las 12 fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo que nació como Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos el 30 de octubre de ese año. “Enseguida me dividí en dos, no tuve momento de decaer. Cuando se llevaron a Ana de mi casa me dije ‘o lloro o la busco; o muero o lucho’ porque sabía que si empezaba a llorar no paraba. Entonces empecé a moverme y con mi esposo Romildo lo primero que hicimos fue ir a la iglesia de Lourdes en Santos Lugares a pedir una misa y nos sorprendimos porque el sacerdote leyó también los nombres de otros chicos. Después visitaba la cárcel de Villa Devoto todos los días, sin entender cómo podía ser que no la encontrara”, relata. Durante muchos años, participó activamente en las dos organizaciones.

Afirma que piensa en el “sufrimiento que perdura” cuando se habla de los 40 años que las Madres llevan rondando la plaza y asume “el compromiso de las que ya no están más”. No lleva el número de rondas en la Plaza, pero sabe que suman 2.037 jueves. “No llevo la cuenta pero para mí, la plaza es sagrada. Si estoy en Buenos Aires, aunque llegue tarde, tengo que pisarla porque para mí tiene mucho significado desde que dejé de ser una ama de casa y salí a buscar a mi hija y a mi nieto”, reconoce a días de haber viajado a Colombia para llevar el apoyo de las Madres a un encuentro organizado por la Red Latinoamericana sobre Desapariciones Forzadas. También suele apoyar protestas de trabajadores y da charla en las escuelas cuando la invitan.

De los peores tiempos de la represión, confiesa que “nunca” tuvo miedo porque su vida no le importaba. “’¿Me van a matar? ¿a mí qué me importa?’, les decía a los milicos cuando me corrían en una marcha. Era consciente de lo que me podría pasar, pero no me importaba porque para mí lo importante era conseguir información”, dice con firmeza.

De los cuatro hijos que tuvo junto a su marido (falleció en 1978), Mirta perdió también a su hija menor Verónica porque no pudo soportar la desaparición de Ana María. Ahora ella comparte sus días con el único hijo que quedó en Buenos Aires, Sergio y con su nuera, ya que Gerardo, el mayor, partió hacia Europa a principios de 1970. (Télam)

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